Incels como lumpen de la posmodernidad

Incels como lumpen de la posmodernidad. Lomas Cendón

Algunos lectores se preguntarán qué palabrejos son esos que uso ya en el título del presente texto. Pues que se vaya conociendo la voz que designa una realidad creciente: Inceles un neologismo para referirse al individuo (casi siempre varón) que se ve incapaz de tener relaciones sexuales. Se definen como “célibes involuntarios” y la subcultura que gira alrededor de ciertas comunidades virtuales es tan sólo la punta del iceberg de un problema social difícil de mensurar. La llamada “comunidad incel” está formada en exclusiva por los pocos que se reconocen como tal cosa y participan en foros de la llamada androsfera. Se intuye con facilidad que el grueso de los “célibes involuntarios” permanecen en el closet, y no es sólo que no hayan salido del armario, sino que tampoco consiguen ni tan si quiera mirarse al espejo. Hay muchos hombres en esta penosa situación. ¿Qué rayos está pasando en la sociedad? Me niego a abordar este asunto desde el habitual desprecio por parte de aquellos que piensan que tan sólo se trata de cuatro muertos de hambre.

Lo primero porque no son cuatro; lo segundo porque si se tratara de “muertos de hambre” servirían al menos a la cínica filantropía humanitaria de los colectivos progresistas que los ningunean. Sólo desde la hipocresía más abyecta, un mundo obsesionado por la justicia social y la igualdad de género puede ciscarse en estos desfavorecidos con la crueldad explícita que se muestra. La pobreza conmueve a la progresía sólo si el pobre no tiene los rasgos raciales y sexuales de los nuevos intocables del sistema de castas posmoderno. En palabras más claras: un negrito saltando la valla fronteriza conmueve; una mujer en el paro también; un transexual que no puede pagar su tratamiento hormonal da mucha pena; una madre soltera merece todas las ayudas… pero un varón blanco, devastado social, económica, emocional y sexualmente, al borde del suicidio, es otra cosa. ¿Qué queréis que os diga? ¡Que se joda! Nació así y su sino es morir así, como los descastados dalits de la India.

Si la Izquierda se preocupara en verdad por las desigualdades y las injusticias, algo tendría que decir sobre sexualidad masculina. Se repite constantemente aquello de que el 1% de la población dispone del 50% de la riqueza del planeta como muestra de la escandalosa opresión inaceptable por parte de los parias de la Tierra. Sin embargo, nadie dice nada a cerca de que ese mismo 1% tenga una rica y variada vida sexual mientras la mitad de la población se come los mocos. Un deportista de élite, un famoso cantante pop o un actor de Hollywood, tienen en cualquier semana acceso al mismo número de mujeres que un varón promedio tiene durante toda su vida (y estamos hablando de cantidad… mejor olvidemos la calidad). Kareem Abdul-Jabbar, Bill Wyman o Rocco Siffredi confesaron contar sus amantes por millares, mientras la mayoría de los hombres se conforman con una manita, tanto para contar sus compañeras sexuales durante toda su existencia, como para aliviarse en los largos periodos en los que no cuentan ninguna. Se estima que sólo un 10% de la población masculina no tiene problemas a la hora de ligar, mientras el resto tiene grandes dificultades, y dentro de esa mayoría, un creciente número de incels vive y muere en la absoluta virginidad o en la miseria afectiva entre los caros desfogues de higos a brevas de la prostitución. La decadencia de la institución matrimonial, la crisis de la masculinidad, el moralismo hegemónico, la epidemia de enfermedades mentales, el aumento del suicidio… todo agrava la situación de la famélica legión sexual de la que ningún progresista habla ni ninguna feminista visibiliza. Esta es la razón que atruena en marcha: en los países occidentales ya no se muere de hambre… se muere de depresión, tristeza, fealdad, soledad y falta de amor. Quizás el último desde la Izquierda que trató el asunto fue el tarado de Wilhelm Reich que, sin salir de la charlatanería, al menos sí que algo dijo. ¿Por qué la desigualdad económica y social indigna tanto, mientras la desigualdad afectiva y sexual nos causa una sonrisilla socarrona? Valga la redundancia: no todas las desigualdades son iguales para los bienpensantes políticos. Algunas sirven de casus belli mundial y otras no pasan del meme. Clímax de la hipocresía feminista: todas las desigualdades entre los sexos se deben a los roles surgidos de la construcción social del género… todas menos las que recaen como desgracias sobre el hombre. ¡Éstas son por su culpa! Orgasmo del fariseo progresista: soy antiliberal en lo económico y político, pero superliberal cuando se trata de dar por culo al prójimo.

Tanto progresistas como feministas identifican a los incels como potencialmente violentos y quizás no les falte razón. A fin de cuentas, la Izquierda lleva siglos espoleando la envidia y el resentimiento, y conocen a la perfección la génesis de la violencia. Algo sí que saben del tema. El sofisma marxista clásico para justificar la violencia es la lucha emancipadora de la clase social. Es decir, como motor de transformación de la sociedad, aceptamos tortura, asesinato y genocidio como animal de compañía en nuestro scatter gories: bien por el terrorista que pone una bomba en una casa cuartel, bravo por el mocoso que lanza un cóctel molotov a un comercio, hurra por la mujer que castra a su marido opresor… pero eso de que un ciudadano medio normal sienta enfado, frustración, rabia, furia o incluso ira ante la desfachatez gobernante, hay que vigilarlo con lupa. ¡Ojo con los lobos solitarios! Que se empieza dando un puñetazo en la pared y vete tú a saber cómo se acaba… como el machista retrógrado aquel del Ibn Asad, escribiendo artículos como este. 

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