Nogueras

Nogueras. Iván Vélez

«No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacudan el árbol, pero sin romperlo para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». Con esta metáfora arbórea definió Javier Arzallus la estrategia, perfectamente coordinada, seguida por las diversas facciones del secesionismo vasco, aquella que alternaba los atentados de los por él llamados «chicos de la gasolina» y la del partido fundado por el Sabino Arana, que adquirió su racialismo, para mezclarlo más tarde con su constitutivo integrismo, durante su estancia estudiantil en Barcelona.

Casi ocho décadas después de que Arana exhalar su último aliento, Míriam Nogueras vio sus primeras luces en un municipio barcelonés, Dosrius, en el seno de una familia acomodada cuyo bienestar procede de negocios textiles, industria que, gracias a la política arancelaria española, pudo competir con ventaja contra telares foráneos. En ese contexto creció la Nogueras, cuya fulgurante carrera, que comenzó hace casi una década como concejal del Ayuntamiento de Cardedeu, la ha llevado a convertirse, por dos veces, en diputada nacional por su provincia y portavoz de Juntos por Cataluña en el Congreso, marca bajo la que operan los adeptos a Carles Puigdemont, prófugo de la justicia española que vive cómodamente en el corazón de la Unión Europea.

Retribuida anualmente con un sueldo de 117.698,84 € que España, a la que en su día definió como «un estercolero putrefacto», le paga, Míriam Nogueras ha protagonizado un sonado incidente durante el curso de una rueda de prensa en la que ha alejado de sí la bandera española. Interpelada por un periodista no afín, la diputada ha justificado su gesto por el hecho de que la enseña nacional «estaba muy cerca». En cuanto a la estrellada, es decir, la de la Unión Europea, ha dicho que le «representa mucho más».

No es la primera vez que algo similar ocurre, con un representante público como protagonista, sin embargo, el caso que nos ocupa tiene la particularidad de unir en una misma escena la aversión por la bandera española y la afinidad a la europea, ilustrando gráficamente lo que Unamuno calificó como «papanatismo europeísta», rótulo equiparable con el vocablo «cosmopaleto» que tan bien se ajusta al comportamiento de la Nogueras. En efecto, la diputada cree vivir entre su terruño y Europa, abstrayendo lo que hay en medio, es decir, la nación española que le permite, tal y como ha recordado Iván Espinosa de los Monteros en el mismo escenario, pertenecer al club europeo.

El gesto hispanófobo de la diputada ha hecho correr ríos de tinta, algunos de los cuales desembocan en el Artículo 543 del Código penal -«las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho a España, a sus Comunidades Autónomas o a sus símbolos o emblemas, efectuados con publicidad, se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses»-, sin embargo, pocos han querido recordar que recientemente el Congreso tumbó la propuesta de Vox de hacer un referéndum para ilegalizar a los partidos independentistas. Un decaimiento que fue posible gracias a aquellos partidos que han ocupado La Moncloa, al precio de ir debilitando la nación, apoyados precisamente en sectas como esa en la que milita la susodicha diputada.

Si iniciábamos este escrito aferrados a la metáfora nogal, no podemos sino terminarlo ligados a otra, en este caso de carácter médico. Las analogías entre la medicina y las sociedades políticas son clásicas. En su día, Joaquín Costa, habló de la necesidad del surgimiento de un «cirujano de hierro» capaz de curar los males de España. Más de un siglo después de aquellos noventayochescos días, España necesita, más que nunca, del uso de un bisturí capaz de extirpar lo que cabe calificar como tumores políticos: aquellos partidos programáticamente secesionistas que amenazan con destruir nuestro cuerpo político. Una extirpación que, más allá de ocurrentes piruetas literarias, debiera traducirse en su ilegalización.

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