La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (II)

La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (II). Adriano Erriguel

La Historia en el ADN

La raza no es una realidad que pueda seguir ocultándose bajo la alfombra. A ello ha contribuido, de forma decisiva, un hecho que ha supuesto una ruptura epistemológica – una auténtica revolución – en las ciencias naturales. En el año 2003 se publicó el primer mapa completo del genoma humano, como resultado de un proceso científico de más de dos décadas. ¿Cuál ha sido su impacto sobre el estudio de las diferencias humanas? ¿De qué manera afecta al dogma de la inexistencia de las razas?

El “Proyecto Genoma Humano” comenzó sus actividades en 1984 y se inauguró definitivamente en 1990, con la misión de determinar la secuencia de pares de bases químicas que componen el ADN. Objetivo final: cartografiar los genes de un genoma humano promedio. La publicación de la primera secuencia completa – en abril 2003, por el Instituto Nacional de Investigación del Genoma en los Estados Unidos – supuso la culminación exitosa del proyecto. La historia está inscrita en la hélice ADN; la genética se perfila como clave de comprensión del pasado. Las preguntas ¿quiénes somos? y ¿cómo hemos llegado hasta aquí? se enfrentan a una nueva avalancha de datos. 

El fin de la “tabla rasa”

Para calibrar el impacto cultural de la decodificación del genoma es preciso asomarse al consenso que, al abordar las diferencias humanas, se había impuesto en las décadas anteriores. Para simplificarlo mucho, esta visión ideológica se resume en la idea de la “tabla rasa” (blank slate), en la teoría de que el comportamiento humano no tiene una explicación genética y la naturaleza humana consiste, básicamente, en una tabla rasa sobre la que la cultura puede escribir. Por razones fácilmente comprensibles, esta visión es especialmente atractiva para los “progresistas” que consideran que el hombre es un ser moldeable a voluntad. El principio de la tabla rasa, erigido como barrera intelectual frente al racismo, viene a sugerir la curiosa tesis de que el hombre está de algún modo “exceptuado” de las leyes generales de la evolución que rigen para los seres vivientes. Una de sus formulaciones más conocidas, en el siglo XX, fue la del paleontólogo Stephen Jay Gould. 

En una expresión que hizo fortuna, Gould afirmaba que las diferencias “raciales” (el color de piel, la forma del pelo) son “tan profundas como la piel” (skin deep); es decir, son tan vistosas como superficiales. Para este investigador – cuyos argumentos se hacen eco de los de Richard Lewontin – estas diferencias, que aparecieron en un estadio reciente de la evolución humana, no suponen variaciones sustanciales del material genético de la especie Homo Sapiens.De hecho – insistía todavía Gould en 2004 – “lo que llamamos selección natural es casi irrelevante en la evolución humana. No ha habido cambios biológicos en los humanos en los últimos 40.000 o 50.000 años. Todo lo que llamamos cultura y civilización ha sido construido con el mismo cuerpo y el mismo cerebro”.[1]Conclusión aparente: tras el fin de la salida de África de los primeros ejemplares humanos, la evolución de la especie se detuvo.[2]

Las implicaciones de este argumento son claras: todos los seres humanos son iguales; no hay base biológica alguna para sostener la idea de raza; la idea de raza es una construcción académica, cultural y social. En una clave más politizada el dogma reza más o menos así: las razas son “una forma artificial de asignar a la gente en grupos, de consolidar el poder de las mayorías que establecen las reglas de clasificación racial, reglas que les permiten controlar a las minorías raciales”.[3]La expresión “racializado” – equivalente a “racialmente asignado” – es el santo y seña para los comulgantes en esta idea. 

A pesar de las polémicas a que dio lugar, la idea de tabla rasa – con el apoyo del posmodernismo universitario y los “estudios culturales–  adquirió pronto un rango semioficial.[4]En sus formulaciones más entusiastas, este discurso presenta a las razas como algo parecido a alucinaciones visuales, como espejismos de mentes febriles, patologías peligrosas que mucha gente debería hacerse mirar.[5]

En este panorama irrumpió la decodificación del genoma humano.

¿Ideología versus biología?

Todos los sistemas dogmáticos tienen un sanctasantórum, un reservorio de Verdades cuyo cuestionamiento constituye profanación o sacrilegio. El sanctasantórum de los negadores de la raza consiste en afirmar que las diferencias genéticas nada tienen que ver con los índices de inteligencia (IQ) de las poblaciones. Un ejército de vigilantes se alinea para defender este dogma frente a los ataques del Maligno: el nuevo “racismo científico”. Pero ¿existe hoy de verdad un nuevo “racismo científico”?

La decodificación del genoma humano ha planteado cuestiones que a muchos les resultan incómodas. En primer lugar, la evidencia de que la evolución humana “es un proceso continuo que ha proseguido de forma vigorosa durante los últimos 30.000 años, y casi con toda certeza también a través de la época histórica y hasta el día presente – aunque la evolución más reciente sea difícil de calibrar”.[6]Evidentemente, esto entra en colisión con la idea de que las diferencias entre las sociedades humanas son meramente culturales, así como con la idea de que la evolución humana no influye sobre la configuración de las civilizaciones. Del análisis del genoma se desprende que existe una realidad biológica que, en épocas anteriores, era conocida como “raza”. Lo cual no debería conducirnos a un fetichismo de las palabras; nada impide buscar otro término, si se considera que “raza” tiene un bagaje cultural intolerable.[7]En cualquier caso abre hoy un replanteamiento de la cuestión, así como la superación de las barreras dogmáticas que se oponen al avance del conocimiento.

¿Barreras dogmáticas? Nos encontramos ante un debate que, desde hace más de un siglo, ha sido secuestrado por apriorismos ideológicos de uno y otro signo. “Todos los genetistas son una especie de fascistas”, afirmaba en los años 1930 la prensa cultural de Stalin. Los prejuicios que a veces se expresan frente a la investigación del ADN parecen retrotraerse a aquella época.[8]Sea como fuere, desde la época de Franz Boas la doctrina oficial repite que los comportamientos humanos están solo modelados por la cultura, y que ninguna cultura es superior a otra. “Un punto de vista – escribe Nicholas Wade – del que se sigue que todos los seres humanos son intercambiables más allá de sus culturas, y que las sociedades complejas deben su mayor fuerza y prosperidad a accidentes fortuitos, tales como la geografía”.[9]¿Qué hacer frente a las evidencias que apuntan a otro tipo de factores?

La falacia del “hombre de paja” sirve para estigmatizar como racistas las voces discrepantes. Una forma socorrida es la acusación de “determinismo genético”, como si alguien defendiese que hay pueblos “condenados” en razón de sus genes, como si alguien afirmase que hay “razas superiores”. Pero más allá de algún racista obtuso, ningún científico serio defiende que los seres humanos estén determinados por sus genes. De lo que se trata es de investigar hasta qué punto los genes son un factor más – ni siquiera el más importante– en la configuración del comportamiento. Faltan datos para precisar de qué manera – y con qué intensidad– los comportamientos sociales tienen una base genética. Pero la decodificación del genoma abre un camino antes vedado: determinar qué regiones del genoma se encuentran bajo presión evolutiva, y por cuanto tiempo han estado sometidas a esa presión.[10]Lo cual ya arroja algunas conclusiones incómodas.

Primera conclusión: la evolución es un proceso continuo. Poco después de secuenciarse el genoma, un equipo de antropólogos y genetistas lanzó la provocativa hipótesis de que la evolución adaptativa del Homo Sapiens no sólo no se detuvo hace decenas de miles de años, sino que en realidad se aceleró en los últimos 10.000 años, como consecuencia de la transición a la agricultura y sus cambios en dieta, densidad de población, tecnología, economía y cultura.[11]En el estadio actual de la genética de poblaciones – señala Charles Murray – “no se puede detectar el origen de adaptaciones anteriores a 30.000 años, lo que por definición significa que sí se pueden identificar adaptaciones ocurridas mucho después de la salida de África”. Por ejemplo, en un estudio realizado en 2016 sobre la población británica, se identificaron mutaciones que, durante los últimos 2000 años, afectaron a la persistencia de la lactosa, al cabello rubio y a los ojos azules.[12]Estos resultados vienen a echar por tierra la tesis – defendida desde los años 1980 por Stephen Jay Gould – de que desde la salida de África la evolución humana es “tan superficial como la piel”.  

Pero hay además otra conclusión relevante: los análisis concluyen que las regiones del genoma bajo presión evolutiva varían en función de los antepasados y de la geografía, lo que viene a confirmar los análisis por “clusters” que venían realizándose desde los años 1990. Todo lo cual resulta en un cuadro general que se ajusta – para escándalo de algunos – a las percepciones más habituales sobre la existencia de “razas”.[13]

El tabú de la inteligencia

La vinculación entre raza e inteligencia es un tema que conviene abordar con extrema prudencia; al fin y al cabo – señala Nicholas Wade –  se sabe todavía muy poco sobre los genes que gobiernan el cerebro humano. Pero la falta de evidencias no impide emitir hipótesis razonables. ¿En qué medida las diferencias raciales se traducen en diferencias de inteligencia? ¿En qué medida las diferencias de inteligencia influyen sobre el éxito o el fracaso, la riqueza o la pobreza de las naciones?

La cuestión de las razas y la inteligencia es un campo de minas. Los genetistas viven en el terror de llegar algún día a comprobar que existen razas “más inteligentes” que otras; por eso, cada vez que se abre un campo de investigación se apresuran a descartar esa hipótesis. Una preocupación tal vez innecesaria. Como señala Nicholas Wade, no es probable que se identifiquen – no al menos en un futuro próximo– la existencia de variantes genéticas que, dentro de cada raza o población, favorezcan la inteligencia. Y aunque así fuera, lo más sencillo será seguir recurriendo a los test de inteligencia (IQ) para efectuar comparaciones. Es precisamente ahí – en los test IQ – donde han tenido lugar los debates más enconados, especialmente en lo relativo a las diferencias entre negros y blancos en Estados Unidos. No pocos investigadores han arruinado sus carreras al internarse en esta zona prohibida, algo que debería ser más que suficiente para espantar curiosos. Pero como suele suceder, la censura se revela a largo plazo impotente para ahogar el debate.[14]

En realidad, casi nadie discute que los test de inteligencia muestran diferencias entre unas poblaciones y otras. El debate se centra en determinar las causas de esas diferencias. Para simplificarlo al máximo, en el debate se enfrentan dos posiciones:

  • Los partidarios del enfoque del “entorno” (environmentalism), que consideran que las diferencias de inteligencia se deben exclusivamentea las condiciones culturales de educación, nivel de riqueza, integración social, factores fortuitos, etcétera. Es la posición conocida como culturalista.
  • Los partidarios del enfoque “hereditario” (hereditarianism) que consideran que las diferencias de inteligencia derivan de una interacción entre factores culturales y factores genéticos. Es la posición biologista.

Los culturalistas suelen cuestionar la metodología de los test IQ, su carácter culturalmente sesgado, su inestabilidad y sus variaciones. A pesar de todo ello, el consenso entre los expertos – señala el psicólogo evolutivo Russell T. Warne –  “se orienta hoy al reconocimiento de que existe, al menos de forma parcial, un componente genético en el coeficiente intelectual de las distintas poblaciones”.[15]Este consenso sigue chocando con la creencia de los no expertos – antropólogos culturales, sociólogos, periodistas y políticos– que mayoritariamente se adhieren a las tesis culturalistas. 

Los partidarios de la explicación hereditaria se apoyan en el enfoque evolucionista. Se calcula que los primeros grupos humanos abandonaron África hace 80.000-130.000 años. Sus descendientes se vieron confrontados a una lucha por la supervivencia en distintos ambientes, lo que resultó en una presión adaptativa que, de forma inevitable, dejó su impronta en los genes. “Sería ingenuo pensar – añade Russell T. Warne – que la evolución solo crea diferencias en el color de la piel, la estatura y otros rasgos físicos. La evolución no se limita a trabajar de la nuca hacia abajo. Cada parte del cuerpo humano – incluido el cerebro – está sujeto a las leyes de la evolución. Los diferentes ambientes crearon sutiles diferencias en la textura genética del cerebro, lo que pasó a manifestarse en diferencias en el comportamiento de unas poblaciones y otras”.[16]

En este punto se cruza otro debate recurrente: la relación entre volumen cerebral e inteligencia. Desde un punto de vista evolucionista, Vincent Sarich y Frank Miele señalan que es inevitable pensar que hay una relación entre uno y otra. Según estos autores, esta hipótesis depende no tanto de los datos de los que ya disponemos, sino de la propia lógica del planteamiento evolucionista. La carga de prueba residiría en la hipótesis contraria: no hay relación entre inteligencia y tamaño del cerebro.[17]Una tesis que el palonteólogo Stephen Jay Gould había intentado desmontar en su libro The mismeasure of Man (1981), una obra muy discutida 30 años más tarde, cuando se dejó entrever que Gould podría haber incurrido en fraude científico movido por su antirracismo militante.[18]  

Hipótesis razonable: así como hay rasgos físicos que evolucionan asociados a los cambios genéticos (el color de piel es un ejemplo), es razonable pensar que la evolución de algunos comportamientos sociales puede estar asociada – al menos en parte – a la evolución adaptativa del cerebro y a cambios en los genes. Lo que nos sitúa ante la cuestión de en qué manera los factores genéticos pueden influir en el éxito o el fracaso de las colectividades.

Riqueza y pobreza de las naciones

En contra de la opinión de muchos filósofos, no existe – no al menos a nivel instintivo – una moralidad universal.  La naturaleza social del hombre se manifiesta, ante todo, de forma local: en el sentido de pertenencia al grupo; en la confianza hacia los semejantes; en la desconfianza hacia los extraños. La oxytocina u “hormona de la confianza” está asociada a ese instinto; un mecanismo de selección natural fácilmente comprensible, habida cuenta de que quien confía ciegamente en los demás tiene escasas posibilidades de supervivencia. 

Más allá del instinto de confianza, la agresividad – mejor dicho, el espectro de comportamientos que median entre agresividad y timidez–  es otro ejemplo de adaptación evolutiva del comportamiento. Según diversos estudios, la estructura genética que regula la agresividad en los seres humanos – calculada entre un 37% y 72% –  difiere no sólo entre los individuos, sino también entre las poblaciones o etnias.[19]Estas evidencias apuntan a la existencia de una base genética en los comportamientos humanos. ¿Conduce todo esto a caer en el fatalismo de los genes? ¿Implica todo esto defender un “determinismo genético” que neutraliza la voluntad individual?

De ninguna forma. Los genes no determinan el comportamiento, sino que crean una propensión a obrar de determinada manera. Los cambios culturales son los decisivos a la hora de organizar los comportamientos. Lo que tampoco significa que, a través de la manipulación del entorno, se pueda orientar la carga genética en cualquier sentido. Pero lo que sí parece claro es que, a mayor complejidad cultural e institucional, menor relevancia tendrá la herencia genética sobre el comportamiento de los hombres. Lo contrario cabe suponer en el caso de los individuos procedentes de sociedades menos complejas. Consideraciones todas ellas que abren el incómodo debate de determinar hasta qué punto el éxito o fracaso de las sociedades – su mayor o menor índice de estabilidad, desarrollo y riqueza– deriva de comportamientos vinculados a factores genéticos. Otra trampa mortal para investigadores intrépidos. 

Los test IQ han irrumpido de forma intempestiva en este debate. ¿Qué nos dicen sus resultados?

En el año 2002 el psicólogo americano Richard Lynn y el politólogo finlandés Tatu Vanhanen publicaron el libro IQ y la Riqueza de las Naciones, en el que sostenían que existe una correlación entre el PIB y la media de coeficiente intelectual en los distintos países.[20]Según esta tesis, las diferencias de IQ constituyen un factor importante – que no el único– en la conformación de la riqueza nacional y los índices de crecimiento. Esta publicación le valió a Vanhanen una acusación por parte del Ombudsman finés (finalmente desestimada) por “incitación al odio contra grupos étnicos”. Una década después Lynn y Vanhanen actualizaron sus estadísticas, y las dieron a conocer en un nuevo libro en el que correlacionaron el IQ no sólo con la riqueza, sino también con otros índices de civilización, como la salud, la criminalidad y el nivel de corrupción.[21]Richard Lynn, por su parte, había publicado un libro – Diferencias Raciales en la Inteligencia (2006) – en el que calculaba los índices medios de coeficiente intelectual en las “razas” identificadas por la antropología clásica.[22]Las conclusiones de Lynn no fueron especialmente optimistas. Según sus conclusiones, existe probablemente un “nivel crítico” o “punto de no retorno” en el que, por debajo de cierta media de coeficiente intelectual, es imposible mantener una sociedad moderna, tecnológica y autorregulada. “En esos casos – añade – la única alternativa al caos o al retroceso tecnológico y económico es la imposición (a veces draconiana) de una fuerza exterior”.[23]

Evidentemente, es fácil imaginar el alud de descalificaciones que, con semejantes conclusiones, cayó sobre Flynn y Vanhanen. Muchas de esas críticas se centraban en los fallos metodológicos y en inconsistencias sobre la interpretación de datos.  En parte como respuesta a estas críticas, el politólogo alemán David Becker recalculó desde cero todos los resultados; éstos fueron publicados por Becker y Flynn en un nuevo libro en 2019, y se mantienen actualizados on-line.[24]

¿Tiene las diferencias en IQ una base genética? Aunque no hay datos concluyentes, tampoco hay razones para descartarlo. Por ejemplo, los trabajos del antropólogo italiano Davide Piffer apuntan a variantes genéticas que pueden correlacionarse con altos niveles de educación y – last but not least– con el factor mensurable del volumen del cerebro.[25] Un campo de estudios en expansión.

¿Qué dice al respecto el consenso ideológico imperante?

Prietas las filas

Frente a la llamada “nueva ofensiva del racismo científico”, el mainstream académico, político y mediático ha cerrado filas en torno a la tesis del “entorno”. Y lo hacen abiertamente por razones morales: defender la vinculación entre los genes y la inteligencia es “malo”, es “peligroso” y es “racista”. Una posición psicológicamente confortable, porque permite vislumbrar una salida. Como escribe el filósofo norteamericano Michael Levin “el conflicto racial ocasionado por las discriminaciones puede solucionarse si se suprime a los discriminadores; pero el conflicto que no resulta de una discriminación es menos tratable, y por lo tanto más alarmante”.[26]Los defensores del consenso suelen acusar al enfoque hereditario de “pesudociencia” o de “terraplanismo”. Sus contradictores replican que, al afirmar que la evolución humana se detuvo al nivel de la piel – y nunca alcanzó a la mente–, se está defendiendo que “la sociedad” y “el entorno” actúan como un aristotélico “motor inmóvil” de las variaciones humanas; una posición – añade Michael Levin – muy parecida al “creacionismo”.[27]No en vano, la corrección política tiene un toque de unción religiosa.

Pero no todos se pliegan ante el status quo ideológico.Especialmente en los Estados Unidos, donde los estudiantes de origen asiático (normalmente a la cabeza en los test de inteligencia) se sienten perjudicados por las políticas de discriminación positiva a favor de otras minorías. Un dato significativo: según datos de 2019, en Silicon Valley – epicentro de la ideología multiculturalista– los afroamericanos sumaban un 2% de los empleados de Google y un 3% de Facebook (1% en los empleos técnicos) mientras los asiáticos conformaban el 36% y el 42%, respectivamente.[28]Los llamados “estudios de adopción transrracial” (transracial adoption studies) plantean también preguntas incómodas. ¿Por qué los niños adoptados procedentes de Corea del Sur y extremo oriente presentan, al cabo de los años, mejores índices de rendimiento escolar que los adoptados de otras áreas geográficas? ¿Cómo es ello posible, si las condiciones de adopción (estatus socioeconómico de los hogares de acogida, nivel educativo de los adoptantes) son básicamente las mismas? Otro debate en curso entre culturalistas y biologistas. 

Tal vez el giro venga impulsado, en los próximos años, por minorías étnicas ajenas a complejos de culpa.

¿Hacia un nuevo “realismo racial”? 

El dogma de la inexistencia de las razas comenzó a agrietarse tras la aparición de Internet. La proliferación de blogs independientes y de trabajos de investigación en red permitió sortear el “cordón sanitario” académico-institucional. Pero el punto de inflexión vino, sin duda, de la mano de la medicina. 

En el año 2000 la psiquiatra norteamericana Sally Satel publicó el libro Cómo la corrección política está corrompiendo a la medicina, en el que denunciaba que la negativa a discriminar entre razas – especialmente en los ensayos de medicamentos– acarreaba un severo coste en vidas.[29]En efecto, las evidencias médicas conducían a concluir que, desde hacía décadas, los efectos de ciertos medicamentos varían en función de las poblaciones, y que hay razas o grupos étnicos más propensos que otros a determinadas enfermedades. Los científicos más sensibilizados hacia las minorías vulnerables eran los primeros interesados en este planteamiento revisionista. En 2001 la autoridad sanitaria de Estados Unidos autorizó, por primera vez en su historia, el primer ensayo clínico dirigido exclusivamente a los afroamericanos. En 2005 se autorizó la primera patente para un medicamento dirigido a un grupo étnico.[30]En este contexto ¿es posible hablar de “racismo científico”?

En una sonada tribuna del New York Times (23 de marzo 2018) el genetista David Reich – investigador en Harvard, reconocido como máxima autoridad en el estudio del DNA – afirmaba lo siguiente: “si bien comprendo la preocupación por la posible utilización de los descubrimientos genéticos para justificar el racismo, como investigador de genética sé que ya no es posible seguir ignorando las diferencias genéticas entre las “razas” (…) Las diferencias entre las poblaciones no se limitan a determinantes genéticos que afectan a rasgos como la piel, sino también a rasgos más complejos que afectan al volumen corporal o a la propensión a enfermedades. Estos factores genéticos permiten explicar por qué los europeos del norte son en general más altos que los del sur, por qué la esclerosis múltiple es más común entre los americanos de origen europeo, por qué las enfermedades del hígado afectan más a los afroamericanos (…) La tecnología de secuenciación del DNA hace posible medir, con exquisita exactitud, qué fracción de la ascendencia genética de un individuo se remonta en 500 años a África occidental, antes de que en América se mezclasen los poolsgenéticos de europeos y africanos, que habían estado casi completamente aislados durante 70.000 años (…) Con la ayuda de todas estas herramientas, estamos aprendiendo que, aunque la raza tal vez sea un constructo social, las diferencias en la ascendencia genética que se corresponden con muchos de los actuales constructos raciales, son reales.

El artículo de David Reich es muy significativo, no sólo por lo que dice sino por cómo lo dice: por los caveat, concesionesy proclamaciones virtuosas con las que se blinda ante la previsible lapidación mediática. Quizá la más sustanciosa sea la siguiente: “estoy muy preocupado porque la gente bien intencionada – que niega que puedan existir diferencias biológicas sustanciales entre las poblaciones humanas – esté atrincherándose en una posición indefensible que no sobrevivirá ante los avances de la ciencia. Estoy también preocupado ante la posibilidad de que, cualesquiera que sean los descubrimientos que se hagan – y no tenemos todavía ni idea de en qué consistirán – estos serán citados como “prueba científica” para sostener los prejuicios racistas y determinadas agendas (…). Y la gente bien intencionada no podrá rebatirles, porque no entenderán suficientemente las cuestiones científicas”.[31]

Una preocupación justificada. Al reclutar a la ciencia para apoyar su agenda ideológica los antirracistas juegan a un juego peligroso. Porque olvidan que, como hechos de la naturaleza, las diferencias raciales no tienen una dimensión moral. Existen o no existen. La realidad – señala el filósofo norteamericano Michael Levin – tal vez pueda frustrar nuestros deseos, pero en sí misma no es ni buena ni mala. Si ser racista es algo malo, las diferencias raciales – si es que existen– no son racistas.[32]  

Extraños compañeros de cama

Las “guerras culturales” hacen extraños compañeros de cama. A los nuevos “realistas raciales” – o “racistas científicos”, según sus detractores– les está saliendo un inesperado aliado: los llamados “Guerreros de la Justicia Social” (SJW, en inglés) y la izquierda “Woke”. 

Nos encontramos ante un cambio radical de paradigma. Para comprenderlo es preciso retrotraerse hasta al año 2000: en ese año los líderes del Proyecto Genoma Humano – imbuidos de fervor humanista – anunciaron triunfalmente que “el genoma humano no contiene verdaderas diferencias raciales; todos pertenecemos a una sola raza: la raza humana”. Una afirmación (adobada en pensamiento John Lennon) que resultó polémica, no sólo porque los resultados del Proyecto apuntaban justamente a lo contrario, sino porque suscitó la protesta de aquellos sectores científicos que, desde hacía años, reivindicaban una investigación médica más inclusiva hacia las minorías raciales. Un episodio significativo del cambio de rumbo que se estaba forjando. 

¿Hacia un nuevo pensamiento racial? En un artículo publicado en 2014, la investigadora Duana Fullwiley (Universidad de Standford) describía la emergencia de lo que denominaba una “nueva síntesis”: la de las nociones tradicionales de tipología racial asociadas a un marco conceptual progresista, dirigida al empoderamiento de las minorías raciales.[33]Según explica Fullwiley, los investigadores están hoy convencidos de que “existe un nivel de realidad biogenética en las categorías raciales, y que no explorarlo sería racismo, un perjuicio para las comunidades minoritarias”. Una afirmación que deja con el pie cambiado al antirracismo negacionista.

La expresión “nueva síntesis” no es fortuita. Como hemos visto, así se denominaba al enfoque que Julian Huxley y otros investigadores promocionaron en los años 1940, con el objetivo de dejar atrás la idea de “razas” y sustituirla por el enfoque de “poblaciones”. Pero la actual “nueva síntesis” –apunta Duana Fullwiley – camina en dirección contraria a la de aquél humanismo redentorista. La tendencia es hoy rescatar los viejos enfoques (como la noción de “tipos raciales puros” o la medición de características físicas) para integrarlos en las nuevas actitudes de inclusión democrática, diversidad multicultural y antirracismo. El nuevo pensamiento racial recurre a indicadores como la frecuencia alélica entre poblaciones o la descripción cuidadosa de los ascendientes, para correlacionarlos con las disparidades en materia de salud y otros datos que reflejan las desigualdades sociales y raciales. Lo que abre un amplio abanico de consecuencias prácticas. Por ejemplo: sobre cálculo de riesgos de enfermedad en grupos de población, sobre cuestiones de identidad (boomde las empresas de trazabilidad genética) y también en materia de Estado de derecho (medicina forense, defensa coercitiva de la ley). 

¿Qué significa todo esto? 

Pensar en términos de “raza” se está convirtiendo en algo aceptable, al menos en el ámbito científico. Incluso cuando para ello se recurre a rebuscados eufemismos – tales como la “ascendencia continental genética”, las “variaciones genéticas significativas” o los “clusters característicos de alelos”–  en contra del principio de economía del lenguaje.

Las “guerras culturales” se hacen eco de esta nueva síntesis. Por mucho que se proclame antirracista, la ideología woke hace de la raza el factor decisivo de la sociedad. Con una salvedad: hablar de “raza” es racista en el caso de los blancos, pero es antirracista en el caso de los no blancos. Las expresiones como “orgullo racial” y “traición a la raza” son cada vez más normales entre los activistas “racializados”. Lo que tal vez sea una concesión al principio de economía del lenguaje. O puede que simplemente ya les resulten fatigosos los eufemismos y las pedanterías emanadas de los “estudios culturales”, y prefieren llamar a las cosas por su nombre.                 

(Continúa….)


[1]Stephen Jay Gould, “The Spice of Life: An Interview with Stephen Jay Gould”, Leader to Leader 15 (Winter 2000), pp. 14-19. Citado por: Charles Murray en Human Diversity, The Biology of Gender, Race and Class. Twelve. 2020, p.131

[2]Nos atenemos a la tesis de “África, cuna de la humanidad” como consenso científico actual, lo cual no implica considerarla una Verdad que nunca pueda verse modificada. De hecho, ya lo está siendo. Si el consenso científico decía hace años que el primer Homo Sapiens apareció hace 195.000 años en Etiopía (sitio de Omo Kibish), los recientes descubrimientos en Marruecos (sitio de Jebel Irhoud) sitúan la aparición del Homo Sapiens hace 315.000 años. Otra pista son las huellas dejadas por homínidos, como las localizadas en Tachilos (Creta) que se remontan al menos a 5,6 millones de años. O los restos fósiles de mandíbula (Pyrgos, Grecia) y premolares (Azmaka, Bulgaria) correspondientes a un homínido denominado “Graecopithecus freybergi” que vivió en Europa hace 7,37 millones de años. Todo parece indicar que la “cuna de la humanidad” podría continuar moviéndose durante los próximos años, ya sea dentro o fuera de África. Como señalan Jean-Jacques Hublin (Instituto Max Plack) y Abedelouahed ben-Nacer (Instituto nacional de Arqueología de Marruecos):”nos alejamos cada vez más de una visión lineal de la evolución humana”. (Nature, 7 junio 2017).      

[3]Charles Murray,Human Diversity. The Biology of Gender, Race and Class. Twelve 2020, p.132

[4]Entre las polémicas en torno a la “tabla rasa” destaca la ofensiva académica progresista contra el entomólogo y biólogo americano Edward O. Wilson, quien en su libroSociobiología(publicado en 1975) defendió la tesis de que determinados comportamientos sociales tienen una base genética. La tesis de la tabla rasa fue también atacada por el psicólogo experimental y lingüista Steven Pinker en su libro La tabla rasa, la negación moderna de la naturaleza humana(traducción española en Paidós 2003). En su libro, Pinker afirma que el comportamiento humano es, en parte, consecuencia de adaptaciones que la psicología evolutiva puede explicar, y que la mente humana evolucionó por selección natural al igual que otras partes del cuerpo. En 2020 varios cientos de académicos solicitaron en una carta abierta la expulsión de Pinker de la lista de la Sociedad Lingüística de América por su “actitud de acallar las voces de la gente que sufre debido a la violencia racista y sexista”. 

[5]En su libro Como ser un Antiracista(How to Be An Antiracist, 2019) el universitario norteamericano Ibram X. Kendi desarrolla la idea del“racismo metastásico”: una patología que podría someterse a tratamiento como si se tratara de un cáncer. Una visión más radical equipara al “nacionalismo blanco” (el racismo es siempre necesariamente blanco) con los cánceres derivados de las llamadas “mutaciones germinales” (germline mutations) que se transmiten de padres a hijos. Es decir, el racismo sería una tara de nacimiento del hombre blancoy funciona como una especie de tumor infeccioso. El remedio no puede ser únicamente terapéutico, se requieren también medidas coercitivas – control policial y justicia criminal– para evitar la propagación de la enfermedad. Brandon Ognunu, “White Nationalism is Far Worse than a Disease”, Wired.com       

[6]Nicholas Wade, A Troublesome Inheritance. Genes, Race and Human History. Penguin 2015, p.1. 

[7]El arqueólogo David Anthony (Universidad de Harvard) escribe: “La raza es un constructo cultural que cada individuo definiría de forma diferente (…) Nunca empleamos la palabra “raza” para referir a una población prehistórica, puesto que el vocablo nos hace pensar de una forma moderna y anacrónica, y nos referimos en cambio a los individuos que comparten ascendencia genética como redes de emparejamiento”. A cada cual decidir si resulta útil sustituir la palabra “raza” por “redes de emparejamiento”.

David Anthony, “Los Yamnaya y la arqueología de los orígenes indoeuropeos”, revista Desperta Ferronº 33, octubre 2020, pp. 32-33. 

[8]Difícil no recordar el escándalo de Trofim Lysenko, perito agrícola que negaba las Leyes de Mendel y que, en los años 1930, fue elevado a la gloria científica por las autoridades soviéticas. Las consecuencias fueron funestas tanto para sus oponentes científicos como para las cosechas de cereales. Según el dogma oficial de entonces, los genes eran “burgueses” y “contrarrevolucionarios”. Cuando la ideología intenta corregir a la biología…    

[9]Nicholas Wade, A Troublesome Inheritance. Genes, Race and Human History. Penguin 2015, p.6. 

[10]Charles Murray, Human Diversity. The Biology of Gender, Race and Class.Twelve 2020, p. 172.

“Hace falta ser muy ignorante o muy cegado por la ideología – escribe la periodista sueca Karin Bojs – para ver hoy una contradicción entre ambos polos: la herencia y el medio ambiente”Karin Bojs, Mi Gran Familia Europea, Los primeros 54.000 años. Una historia de la humanidad. Ariel 2017, p. 416.

[11]Charles Murray, Human Diversity. The Biology of Gender, Race and Class.Twelve 2020, pp. 162-163. 

[12]Charles Murray, Obra citada, pp. 173-176.

[13]La afirmación – popularizada por Stephen Jay Gould– de que “la raza es tan superficial como la piel”  (skin deep) implica en realidad el reconocimiento de que el color de la piel es un factor biológico y hereditario. Siendo eso así, es contradictorio pensar que el color de la piel es explicable “racialmente”, pero que otros elementos de la biología, del comportamiento y de la capacidad cognitiva del ser humano no lo son. 

¿Cuáles son los orígenes de la piel blanca? Los de una evolución adaptativa al entorno. Se estima que la piel blanca no existía hace más de 10.000 años. A partir de esa época, la innovación de la agricultura provocó la expansión de grupos humanos a regiones de inviernos más largos y de menos luz solar. La agricultura supuso mayor dependencia de las cosechas y menos acceso a frutas, vegetales y otras fuentes de vitamina D. La piel blanca se desarrolló como una ventaja en tales ecologías, al permitir absorber mayor luz ultravioleta del sol y sintetizarla en vitamina D. 

[14]La publicación en 1969 de promedios raciales en los test IQ por parte del psicólogo americano Arthur Jensen (1923-2012) provocó un estallido de indignación emocional en los Estados Unidos, con la necesidad de protección policial para este investigador. Hans Eysenck (1916-1997) – psicólogo escapado de la Alemania nazi – fue también objeto de agresiones físicas en los años 1970, tras publicar estudios sobre diferencias raciales en IQ. Desde entonces, la lista de investigadores sujetos a tácticas de intimidación (despidos, suspensión del permiso para enseñar, retirada de honores, negación de fondos de investigación, difamación, amenazas y violencia física) es casi interminable. Edward Dutton, Making Sense of Race, Washington Summit Publishers 2020, p.142-143.

[15]Russell T. Warne, In the Know. Debunking 35 Myths about Human Intelligence. Cambridge University Press 2020. Edición Kindle. 

[16]Russell T. Warne, In the Know. Debunking 35 Myths about Human Intelligence. Cambridge University Press 2020. Edición Kindle. 

[17]Vincent Sarich y Frank Miele, Race. The Reality of Human Differences.Westview 2005. P. 214.

[18]Stephen Jay Gould, The Mismeasure of Man.New York, W.W. Norton &Norton Company 1981. Las críticas a Gould fueron formuladas por Jason E. Lewis, David DeGusta y Marc Meyer en “The Mismeasure of Sciencie: Stephen Jay Gould versus Samuel George Morton on Skulls ans Bias”. PLoS Biology, June 7, 2011. (Fuente: Edward Dutton, Making Sense of Race. WSP 2020, pp. 169-170). 

[19]Nicholas Wade, A Troublesome Inheritance. Genes, Race and Human History. Penguin 2015, pp.51-57. La enzima asociada al instinto de agresión es el MAOA (monoamino oxidasa), que regula la degradación metabólica de serotonina y noradrenalina en el sistema nervioso. Ambos neurotransmisores han sido relacionados con la modulación de la agresión (https://www.sciencedirect.com). Un estudio realizado en Haifa entre individuos de 17 etnias diferentes arrojó un resultado de patrones de variación diferenciados entre unas poblaciones y otras. Un resultado parecido se obtuvo en un estudio realizado por la Universidad de Saint Louis sobre afroamericanos y caucásicos. Estos estudios sobre el MAOA no permiten concluir, por sí solos, que haya “razas más violentas” que otras. No se descarta que existan otros genes de alelo agresivo todavía no identificados.(N. Wade,Obra citada, p. 57).

[20]Richard Lynn y Tatu Vanhanen, IQ and the Wealth of Nations. Praeger 2002. 

[21]Richard Lynn y Tatu Vanhanen, Intelligence : A Unifying Construct for the Social Sciencies. Ulster Institute for Social Research 2012 (Fuente : Edward Dutton, Making Sense of Race, Washington Summit Publishers 2020, pp. 163-165).

[22]Richard Lynn, Race Differences in Intelligence.Washington Summit Publications 2015.

[23]Vincent Sarich y Frank Miele, Race. The Reality of Human Differences.Westview 2005, p. 230. 

[24]Richard Lynn y David Becker, The Intelligence of Nations.Ulster Institute for Social Research 2019. 

https://viewoniq.org/

[25]Edward Dutton, Making Sense of Race, Washington Summit Publishers 2020, pp. 165-166.

[26]Michael Levin, Why Race Matters.New Century Books 2016, p. 13. 

[27]Michael Levin, Why Race Matters.New Century Books 2016, p. 9.

[28]Girish Sahana “IQ tests can´t really measure human intelligence- but current economic model makes them necessary”. 17 enero 2019. https://scroll.in/

[29]Sally Satel, How Political Correctness is Corrupting Medicine. New York 2000. Fuente: Andreas Vonderach, Die Dekonstruktion der Rasse. Sozialwissenschaften gegen die Biologie. Ares Verlag 2020. 

[30]Ensayo autorizado en marzo 2001 por la Food and Drug Administration (FDA) de los Estados Unidos sobre el medicamento para la presión arterial BiDil y sus efectos específicos en ciudadanos de raza negra. El 23 de junio 2005 la FDA autorizó la patente para el BiDil. Fuente: Andreas Vonderach, Obra citada, p. 47.

En relación al COVID 19, se han emprendido investigaciones para determinar si existe relación entre sus niveles de impacto y las características genéticas de las poblaciones. Un tema en el que se reproduce la sempiterna polémica entre quienes achacan las diferencias a las condiciones socioeconómicas y quienes apuntan a diferencias genéticas. Sally Robertson, “Race-related differences in genetic determinants of COVID19 severity”, 11 Junio 2020 News Medical Life Scienciewww.news-medical.net

[31]David Reich, “How Genetics is Changing Our Understanding of “Race””. New York Times, 23-3-2018. Tal vez para desviar la atención, David Reich se suma en el mencionado artículo a dos lapidaciones mediáticas: a la del periodista científico Nicholas Wade (objeto de una campaña de difamación por su libro A Troublesome Inheritance) y a la del premio Nobel (1962) James Watson, descubridor en 1953 de la estructura del DNA, director en el Proyecto Genoma Humano. Según el Sunday Times Magazine, Watson declaró en una entrevista en 2007 que “los negros no tienen por qué poseer la misma inteligencia que los blancos” y se mostró “inherentemente pesimista sobre las perspectivas de África”. Watson fue expulsado de los proyectos en los que estaba trabajando, fue obligado a pedir disculpas y se convirtió en un apestado. https://www.nytimes.com/2018/03/23/opinion/sunday/genetics-race.html

[32]Michael Levin, Why Race Matters, New Century Books 2016, p.151.

[33]Duana Fullwiley, “The “Contemporary Synthesis”. When Politically Inclusive genomic Sciencie Relies on Biological Notions of Race”.

https://anthropology.stanford.edu/sites/g/files/sbiybj9346/f/fullwiley.contemporary.synthesis.2014.pdf

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