Los intereses reales que se esconden detrás de la COP27

Los intereses reales que se esconden detrás de la COP27

Los intereses reales que se esconden detrás de la COP27, Conferencia sobre  el Cambio Climático de Egipto.

La UE sigue una de las políticas sobre cambio climático más radicales de los principales emisores de CO2, habiéndose comprometido a reducir sus emisiones netas de gases de efecto invernadero en un 55% para 2030, respecto a los niveles de 1990, y a eliminarlas para 2050. Para ello la UE, a diferencia de China, India o Rusia, esta dispuesta a sacrificar su economía, su industria y sus clases medias para hacer progresar la ideología climática. Alcanzar cero emisiones para 2050 requeriría una disminución de 1,4 GtCO2 cada año, comparable a la caída observada en las emisiones de 2020 por el COVID-19, conseguirlo implicaría ni más ni menos que la paralización de todas las economías occidentales.

En esta cumbre del clima COP27, el Secretario General de la ONU, António Guterres, de nuevo ha acudido a su ya habitual discurso apocalíptico para decir que “estamos en una autopista hacia el infierno climático con el pie en el acelerador”. Con el desparpajo del mejor trilero de la feria Guterres nos vende que “para evitar ese terrible destino, todos los países del G-20 deben acelerar su transición ahora, en esta década”. El mismo lapso de tiempo, una década, en que los apóstoles de la religión climática tardaron en pasar de hablar de una nueva glaciación a un calentamiento peligroso del planeta entre los años 70 y 80.

Impasibles a la grave emergencia energética que vivimos, los asistentes a la COP27 no han dedicado un minuto a reflexionar sobre la necesidad de contar con energía abundante y barata para mantener los Estados de bienestar en los países desarrollados y favorecer el progreso económico en los países en vías de desarrollo. Las energías renovables hoy, ni son las más baratas ni producen lo suficiente para abastecer la demanda de hogares e industria. Lo urgente hoy no es salvar al planeta de un cambio climático cuyas orígenes y consecuencias se ignoran. Lo auténticamente apremiante es solucionar la inflación general y en particular las subidas de precios de los alimentos y de la energía para evitar una recesión mundial.  Sin embargo en la COP27 se sigue adelante con la que es sin duda la mayor estafa de la historia de la humanidad, declarando una emergencia por algo que apenas está cambiando nuestro modo de vida, ni afecta realmente a nuestro futuro inmediato. El esperpento de la conferencia del clima en Egipto ha alumbrado un pacto para crear un fondo de «pérdidas y daños» destinado a reparar los peores efectos del clima extremo en las naciones más vulnerables, difundiendo el engaño de que huracanes, inundaciones y otras catástrofes que siempre han sido recurrentes a lo largo de la historia, son consecuencia del cambio climático provocado por el hombre. Para desmentir esta falacia que nos hacen tragar como papanatas, recordar que el año 2021 fue el de menor número de huracanes a nivel mundial desde 1980. Sin embargo sigue circulando la estupidez mayúscula  de que estas catástrofes son la respuesta del planeta a nuestras agresiones contra el medio ambiente. Da lo mismo que las profecías de la religión climática lleven 30 años incumpliéndose.

No importan las necesidades ni el bienestar de los europeos, no son prioritarios, así lo ha anunciado el nuevo primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak: “Como hay otras prioridades, pensamos que el clima puede esperar, pero no. La urgencia climática está ya aquí, no tenemos que esperar a mañana”. Los europeos somos culpables, por eso debemos pagar a los países más pobres por los daños ocasionados por los fenómenos meteorológicos que el cambio climático provocado por nuestras industrias causa. Macron ya ha adelantado que “tenemos que estar presentes y apoyar con 100.000 millones de dólares a los países más pobres para luchar contra la crisis climática”.

Las políticas verdes impulsadas por las élites globalistas a través de los impuestos indirectos al carbono y las subvenciones a lo “eco”, las energías renovables y otras prohibiciones y trabas ecológicas, se están convirtiendo en una forma más de saqueo de la riqueza de las clases medias occidentales. Pero si el negocio montado en torno al cambio climático  ha alcanzado grandes proporciones en el mundo desarrollado a costa de los consumidores, en el tercer mundo condena a miles de personas a  seguir en pobreza y llevar una vida miserable. Cuando el FMI  se niega a dar fondos para centrales de carbón en África o se prohíbe usar fertilizantes sintéticos en Sri Lanka, los más desfavorecidos pierden el acceso a una energía barata y a una producción alimentaria desahogada.

Tras la pandemia hemos comprobado como la ciencia es fácilmente manipulable y su objetividad empírica se corrompe fácilmente para beneficiar a las élites políticas y económicas. Cuando se elabora una hipótesis por parte de un grupo de investigadores que puede servir a los propósitos de estas élites, se abren las puertas a la financiación de más estudios en ese sentido, más publicaciones, más ponencias en congresos y al final una apariencia de consenso científico. Para cualquier departamento universitario será más fácil enfocar sus estudios a la influencia del cambio climático sobre el área, que explorar otras alternativas. Si además existe el respaldo de organizaciones supranacionales y gobiernos, la presión se vuelve irresistible.  Naturalmente los medios de comunicación  de masas se encargan de reafirmar las tesis oficialistas y de condenar al ostracismo a sus detractores, mientras siembran la alarma entre la población.

Los apologetas de la creencia climática sirven a una estrategia de ingeniería social más ambiciosa, que persigue  destruir el modelo social, económico y político en el que vivimos para sustituirlo por los objetivos que, bajo la etiqueta de la Agenda 2030, persiguen las élites globalistas. Han alumbrado adolescentes histéricas como Greta Thunberg que descerebrados activistas ecológicos, como los que se han dedicado la últimas semanas a atentar contra obras de arte en los museos, siguen como modelo, pero sobre todo sirven al objetivo de acabar con Occidente tal y como se había configurado hasta el final de la Guerra Fría.

La soberanía de los Estados se ha reducido ya notablemente con el protagonismo de organizaciones supranacionales y el fenómeno de la globalización, que  impide ya controlar los flujos financiero-económicos nacionales en un mercado mundial interconectado. Ello permitió a  P. Bobbitt hablar de lo que llamaba «mercado-Estado», refiriéndose a una estructura cuya finalidad consiste exclusivamente en su funcionalidad económica. Pero es evidente que con la Agenda 2030 se está transformando en algo diferente, en otro tipo de Estado, en el que el protagonismo de la comunidad nacional se ha sustituido por el protagonismo de la burocracia estatal, las grandes corporaciones y las élites globalistas agrupadas en torno a conferencias como la celebrada en Egipto, el caldo de cultivo perfecto para la formación del nuevo orden mundial.

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