La Primera Internacional (I)

La Primera Internacional (I). Daniel López Rodríguez

Antecedentes y consecuentes

La Primera Internacional no es la primera organización internacional del proletariado. Ya en 1845 George Julian Harney fundó en Londres la Sociedad de Demócratas Fraternales, sociedad de trabajadores en la que se congregaron refugiados políticos de toda Europa.

En 1847, como hemos visto en Posmodernia (https://posmodernia.com/la-liga-de-los-comunistas/), se fundó la Liga de los Comunistas, la cual fue precedida por la Liga de los Justos. «La diferencia que separa al Marx de la Liga Comunista del Marx de la Primera Internacional no es consecuencia de una evolución doctrinal sino el resultado de un cambio de milieu [de entorno]: el paso del estado policíaco prusiano de la década de los 40 a la democracia burguesa de la Inglaterra victoriana» (Edward Hallett Carr, La revolución bolchevique (1917-1923), Vol. 1, Traducción de Soledad Ortega, Alianza Editorial, Madrid 1972, págs. 33-34, corchetes míos).

Y en los años de la reacción de la década de 1850 Ernst Jones organizó en Londres, a través de manifiestos y mítines multitudinarios que mantenían con vida la ideología internacionalista del proletariado mundial, un Comité Internacional. En la exposición universal de Londres de 1862 se celebró la «fiesta de fraternidad» entre los delegados de la clase obrera francesa e inglesa.

Se ha llegado a decir que la Primera Internacional fue de signo anarquista, la Segunda de signo socialdemócrata y la Tercera de signo comunista; pero, como vamos a ver, la Primera Internacional era más bien marxista o marxiana y no anarquista, pues de hecho los anarquistas fueron expulsados a causa de las críticas de Marx.

En 1889 Engels fundó la Segunda Internacional en el Salle Petrelle de París; reunión de la cual no salió un organismo que coordinase a los diferentes partidos socialdemócratas ni se eligieron a líderes mundiales del socialismo. Eso se haría en 1919 cuando Lenin fundó la Tercera Internacional ya con un Estado socialista en marcha; pero esto ya es otra historia.

Los orígenes de la Internacional

El 28 de septiembre de 1864, en una asamblea en el St. Martin’s Hall londinense, se fundó, por iniciativa no ya de Marx sino de sindicatos británicos y asociaciones de trabajadores franceses, y también de otras nacionalidades afincados en Londres, la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o International Workingmen’s Association (IWA), conocida retrospectivamente como «Primera Internacional», que congregó a revolucionarios de muy distintas tendencias y diferentes generaciones de izquierda que por entonces se estaban incubando o ya andaban en plena efervescencia con amenazante repercusión política: proudhonistas, blanquistas y neojacobinos franceses y belgas, mazzinistas italianos, demócratas polacos, bakunistas, y también había positivistas, «la camarilla comteísta», como los llamaba Marx, cuyo líder era Edward Spencer Beesley.

Y, por supuesto, en la Internacional había marxistas, si es que ya, con Marx en vida, se podía hablar de «marxismo»; aunque en tiempos de la Primera Internacional el adjetivo «marxista» fue acuñado precisamente por los adversarios de Marx en la Internacional, por lo tanto era peyorativo. El «marxismo» empezaría a forjar su identidad, a definirse, frente a otros grupos socialistas o revolucionarios en la Primer Internacional.

Aunque, según le escribía Engels a Paul Lafargue el 11 de junio de 1886, Marx le llegó a confesar al primero que «lo cierto es que yo no soy marxista». Lo que quería decir Marx es que no estaba de acuerdo con algunas de las interpretaciones de su doctrina. Sin embargo, no se sabe si la frase salió por la boca de Marx o fue una invención de Engels.

Con la Internacional Marx por fin halló la institución que desde 1859 buscaba para operar políticamente. Así se lo hizo saber a su viejo amigo Joseph Weydemeyer por correo: «Aunque me he negado sistemáticamente durante años a participar en todas las “organizaciones”, esta vez he aceptado porque se trata de un asunto en el que es posible tener un efecto importante» (citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 342).

En principio, el motivo de la reunión se debía para ofrecer apoyo a los independentistas polacos contra el Imperio Ruso, que desde 1863 se había levantado contra la ocupación zarista. El independentismo polaco era muy popular entre los elementos revolucionarios de Europa, aunque el conflicto insurreccional no concernían sólo a lo que es el actual territorio polaco, pues además se llevaron a cabo entre lo que hoy es el territorio de los Estados bálticos, Bielorrusia y parte de Ucrania. La Fraternal Democrats venía celebrando regularmente el aniversario de la revolución polaca de 1830 y se pensaba que la emancipación polaca del opresor ruso era la condición necesaria para la emancipación del proletariado.

Marx escribió una hoja volante que distribuyó la Asociación Obrera Educacional Comunista de Londres, cuyos miembros eran casi todos proletarios alemanes, que «El problema polaco es el problema alemán. Sin una Polonia independiente no habrá una Alemania independiente, unida… En este momento crucial, la clase obrera alemana debe a los polacos, al mundo y a su propio honor una enérgica protesta contra la traición alemana frente a Polonia, que es al mismo tiempo una traición a Alemania y a Europa. Debe inscribir en su bandera, con letras de fuego, la reconstrucción de Polonia» (citado por Henrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, págs. 233-234).

El lema de la Internacional rezaba: «Resistencia a la intrusión rusa en Europa. Rehabilitación de Polonia». El zar era visto como el último recurso de las potencias reaccionarias contra la revolución, lo que ya venía diciendo Marx desde 1842 en los tiempos de la Gaceta Renana.

Y así seguiría siendo diez años después como apuntaba Engels: «Hoy la Rusia oficial sigue siendo el santuario y escudo de la reacción europea, sus ejércitos son la reserva de todos los otros ejércitos que se ocupan de la eliminación de las clases trabajadoras de Europa» (Friedrich Engels, «Hungría y el paneslavismo», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, 2008, pág. 121).

A diferencia de la Segunda y la Tercera Internacional, la Primera Internacional no se orientó oponiendo las posiciones «internacionalistas» frente a las «nacionalistas», pues la asociación tuvo su origen en la causa nacionalista de los polacos frente al Imperio del zar de todas las Rusias. Si bien es cierto que Polonia no era por entonces una nación política, sino una nación étnica que pretendía ser nación política (un Estado soberano e independiente).

De hecho, el mismo Marx no pensaba que la Internacional fuese un proyecto antinacionalista, y condenaba frente a Mazzini la idea de convertir a la Internacional en un «gobierno central […] de la clase obrera europea» (citado por Sperber, Karl Marx, pág. 343).

Cuando alguno de los miembros del Consejo General afirmaron que ya no existía las naciones, Marx le respondió con impecable ironía, para regocijo de los miembros ingleses presentes: «nuestro amigo Lafargue, etcétera, que ha abolido las nacionalidades, nos lo ha dicho en francés, esto es, una lengua que el noventa por ciento [de] este auditorio no comprende» (citado por Sperber, Karl Marx, pág. 343).

Los afiliados franceses de la Internacional postulaban, según el diagnóstico de Marx, un «stirneriaiarismo proudhoniano» desde el que declaraban conductas todas las naciones y pedían que se desintegrasen en pequeños «grupos» para que formasen una «Liga» pero nunca un Estado.

A lo que Marx comentaba con sátira e ironía: «Supongo que esta “individualización” de la humanidad y su correspondiente “mutualismo” se implantarán de tal modo que se detenga la historia en todos los países y el mundo entero se siente a esperar, hasta que sus habitantes hayan adquirido la capacidad suficiente para hacer una revolución social. Una vez conseguido esto, se hará el experimento, y el mundo, asombrado y convencido por la fuerza del ejemplo, seguirá la misma senda» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 358).

En el discurso inaugural de la Internancional, el comtista Beesly presentó la institución naciente como «alianza anglo-francesa llamada a defender las libertades del mundo» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 448) y «mejorar la justicia en la Tierra con un centro de cooperación y contacto entre trabajadores» (citado por Escohotado, Los enemigos del comercio II, pág. 450).

Una institución metapolítica

Desde el materialismo filosófico hemos de señalar que la Asociación Internacional de Trabajadores era una institución metapolítica, con pretensiones universalistas al poner como sujeto y objeto al Género Humano. Pero el Género Humano no existe salvo como especie zoológica. Políticamente, por mucho que se hable de «geopolítica» en un mundo positivamente globalizado (véase Daniel López, Historia del globalismo, Sekotia, 2022), el Género Humano no puede llevar a cabo ninguna acción, porque esa señora llamada «Humanidad», la de los 8.000 millones a estas alturas del siglo XXI, está distribuida en diferentes Estados que, en polémica entre los mismos mediante alianzas coyunturales, mantiene en su seno una dialéctica de clases, así como enfrentamientos étnicos, religiosos y culturales (que también pueden ser internacionales).

También era así, mutatis mutandis, en el decimonónico siglo en el que vivió plenamente Marx y en el que se fundó la Primera Internacional, y en el siglo XX cuando se derrumbó la Segunda Internacional al estallar la Primera Guerra Mundial (la Gran Guerra en la que no se solidarizaron proletarios franceses y alemanes contra sus respectivas burguesías) o en plena Segunda Guerra Mundial cuando se clausuró la Tercera Internacional (sustituida en 1947 por una alianza entre diferentes países comunistas llamada Kominform, que cerró en 1956 Nikita Jrushchov).

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