Haríamos bien en no tomarnos a broma el plan 2050 de Pedro Sanchez. Cierto que sus previsiones a largo plazo suscitan escepticismo y carecen de sentido cuando los problemas de hoy nos desbordan y nuestra patria está manga por hombro. Oír decir al falso doctor que España va a “situarse entre los países más avanzados de la Unión», con la que está cayendo, provoca nauseas al más bregado en políticos sin escrúpulos. Pero no se trata de una cortina de humo para desviar nuestra atención de los problemas verdaderos que actualmente son incapaces de solucionar.
Recuerden que la distopia de la Agenda 2030, precedida por la Agenda del milenio del año 2000, que se impulsa desde la ONU y el Foro de Davos, se está convertido en una realidad. Si inicialmente pasó desapercibida en sus primeros años de marcha, hoy se está implantando por todo el orbe. Sus dictados ya aparecen en nuestra legislación y nos cuestan a los contribuyentes millones de euros. No tienen más que ver la publicidad de las grandes empresas para comprobar cómo se están asumiendo sus postulados por la sociedad.
Ahora Pedro Sanchez da otra vuelta de tuerca. No está haciendo nada original, sigue obedeciendo las ordenes que recibe desde la agenda mundialista. Su plan 2050 reproduce en mucho el Programa de Acción en materia de Medio Ambiente que orientará las políticas europeas de innovación, economía circular y sostenibilidad de la Comisión Europea, que trascribe las directrices del Foro Económico Mundial y ONU en materia climática.
Si examinamos este Plan 2050, no es más que la continuación de la Agenda 2030 para implantar la distopia totalitaria del consenso socialdemocracia-capitalismo.
1.- Sustitución de la población española por población inmigrante.
En el Desafío nº 5, bajo el epígrafe de “Preparar nuestro estado del bienestar para una sociedad más longeva”, pretenden Pedro Sanchez y sus secuaces globalistas meter en España 255.000 inmigrantes al año para compensar el envejecimiento. Es decir, que, unidos a los 5 millones actuales, en 2050 tendremos una cifra de entorno a los 15 millones, al contar con tal ritmo de entrada y un índice de natalidad del doble de la población española. Hoy 2 de cada 10 niños nacidos en España son de madre inmigrante, si se cumplen los deseos socialistas en 2050 serán 6. No hay que ser muy listo para comprender que para finales del siglo XXI la población española será minoritaria en comparación con la inmigrante. No solo no exageran los que hablan de invasión, se trata de una autentica limpieza étnica practicada a través de la inmigración masiva.
Por supuesto, para vender tal salvajada, siguen insistiendo en que los inmigrantes nos van a pagar las pensiones. Inmensa trola para engañar a bobalicones. Hoy por hoy la inmigración descontrolada supone una carga para el conjunto de la sociedad española, ya que las prestaciones sociales y gasto público que consume el colectivo es sensiblemente superior al valor añadido que aporta a las arcas públicas, diga lo que quiera decir Pedro Sanchez, El País, la SER, La Sexta, TVE, la caterva de ONGs que viven del tema o los servicios de estudios de la banca. Bajo el discurso de que los inmigrantes aportan lo mismo que todo el mundo, se esconde que su baja cualificación, situación de arraigo y precariedad laboral, provocan una colocación de baja retribución, un mayor índice de paro, economía sumergida, y, por tanto, una menor aportación en cotizaciones y cargas tributarias, mientras que su acceso a prestaciones y gasto público sí que es idéntico a los de todo el mundo, multiplicado por el mayor número de familiares a su cargo y su mayor índice de marginalidad. Conclusión, la idea de que los inmigrantes vienen a pagarnos las pensiones, es un cuento. No hay más que echar un ojo a nuestra vecina Francia para ver los graves problemas de integración que tiene con los inmigrantes, no ya de segunda generación sino de tercera, sin que el problema de las jubilaciones se haya solucionado. Naturalmente, los globalistas nos dirán que es que aún hacen falta muchos más inmigrantes.
2.- Cambio climático para esquilmar a la clase media.
En su desafío nº 4 se sigue a pies juntillas el ideario apocalíptico de la ONU y el Foro de Davos para “convertirnos en una sociedad neutra en carbono, sostenible y resiliente al cambio climático”.
Teniendo en cuenta que las teorías sobre las causas del cambio climático no están demostradas, pretender que las emisiones de carbono son la principal causa de este fenómeno, es un engaño que nos sitúa ante la estafa más gigantesca de la historia de la humanidad. Lejos de proteger el medio ambiente para su disfrute y utilización por el ser humano, se pretende un descomunal esfuerzo económico cuyo coste recaerá en las clases medias de Occidente para transformar nuestras economías y nuestra forma de vida en beneficio de una oligarquía, principalmente la élite globalista que se reúne en torno al Foro de Davos.
No se trata de poner en marcha energías renovables para que estratégicamente seamos menos dependientes del exterior, es decir, reforzar nuestra soberanía. Buen ejemplo nuestra dependencia del gas de Argelia, cuestión que, aunque nadie lo haya denunciado, sin duda ha jugado un papel decisivo en la admisión del líder del Polisario que ha desencadenado la reciente crisis con Marruecos. Se trata de lo contrario, de cumplir con los mandatos externos de las organizaciones supranacionales mundialistas. Aunque todas las predicciones de estas organizaciones, que vaticinaban la inundación de las zonas costeras para la primera década del siglo XXI, han fallado como el fin del mundo maya, Pedrito y sus expertos insisten en el apocalipsis climático, porque “si no adoptamos medidas contundentes, las sequías afectarán a un 70% más de nuestro territorio; los incendios y las inundaciones serán más frecuentes y destructivos; el nivel y la temperatura del mar aumentarán; sectores clave como la agricultura o el turismo sufrirán daños severos; 27 millones de personas vivirán en zonas con escasez de agua, y 20.000 morirán al año por el aumento de las temperaturas”.
Se trata de implantar un brutal aumento del coste energético que redundará en la falta de competividad de nuestras empresas y una asfixiante carga para las familias. Mientras todo Asia, con China a la cabeza, pasa olímpicamente de los Protocolos de París, en Europa, para mantener nuestra actividad industrial nos vemos forzados a comprar derechos de emisión de CO2 cuyos precios no paran de subir debido a esta clase de políticas climáticas. En el último año un 124%. Por supuesto los costes se trasladan al consumidor y repercuten negativamente en el nivel de empleo, es decir, la sociedad neutra en carbono supondrá un descenso en el nivel de vida del ciudadano español y el europeo. Económicamente ya se escuchan voces que consideran que toda esta transición verde lo que esconde es una nueva burbuja que va a sustituir a la monetaria que a su vez sustituyó a la inmobiliaria en un sistema capitalista desbordado que necesita de la coerción estatista para subsistir. C. Kleintop, de Estrategias de Inversión Global, avisa que los valores relacionados con la transición verde podrían inflarse gracias al enorme plan de infraestructuras del presidente de EEUU, Joe Biden, con un valor aproximado de 2,3 billones de dólares, dinero que saldrá, por supuesto, como en España, de la subida de impuestos.
Pero no paran aquí las consecuencias de la gran estafa del cambio climático. Ya saben ustedes de la manía que le ha entrado a la ONU y a Bill Gates para que no consumamos carne, porque no encaja en la economía circular y sostenible, que se han inventado. El plan 2050 también sigue obedientemente lo de que viajar en avión sea solo para ricos. Quiere prohibir los trayectos que se realizan en avión y que tengan una alternativa para viajar en tren inferior a las 2,5 horas de duración, con el objetivo de disminuir el supuesto impacto medioambiental del transporte aéreo. Además, nos van a poner una tasa de viajero frecuente y recargar con impuestos los billetes de avión según la cercanía del destino.
El Plan nos dice que “será relevante adaptar la fiscalidad a la nueva realidad del transporte para corregir sus externalidades negativas y establecer señales inequívocas que garanticen su descarbonización a largo plazo”. Es decir, que todo lo que no sea dar pedales nos va a costar más dinero porque van a crujir a gravámenes el uso de los medios de transporte: “Será esencial, por tanto, reducir el uso del vehículo privado en favor del transporte público, de servicios de movilidad compartida (ej. carsharing o carpooling), y de modelos de movilidad activa (bicicleta, patinete o desplazamientos a pie)”. Los más afectados los conductores. Cómo si los impuestos a los hidrocarburos fueran pocos, se inventan un tributo según los kilómetros que hagamos. Un impuesto sobre el uso medido real del vehículo que tenga en cuenta sus características, como el peso, potencia, emisiones de contaminantes atmosféricos y gases de efecto invernadero. Para cobrarlo, por supuesto habrá que controlar nuestra movilidad, una idea digna del “gran hermano” de Corea del Norte.
También nos van a racionar el agua porque el cambio climático y la sobreexplotación de las masas de agua, los pastos y los bosques suponen un problema hídrico y medioambiental. Ya pueden preparar sus bolsillos, porque detrás de toda esta palabrería lo que en realidad se esconde es un aumento del coste del agua para uso agrícola, industrial y de consumo. Según el Plan, “el sector turístico habrá de reducir drásticamente sus externalidades negativas, implementando medidas de ahorro energético, reducción de emisiones, protección del entorno y contención de su consumo de recursos naturales como el agua, sobre todo en aquellos territorios donde se produce una concentración significativa de turistas en determinados meses del año”. Más costes, menos competividad, menos turistas, menos empleo.
Para los propietarios de viviendas, la inmensa mayoría de los ciudadanos, también hay regalito: deberán sacrificar sus ahorros para acometer unas importantes reformas que, pese a los anuncios, no gozarán de subvenciones significativas accesibles para la clase media. El Plan considera que nuestras ciudades tendrán que reducir el impacto ambiental de sus edificios y espacios públicos. “Esto implica una rehabilitación masiva de nuestro parque inmobiliario, que tiene, por lo general, una edad media elevada y presenta un margen de mejora importante en términos de eficiencia energética”.
Por si no se barruntan quienes van a ser los principales beneficiarios de la transición ecológica, el Plan nos da una pista: “Por último, cabe mencionar la importante transformación que se producirá en el sector financiero. En los próximos años, las entidades financieras se convertirán en uno de los principales catalizadores de la agenda climática y medioambiental, fomentando prácticas más responsables y circulares entre sus clientes, creando incentivos para la prevención de riesgos y ayudando a movilizar los más de 200.000 millones de euros en inversiones que España necesitará para financiar la transición energética durante la próxima década”.
3.- Capitalismo de Estado
Los planes quinquenales estalinistas no son más que juegos de aficionado comparados con la retorcida planificación que las élites globalistas nos ha preparado. Desde opacos mecanismos de toma de decisión, en los que la voluntad de los pueblos carece de relevancia, la ONU y el Foro Económico Mundial, además de otras instancias mundialistas, llevan, al menos desde 2000, dictando cual debe ser nuestro futuro. Sin ningún tipo de legitimidad democrática se han empeñado en delinear cómo ha de ser nuestra vida, disfrazando de buenos deseos, lo que no es más que una forma de totalitarismo al estilo de los métodos usados en las conocidas novelas de Aldous Huxley.
En este nuevo Mundo Feliz que nos han diseñado, la propiedad privada se ira eliminando como desea el Foro de Davos y el socialismo postmarxista vía impuestos y más impuestos. “Reducir la pobreza y la desigualdad y reactivar el ascensor social” como anuncia el Desafío 8 del plan, se hará aprovechando “todo el potencial recaudatorio y redistributivo de nuestro sistema fiscal. Pero no sean ilusos, de lo que se trata es de poner en manos del Estado y el gran capital el dominio de todo el sistema productivo y toda la riqueza. Los impuestos no los van a pagar los ricos, el Plan 2050 lo confiesa abiertamente: “en España, las personas más pobres pagan más impuestos (en términos relativos a sus ingresos) que las de clase media”. Un sistema que perseguirá lo que denominan las transferencias sociales, que se traduce en crear una inmensa masa clientelar a partir del reparto de la riqueza de las clases medias que costearán todas las prestaciones sociales a la vez que sostendrán como consumidores el sistema capitalista.
El Plan 2050 sigue los objetivos y las conclusiones del Foro de Davos. En su Desafío nº 7, “Resolver las deficiencias de nuestro mercado de trabajo y adaptarlo a las nuevas realidades sociales, económicas y tecnológicas”, prácticamente reproduce los postulados a que llegó el Foro Económico Mundial en su reunión de 2019, con el tema de “El futuro del trabajo”, que discutió los beneficios de era de la automatización. Beneficios que el fundador del Foro,Klaus Schwab, también predica en su libro La Cuarta revolución industrial. El Plan concluye que “resulta imposible anticipar con precisión cuántos empleos se automatizarán en el futuro…, pero afectará con mayor intensidad a aquellos empleos que hoy implican eminentemente tareas físicas o tareas abstractas repetitivas que puedan ser desempeñadas por un robot o un agente digital de coste bajo-medio”. Pero debemos estar tranquilos porque “las nuevas tecnologías también crearán empleos, muchos de ellos asociados al desarrollo, la gestión y la reparación de estas mismas tecnologías (programadores, mecánicos, operadores de robots a distancia, data scientists) y al crecimiento del metaverso y la realidad virtual. Así, serán cada vez más frecuentes empleos como jardinero de Minecraft, entrenador de avatares, o jugador profesional de e-sports. Eso sí, podemos despedirnos de la estabilidad laborar ya que “las carreras profesionales serán más discontinuas. En lugar de permanecer toda la vida en una misma empresa, las personas cambiarán varias veces de empleador o incluso de sector”.
Para paliar todas las disfunciones de la sociedad altamente tecnificada y controlada que va a provocar esta Cuarta Revolución Industrial, la solución de nuevo está en los impuestos. Mientras las grandes empresas tecnológicas ven crecer sus beneficios, el Estado se ocupará de confiscar los rendimientos de las clases medias, “un modelo financiado por las cotizaciones de los trabajadores y las empresas, pero también por los impuestos generales, y ampliar la universalidad de nuestro estado de bienestar a otros ámbitos. La aprobación del Ingreso Mínimo Vital en 2020 supone un avance importante en este sentido”.
Y otra vez nos encontramos con referencias veladas a las directrices del Foro de Davos en el Desafio nº 6, “Desarrollar un modelo territorial equilibrado, justo y sostenible”. Pese a que se reconoce que el 76 % de los españoles posee una vivienda en propiedad, el plan quiere un modelo de urbanización distinto, muy inclusivo, resilente y ecológico, centrándose en el alquiler, la vivienda compartida y la propiedad temporal con la disculpa del gran “esfuerzo inicial para materializar la compra de una vivienda” y que el número de las viviendas en alquiler “continúa siendo muy inferior a la de la mayoría de los países de nuestro entorno”. Ya saben, “no tendrás nada y serás feliz” alquilando a las grandes corporaciones todo lo que necesites.
Pero tranquilos, que han cambiado el gulag por el “soma” hedonista y nos prometen que todo será para bien, porque al final conseguiremos el Mundo Feliz: “El gran objetivo de España en el medio y largo plazo debe ser preservar las cotas de bienestar subjetivo alcanzadas en las últimas décadas y seguir ampliándolas, asegurándose ocupar un lugar entre los países más “felices” del planeta en 2050”, nos cuentan en el Desafío 8 del plan.
4.- Ideología de género.
Aunque las medidas que aborda el Plan 2050 están principalmente enfocadas a la creación de una economía planificada y centralizada desde el Estado y las grandes corporaciones, no podía dejar de ser muy inclusivo y feminista.
Ni una sola referencia al apoyo a la familia. Pese a los lamentos por el envejecimiento poblacional, se desprecia por completo el valor de ser mujer y madre, el fomento de la natalidad y la protección familiar. La preocupación primordial es la ideología de género, como se afirma en el Desafio nº 1,” Ser más productivos para crecer mejor”, porque a lo que “debemos prestar atención es la permanencia de viejos roles de género que afectan negativamente a la forma en la que las personas se ven a sí mismas y se relacionan entre sí, perpetuando prejuicios y estereotipos arcaicos, transformando la diferencia sexual en desigualdad social, y generando toda clase de fenómenos sociales nocivos para la felicidad”.
El adoctrinamiento en el sistema educativo será clave para lograr una sociedad sin pluralismo ideológico y sin disidentes al régimen. El desafío nº 9, “Ampliar las bases de nuestro bienestar futuro”, pretende que “nuestros centros educativos (de primaria, secundaria y terciara) deberían introducir en sus currículos la adquisición de conocimientos y competencias de tipo socioemocional y humanístico”. La ideológia de género será uno de los dogmas indiscutibles, que se implantará con un totalitarismo camuflado a través de lo que llaman “programas de fomento de la convivencia y la formación en valores no sexistas dirigidos al conjunto de la población, con mayor énfasis en la población adolescente. Esto implicaría el desarrollo de programas de coeducación en valores, en los que deben participar tanto los centros educativos como las propias familias. También es necesario reflexionar sobre los modelos transmitidos desde los medios de comunicación (ej. diferentes roles adoptados ante la presentación de un mismo evento, o la hipersexualización) y sobre los modelos comportamentales presentes en los nuevos medios de difusión (ej. Twitch, Instagram)”.