La inmigración ilegal es un grave problema de España, y, en general de muchos países europeos, por las razones que iremos desgranando. Pero el principal problema de la inmigración es que no se puede hablar de ella, a menos que no sea para decir que es algo maravilloso, que la “multiculturalidad” nos enriquece, que los inmigrantes vienen a pagarnos las pensiones, y que, de todas maneras, es algo inevitable. Cualquiera que no acepte estas premisas, en su totalidad, es un xenófobo, un racista, un fascista, y que, por tanto, no tiende derecho a hablar, y que debe ser censurado, cancelado y, si hace falta, multado o incluso encarcelado.
Antes de hablar de inmigración debemos, pues, rechazar esta cultura de la cancelación. Y lo haremos, no con excusas ni justificaciones, sino con un ataque, pues la mejor defensa es un ataque. Los racistas son ellos, lo que hablan de “personas racializadas”, los que creen que alguien, por el mero hecho de ser negro (y digo negro, y no esta cursilada de “de color”) o de cualquier otra raza distinta a la blanca, debe tener unos derechos especiales (privilegios) en función y reparación de opresiones pasadas, y al que hay que pedirle perdón un día sí y otro también.
Algunos quizá tengan que pedir perdón, ellos sabrán. Los españoles, desde luego que no. En el siglo XV nuestra reina católica instaba a los españoles a casarse con indias, y en este mismo siglo, un hombre negro ocupaba la cátedra de latín en la Universidad de Granada. En Estados Unidos el primer hombre negro que asistió a una universidad “de blancos” fue en la década de los sesenta del siglo pasado, de alumno, y protegido por la policía. Lecciones, ninguna.
Los motivos para oponerse a la inmigración ilegal y masiva no se fundamentan en ninguna pretendida superioridad racial (entre otras cosas, muchos inmigrantes ilegales son de raza blanca). Los motivos que iremos desgranando se fundamentan, primero en la soberanía, que implica un control de fronteras. Segundo, en la denuncia del dumping social que provoca la inmigración descontrolada, y tercero, en la defensa de la identidad, que se ve desdibujada y amenazada en el “melning-poot” del multiculturalismo.
Como lo describió muy bien Gustavo Bueno, la capa basal de un estado es la soberanía o control sobre un territorio (la Patria o tierra de los padres), su población y sus riquezas. El lugar donde termina la soberanía (y empieza otra) es la frontera. La frontera no es un muro, sino que es el lugar donde el Estado ejerce su soberanía, controlando en flujo de personas, de capitales y de mercancías, en función de los intereses de los ciudadanos de este Estado. Si un Estado deje de ejercer este control, deja de ser soberano.
Con respecto a este tema, hay que decir que el proyecto de ceder las competencias en inmigración a una comunidad autónoma es la definitiva renuncia a la soberanía que este régimen nefasto puede perpetrar. Aunque en la práctica, en la actualidad, las fronteras no existen, pues entra quien quiere, tienen, al menos, una existencia formal. Si se cede hasta esta formalidad es que se esta renunciando, de modo formal, a la soberanía.
Sentadas estas bases podemos abordar el meollo de la cuestión, es decir, porque la inmigración ilegal y descontrolada es un fenómeno nefasto para España y para los ciudadanos españoles.
El primer argumento es el que atañe a la delincuencia y a la inseguridad. No nos extenderemos mucho, al ser un tema muy tratado. Los datos indican que la proporción de inmigrantes entre los delincuentes es mucho mayor que la proporción de inmigrantes respecto a la población total. Son dos fenómenos relacionados, lo cual no significa, ni mucho menos, que todos los inmigrantes sean delincuentes, ni que todos los delincuentes sean inmigrantes. No es una “incitación al odio”, es reconocer una realidad.
El “inmigracionismo” es uno de los pilares de la ideología dominante, y es compartido por la izquierda y la derecha. Se fundamente en la antropología neoliberal que toma al post-individuo como sujeto. Para este modelo, el ser humano es un individuo absolutamente desarraigado de su entorno, de su tierra, de su historia y de sus tradiciones. Es un nómada que puede vivir en cualquier parte y para el que cuentan únicamente los estímulos económicos. Su “deseo” es la ley fundamental.
Así, si un ciudadano de cualquier lugar “desea” venir a vivir a Europa nadie tiene derecho a impedirlo, y cualquiera que lo intente está atentando contra los “derechos humanos”. Cualquier nación, estado o comunidad política que se oponga a este “derecho”, que pretenda regular los flujos de población y hacer respetar sus fronteras (como Hungría o la Italia de Salvini) es puesto en la picota y recibe los dardos de todos los medios de comunicación, sean de “izquierdas” o de “derechas”.
El inmigracionismo, junto a la histeria climática, la ideología de género y el neofeminismo, se ha convertido en uno de los pilares principales de la ideología del Sistema, aquello que todos debemos pensar y creer, y a la que todos los partidos políticos, desde la izquierda a la derecha, rinden pleitesía. Todo aquel que se sitúe fuera de este pensamiento sistémico es automáticamente calificado de “ultraderecha”, lo que significa entrar en el mundo de la marginación y de la exclusión.
El inmigracionismo es una pieza fundamental para la ingeniería social de los que preparan la “sociedad del futuro”. La entrada masiva de inmigrantes en una comunidad política provoca dos tipos de efectos, ambos deseados por las elites mundiales. Estos efectos nefastos son el dumping social y la destrucción de las comunidades.
Empecemos por el dumping social. Al aumentar la mano de obra disponible, especialmente la mano de obra no cualificada, se produce, de forma automática, la disminución de los salarios. En España tenemos un ejemplo paradigmático. Después de la destrucción de nuestro tejido industrial, de la mano del PSOE y de la socialdemocracia alemana, nuestra economía quedo reducida a dos sectores: la construcción, estimulada por la burbuja inmobiliaria, y el turismo. Ambos sectores reclamaban mano de obra poco cualificada, estacional y poco reivindicativa, y en ambos sectores la presencia de inmigrantes, muchas veces en situación ilegal, ha sido notable.
En plena burbuja inmobiliaria, y bajo el gobierno de José María Aznar, un importante lobby de empresarios de la construcción, representados por el ministro Pimentel, presionó y consiguió una Ley de Extranjería mucha más laxa que la anterior, y así tuvieron acceso a esta mano de obra barata que proporcionaban los inmigrantes. Esto demuestra que la gesticulación “anti inmigración” que periódicamente realiza el Partido Popular, no es más que cháchara electoral.
Después de la crisis económico y el estallido de la burbuja inmobiliaria, el turismo y la hostelería siguen siendo el sector que acoge mayos número de trabajadores inmigrantes, en lógico detrimento de la mano de obra nacional, más exigente en cuanto a sus condiciones de trabajo.
De entrada, resulta sorprendente que la izquierda, tanto a nivel de partidos como de sindicatos, que en teoría debería velar por los intereses de los trabajadores, sea la defensora más radical del inmigracionismo. Que los empresarios de la construcción, en plena burbuja inmobiliaria, desearan la entrada de más y más inmigrantes tiene su lógica, pues el aumento de oferta de mano de obra disminuye su valor, y, por tanto, se pagan salarios más bajos. Que los partidos y sindicatos “de izquierdas” apuesten por la política de “papeles para todos” y “nadie es ilegal” resulta un poco más paradójico.
Sin embargo, si analizamos la involución de la izquierda desde las aportaciones teóricas de la Escuela de Frankfurt (especialmente las de Marcuse) y, especialmente, desde Mayo del 68 empezamos a entender el fenómeno. El abandono del concepto de “clase obrera” como sujeto revolucionario, y en general, el abandono de la idea de “clase” (es decir, el abandono del marxismo), ha llevado a la izquierda a buscar “nuevos sujetos revolucionarios”: los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales, los estudiantes….Allí donde aparece un grupo (supuestamente) marginal, los partidos y sindicatos de la izquierda post-marxista buscan su clientela, aunque el grupo en cuestión no tenga nada que ver con las condiciones de producción.
El segundo efecto, más a largo plazo, pero más nefasto, es la destrucción de las identidades culturales, a través de la imposición de lo que el Sistema denomina “multiculturalidad”. Entendemos por Cultura el conjunto de valores compartidos en una comunidad, que le dan cohesión y que conforman su identidad. La Cultura no tiene nada que ver con la raza, sino que es el resultado y la decantación de una historia común, de un “vivir juntos”. La Cultura es, por definición, un fenómeno comunitario.
Una sociedad (que no comunidad) “multicultural” estará formada por un agregado de individuos que no compartirán ningún valor, que tendrán solamente en común los hábitos de consumo, o por “islas” comunitarias que tampoco compartirán ningún valor y que se mirarán unas a otras con recelo y hostilidad.
Los resultados de esta política de “multiculturalidad” ya pueden empezar a apreciarse en toda Europa. Jóvenes que han nacido y que viven en la periferia de las grandes ciudades, hijos o nietos de inmigrantes, normalmente de origen musulmán, absolutamente desarraigados, que ni se sienten identificados con el país donde viven, pero que han perdido todo contacto con su país de origen. Su búsqueda de identidad y su marginación social les conduce hacia este Islam “globalizado” (desconectado de identidades particulares) que esté en la base del terrorismo yihadista en Europa. Resulta significativo que un 40% de los combatientes de Estado Islámico es Siria fueran personas nacidas en Europa. El ISIS es, en gran parte, una criatura de la multiculturalidad.
La toma de conciencia de todos estos problemas ha generado en muchos países europeos el nacimiento de movimientos políticos y sociales contrarios a la inmigración masiva, pero también ha dado lugar a discursos oportunistas, que agitan el fantasma de la inmigración únicamente para conseguir votos. Solamente resulta autentico y sincero (y a la larga políticamente viable) el discurso que enmarque la lucha contra la inmigración masiva en un rechazo total a la Globalización, que no criminalice al inmigrante, sino que vaya contra el Sistema y que no caiga en la islamofobia vulgar.