Infeliz año nuevo

Infeliz año nuevo. Fernando Sánchez Dragó

No hay columnista ni, a cuanto parece, ser humano que en estos frívolos y, a la vez, siniestros días –los de las fatidicas navidades en las que toda estupidez tiene cabida, pero no los hermosos relatos de la Historia Sagrada– no acribille la paciencia de sus lectores y del prójimo con el sonsonete de desearles un feliz año nuevo.

No es mi caso. ¿Desear «feliz año nuevo» cuando todos los indicios de la más elemental futurología inducen a pensar que el año entrante va a ser uno de los más funestos de la historia de la humanidad? Ese deseo suena sarcástico, sardónico, irónico, mordaz y socarrón a la oscura luz no sólo de lo que se avecina, sino también de lo que ya está haciendo luz de gas entre nosotros.

No se me enfade nadie. Perdonen que sea así, tan proclive a romper la baraja, a llevar la contra a todo quisque y a decir una y mil veces lo que pienso, aunque tan distinto sea lo que casi siempre pienso a lo que casi siempre piensa casi todo el mundo. No es que mi provecta edad me haya vuelto gruñón. Es que nací así: criticón, como dirá Gracián. Entre mis defectos no figura el de la hipocresía. ¡Qué caramba! Si eres escritor y no te sientes capaz de ser sincero, deja de escribir y métete a cura, a charlatán de feria, a vendedor de crecepelos, a epidemiólogo o a político.

Por supuesto que no estoy en posesión de la verdad. Nadie, ni siquiera Laotsé, el mayor sabio que en el mundo ha habido, lo estaba. La verdad es un territorio lejano, fantasmagórico, indefinido y de casi imposible acceso. Pero sí estoy en posesión de mi sinceridad, incluso bajo la férrea bota de la dictadura de la corrección política. La Verdad, con mayúscula, no sé, pero mis minúsculas verdades, a la cara, y salte al callejón quien se duela en banderillas.

Veamos… ¿Acaso ya no repican ahora y en el próximo futuro –el del feliz año nuevo– los cascos de los corceles de los jinetes del Apocalipsis? ¡Si por lo menos trajeran en su grupa a las jineteras del castrismo! ¡Huy, lo que he dicho! ¡Como se van a poner las amazonas podemitas! Pero no… Lo que caracolea en la carga de la brigada ligera de ese supuesto evangelista Juan al que se atribuye la autoría del último libro del Nuevo Testamento, es la Peste, el Hambre, la Guerra y la Muerte. ¿Les suenan? Formen filas… ¿Falta alguno?

Escribo esta columna en la tarde del 31 de diciembre, muy pocas horas antes de que mis compatriotas y yo mismo corramos el riesgo de atragantarnos con la apresurada ingesta de las doce uvas de la felicidad. Sí, sí… En aras de mi religioso culto a la sinceridad lo confieso: también yo, eterno disidente y más protestón que el mismísimo Lutero, me presto a semejante pamema, que no viene, como muchos creen, de la liturgia vigente en la cueva de Altamira ni de las supersticiones de los vecinos de Tartesos, sino de la huelga de los viticultores que hace cosa de cien años montaron una algarada en la Puerta del Sol para protestar por la caída de los precios de su mercancía y se pusieron a regalar uvas a troche y moche a todos los viandantes que el último día de aquel año pasaban, como en la canción de mi difunto amigo Eduardo Aute, por allí. Sírvame de disculpa que si me avengo a deglutir las dichosas uvas lo hago porque tengo un hijo de diez años. A los niños y a los eternos adolescentes adultos de la España actual les chifla esa bobadita. En otros países practican otras.

Pero vuelvo a lo que iba… El «feliz año nuevo» va a traernos nuevas colas del hambre, nuevos índices de inflación, nuevas subidas de precios, nuevas carestías alimenticias y energéticas, un nuevo Tribunal Constitucional de mayoría progresista (horror de horrores… El sectarismo judicial está servido), un nuevo zafarrancho de combate y exterminio procedente del Celeste Imperio, una ya rancia guerra en la nueva Ucrania de Zelenski y Putin, doce nuevos meses de un enfermo de demencia senil en el Despacho Oval y otros tantos nuevos meses de Pedro Sánchez en la Moncloa.

¿Me olvido de algo? Seguro que sí, pero añádanlo ustedes a su libre arbitrio. Yo me voy a cenar y a tomar las uvas. Procuraré no atragantarme.

De verdad que lo siento, pero… ¡Infeliz Año Nuevo, amigos! Disfrútenlo con salud, con una peineta y con escepticismo.

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