Las autonosuyas

Muchos de ustedes recordarán a Fernando Vizcaíno Casas, prolífico escritor y periodista de la segunda mitad del siglo XX. Estupendo abogado laboralista especializado en asuntos relacionados con las cuestiones jurídicas del mundo del teatro. La inmensa mayoría, a causa de la censura y triunfo de una cultura oficial pseudo intelectual de la izquierda represiva, han querido borrar y aniquilar otros tipos de manifestaciones artísticas, literarias en este caso, de aquellos que no comulgaban con el discurso oficial triunfante. Vizcaíno Casas es un ejemplo. Autor de más de una cuarentena de libros de enorme éxito editorial, con más de cuarenta millones de libros vendidos, es un claro exponente de la discriminación señalada. La lista de los intelectuales proscritos y condenados al olvido es muy larga. Les aseguro que les reivindicaré en otros artículos.

Hoy quiero recordar uno de sus títulos publicados: “Las autonosuyas”. Conoció la luz en 1981 y fue versionada y llevada a las pantallas en 1983. El director fue otro intelectual proscrito, Rafael Gil, quién dirigiera otras producciones a partir de otras obras de Fernando. En ella, con un corrosivo estilo literario; con una ácida ironía y, con un espíritu  satírico burlón, criticaba abiertamente el proceso autonómico que por aquellos años dinamitaba el estado español conocido hasta entonces. Les recomiendo pasar un rato agradable y divertido leyendo el libro. Igualmente, les animo a ver la película, protagonizada por Alfredo Landa (Austrasigildo), peculiar alcalde con aspiraciones autonomistas, acompañado por un magnífico elenco  de actores. La risa la tienen garantizada, se lo aseguro.

La obra, “curiosamente”, no fue del gusto de los nacionalistas vascos y catalanes, hasta el punto que su exhibición en las salas de estos territorios quedó prohibida. La censura de los amantes de la libertad de expresión se manifestó una vez más. He tenido la suerte de compartir algún café con Don Fernando y conversar animadamente con él durante sus retiros en su querida Navacerrada. Me divertía su tono humorístico, agudo, ingenioso y de gran profundidad en lo esencial.

A partir de este título, mi reflexión se centra en nuestro modelo de organización territorial. El estado regional o estado de las autonomías. No celebraré los éxitos alcanzados, menos aún elogiaré las consecuencias a las que nos ha llevado. Un Reino de España de reinos taifas. Diecisiete autonomías y dos ciudades autónomas. Menos mal que no prosperaron los postulados aldeanos del cantón de Cartagena, el secesionismo segoviano, la rebeldía leonesa, o el regionalismo berciano. Entre otros.

La primera descentralización, la de las autonomías, tuvo como objetivo reconocer una diversidad regional y generar un equilibrio territorial entre las diversas regiones. Se presentaba como un estado que huía del modelo unitario centralizado de la España franquista, pero sin pretender caer en su polo opuesto, el de un estado federal descentralizado. Resultado,  un estado unitario descentralizado. Este malabarismo organizativo, pasado el tiempo, no ha conseguido ninguno de sus objetivos iniciales. Caminamos descaradamente, impulsado por el federalismo de la izquierda apoyada en el nacionalismo antiespañol, hacia una república federal. No es ninguna sorpresa mi afirmación pues está en la declaración de principios políticos, entre otros, del PSOE. Por otra parte, el desequilibrio se ha acentuado. El centro geográfico (Castilla y León, Castilla La Mancha, Aragón y Extremadura) se vacía, envejece y se abandona. La periferia, especialmente la dorsal mediterránea y el eje cantábrico siguen siendo potentes. Madrid siempre ha sido una excepción en el centro. Es decir, demográfica, económica y políticamente hay grandes diferencias entre comunidades autónomas. Los españoles pues, no tienen las mismas oportunidades, ni la misma calidad del servicio público en un lugar que en otro. Los reinos taifas desmiembran la unidad de España y  generan la desigualdad entre nuestros compatriotas.

Diecisiete modelos de sanidad; de educación;  de servicios públicos; desigualdad en el reparto de los Presupuestos Generales del Estado y de otros recursos financieros; ventajas para las comunidades que accedieron a su autonomía por la llamada “vía rápida” (artículo 151), frente a las que accedieron por la “vía lenta” (artículo 143) o el  régimen foral de Navarra, divide a los españoles en categorías de distinto nivel de desarrollo y bienestar. Otra discusión sería hablar del brutal gasto autonómico, que padece de elefantiasis, es decir, de la dilapidación de recursos de una forma brutal, siendo una de las causas de la deuda pública y del déficit económico de España. La duplicidad administrativa solapa no pocas actuaciones ejecutivas de tantos responsables del bien común. Por todos sitios  hay fugas de recursos económicos, y cada vez son más los amamantados por la loba autonómica. 

Me gusta la diversidad cultural de España, me encanta la riqueza lingüística que poseemos, me apasiona la potencia histórica que nos distingue. Como no. Pero España es una única nación, que no es lo mismo que una nación de nacionalidades.  Hoy la España de lo reinos taifas cobra fuerza y esplendor. ¡Qué gran obra escribiría Fernando Vizcaíno Casas! ¿Cuál podría ser su provocador título? Lo dejo a su imaginación y creatividad literaria. El mío ya lo tengo, pero esto ya se lo contaré otro día, que habrá tiempo.

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