II concurso de relatos: Meribá

II concurso de relatos: Meribá

Publicamos el trigésimo tercer trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Meribá

Pseudónimo: Teresa


Querido Miguel:

Acabo de colgar a tu padre que me ha contado, vamos a llamarlo así, “lo tuyo”. 

Ahora entiendo tu empeño en el zoom a tres bandas y tu disgusto por no ponernos de acuerdo. He tenido que vencer las ganas de llamarte inmediatamente, pero como me embalo, prefiero decirte antes por escrito lo que pienso.

Me ha dicho tu padre que se enteró en casa de la abuela Pilar. Que a ella se le escapó un comentario sobre ti que a él le sonó raro, y que te llamó luego para ver qué pasaba. Ante su insistencia, se lo contaste. Ya me explicarás cómo tu abuela lo sabe antes que nosotros, estando, además, como una tapia, que ni oye por teléfono.

Lo primero de todo: siempre has sido un buen chico y, como tu hermano, no me has dado ningún problema serio. Me dirás que a buenas horas, mangas verdes, con las discusiones que tuvimos. Pero yo supe desde el principio que, si alguien iba a pagar el pato con lo de tu padre, eras tú. Te pilló en la peor época, así que no te lo podía tomar en cuenta. Necesitabas chocar con alguien, y yo estaba ahí, justo enfrente, tu puching ball de entrenamiento. 

Ni aquella primera (y única) bofetada que tuve que darte a los trece, ni perseguirte ese curso que renqueaste porque estabas con tu primera novieta, ni luego aquel susto en mitad de la carrera han sido cosas importantes. Ser madre es eso: estar ahí siempre. ¿Os caéis? Os ayudamos a levantaros. ¿Nos dais un portazo? Pues depende de cómo nos pille de edad –la vuestra o la nuestra– o el momento: os podemos dar un bocinazo, un abrazo o echarnos a llorar, lo sé bien porque no soy una madre perfecta. 

Fíjate cómo es tu padre que, ante mi sorpresa por tu “novedad”, me dice que hice mal en llevaros a aquel colegio, que fui yo la que se empeñó contra viento y marea. En fin, parece que, encima, tengo que dar explicaciones en este momento. 

Pues sí, hice lo que creía mejor teniendo en cuenta las circunstancias. Era un sitio con buenas familias, chicos de vuestro estilo y, algo fundamental, exigente académicamente. Eso último lo esgrimí como argumento ante la resistencia inicial de vuestro padre. Y gané. Y vaya si os encarrilaron a los dos: os ayudaron a prepararos para este mundo tan competitivo y donde cuesta tanto hacerse un hueco, bien lo ha reconocido vuestro padre luego. La parte “problemática”, la importancia de la religión y eso, no pareció que os afectara especialmente, sorteamos buenamente el tema. Por cierto, he tenido que recordar a tu padre lo que él mismo dijo, el muy cínico, al acceder que fuerais: “bueno, no hay como la dosis justa de religión en la adolescencia para inmunizarle a uno eficazmente para el resto de la vida.” 

Miguel, hijo, perdóname, pero no lo entiendo. Y, sobre todo, no te entiendo. Estas cosas no se dan ni a tu edad ya, ni con tu trayectoria, ni con circunstancias como las que tú tienes.  

Es verdad que en la familia hubo algunos “afanes místicos”, por decirlo de alguna manera. No es sólo el rosario va y viene de tu abuela Pilar, que es como los últimos mohicanos, la resistencia; por mi parte también los tuvimos, aunque no hablemos de ellos. Un primo de mi abuelo fue seminarista y murió con veintidós años en Barbastro durante la guerra. Mártir, dicen. 

En fin, unos chicos jovencísimos, una España diferente y ya superada, barbaridades se hicieron en ambos lados, por supuesto. En aquellos tiempos era, perdóname el adjetivo, “normal”, tener un cura en la familia. Y monjas. O hasta misioneros. Pero vamos, yo, que sepa, de mi generación y cerca, no conozco a nadie a cuyos hijos les haya dado por eso. Ni tampoco hermanos, por cierto.

Dando vueltas al tema, es posible que todo esto del virus, con la incertidumbre que conlleva, nos esté afectando a cada uno de una manera. Aunque raro ya estabas hace tiempo. 

Ahora encajan algunas piezas de la visita que te hice en noviembre. Lo primero que pensé es que estabas silencioso para lo que tú eres. Luego me contaste lo del asilo. Que fenomenal, ayudar está bien siempre, y en tu caso con más mérito, teniendo en cuenta tu trabajo y las responsabilidades que tienes. Y cómo te enfadaste cuando te dije justo eso, que me contestaste “¿Por qué yo no, mamá?”  Y aquellos tochos, Santo Tomás –vaya peñazo, te comenté–. Y los evangelios en la mesilla con el crucifijo de tu abuela. Decirme que ibas a misa desde hacía meses me desconcertó totalmente. Y lo de acudir a rezar de noche a la iglesia, lo de la “adoración” esa, que pensé que era una broma y te ibas de juerga.

No te dije nada entonces porque pensé que era una etapa más que necesitabas y que te había dado fuerte. Y a mí no me interesaba el tema. 

Bueno, lo que quería decirte es que yo estoy que ni me encuentro entre lo del virus y la situación en España, que tú viviendo fuera te lo estás perdiendo. Vamos a la ruina, Miguel, y la oposición ni se aclara. Se me llevan los demonios continuamente. Yo lo que quiero es volver a mi vida de antes, a lo de siempre. 

Así que, si a mí me ha dado por esta rabia que tengo, a ti se te ha podido activar el gen místico recesivo ese. Mira, de verdad, ya no sé ni lo que te escribo, estoy de los nervios.  

Que bien está que uno crea, tener fe, porque creer ayuda en la vida, es un consuelo. Y claro que yo creo en Dios, pero se puede ser buena persona y no ser cristiano, ni católico, ni, desde luego, sacerdote. El mismo Papa lo dice el primero.

En fin, que quiero hablar contigo y que me cuentes.  

Tu madre, que te quiere. 

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