Prevención y lucha contra incendios

Detrás de Suecia, España es el segundo país miembro de la UE que cuenta con mayor superficie forestal, un total de 27,7 millones de hectáreas, las cuales 18,4 millones son arboladas y 9,3 millones de superficie desarbolada. Siendo el tercer país con más superficie forestal arbolada y el cuarto en cuanto a ocupación forestal respecto a su extensión territorial.

Donde más incendios se producen y donde los daños son mayores en España es en el Noroeste, especialmente Galicia, Asturias y el norte de la provincia de León. Al mismo tiempo es precisamente el noroeste español donde la crisis poblacional es mayor. La relación entre la crisis demográfica y los fuegos es una evidencia (ver mapa). La crisis demográfica en el Noroeste español y el abandono del campo explican buena parte de los incendios.

go19p6g1En todo el noroeste se han abandonado usos tradicionales del suelo (zonas de labrantío, pastos, soutos…) que actuaban como cortafuegos naturales. La vegetación ha ido invadiendo estos espacios, al tiempo que se plantaban especies exóticas muy inflamables.

Y a pesar de todo esto, la mayoría de las comunidades autónomas cuentan con planes de protección contra los incendios, pero ni la estructura, ni el contenido, ni la terminología utilizada son homogéneos y además, el apartado dedicado estrictamente a la prevención es casi inexistente. Por ejemplo, el Plan de actuaciones de prevención y lucha contra los incendios forestales 2019 publicado por el gobierno el pasado junio no recoge ni una sola línea de actuación ante el abandono poblacional del campo, la coordinación autonómica y la prevención por medio de la selvicultura.

Esa falta de coordinación y de homogenización en la acción de las distintas Comunidades Autónomas vuelve a poner encima de la mesa el problema del sistema autonómico, una vez más se convierte en una traba para solucionar una cuestión importante de cara a la convivencia y la seguridad de los ciudadanos.

La despoblación de las zonas rurales da como resultado una reducción del cuidado de la masa forestal que era tradicional en el mundo rural, esto unido al aumento de las temperaturas y sequedad del ambiente es una de las principales causas de los incendios. Sin embargo, las comunidades autónomas no establecen medidas preventivas transversales con todas las actuaciones política para paliar esta situación.

Los dos ecosistemas más sensibles a los incendios son: por un lado, el inmenso espacio rural despoblado y envejecido; y por el otro, un espacio periurbano con viviendas unifamiliares en la frontera entre la ciudad y el campo, que suelen ser las áreas más afectadas por los grandes incendios. En esa interfaz entre monte y áreas urbanizadas el riesgo para las vidas humanas y la destrucción de bienes es muy alto.

La despoblación de las áreas rurales da lugar a un proceso acelerado de abandono de tierras, que son invadidas por vegetación espontánea con un alto grado de combustibilidad. La concentración de la población en las zonas urbanas va ampliando la interfaz urbano-forestal. Las nuevas residencias, permanentes o secundarias, se ven amenazadas por la espesura creciente en las zonas circundantes.

Es necesario fijar más población en las zonas rurales y proteger del fuego las zonas híbridas, lugares con amplias zonas residenciales salpicadas de espacios forestales o parcelas naturales degradadas con vegetación inflamable. Un problema que se agudiza si tenemos en cuenta el último informe de WWF / Adena sobre incendios:

“Solo el 10 % de las urbanizaciones españolas en contacto con espacios naturales disponen de un plan de autoprotección para ser menos vulnerables ante el fuego». En este informe se pone en relación el abandono de los montes con la desordenada incursión de viviendas en estas zonas, lo que sumado a la escasez de medidas preventivas nos aboca a un futuro con incendios cada vez más grandes y simultáneos, que colapsarán los servicios de extinción.”

El éxodo rural, no solo afecta a la inviabilidad de la estructura administrativa de los municipios sino que nos atañe al conjunto global de la población española desde muchas perspectivas como se ha hecho hincapié desde esta pagina en otras ocasiones:

  • La pérdida de oficios tradicionales que utilizaban el medio natural como fuente recursos han generado una falta de conservación y preservación de la masa forestal y como consecuencia la aparición de graves incendios que ponen en peligro la compensación de la huella ecológica en el desequilibrio existente entre las altas tasas de contaminación y generación de residuos de las ciudades con la sostenibilidad de las zonas rurales.
  • Por otro lado, el medio rural genera una generación de individuos más sanos, puesto que la contaminación o las tasas de sedentarismo que tanto preocupan a la OMS por su degeneración en enfermedades crónicas está muy por debajo del entorno al 60% que representa en las urbes. A los beneficios físicos habría que sumar también los efectos psicológicos. El estrés, la ansiedad, y demás afecciones del Sistema Nervioso Central tienen su mayor incidencia en los modelos de vida artificiales basados en el consumismo y asentados en las grande ciudades.
  • Nuestros pueblos representan la despensa alimentaria de nuestra sociedad y el desarrollo agroalimentario, produciendo alimentos de mayor calidad y más saludables para el conjunto de la población. Además la industria agroalimentaria constituye uno de los principales sectores económicos del país en términos de empleo, volumen de negocio y exportaciones.
  • Y por ultimo, son la salvaguarda de valores humanos, como el respeto, la solidaridad, la colaboración, la honestidad, la integridad y la confianza; y de las tradiciones y valores culturales que confieren nuestra identidad como Nación, y que sin duda, la sociedad rural sustenta desinteresadamente. Como es el caso del mantenimiento del legado histórico, de nuestro folklore y de la conservación de del patrimonio arquitectónico tradicional, que sin su trabajo ya se habría perdido.

Siendo necesario aumentar las tareas de prevención frente a unos dispositivos «desproporcionados» de extinción centrados en la protección de los bienes y las personas. Es sumamente importante implementar políticas basadas en la selvicultura y los tratamientos dirigidos al cuidado de los bosques, cerros o montes, más que incidir de forma preponderante y desproporcionada en aparatos logísticos de extinción de incendios (personal, equipamiento, hidroaviones, infraestructuras, etc..).

La Selvicultura es el modo de aplicar el conocimiento de la estructura, crecimiento, reproducción y formas de agrupación de los vegetales que pueblan los montes, de forma que se obtenga de ellos una producción continua de bienes y servicios necesarios para la sociedad.

Hoy existe mayor riesgo de incendios debido a la despoblación y al abandono del campo. Esos ecosistemas forestales siempre han sido ecosistemas antrópicos, es decir, se han ido acoplando a las necesidades humanas y por eso se han cuidado. En la actualidad se han abandonado y no se les saca ningún rendimiento ni se les cuida. No han vuelto a la naturaleza, sino que estos ecosistemas se han degradado y están en un momento de máximo riesgo.

Desde la Ley de Incendios Forestales de 1968 seguimos haciendo más o menos las mismas políticas, y 50 años parece un plazo razonable para entender que no funcionan porque el riesgo es hoy mucho mayor.

Los ecosistemas generan biomasa y la biomasa es una forma de almacenar energía. Esa energía no está en equilibrio y tiene que ser liberada, eso es el incendio. En la economía tradicional la energía se extraía y usaba, y la residual se limpiaba con fuego, nunca dejaban que la biomasa se acumulara, pero las políticas de exclusión han hecho que saquemos al fuego de esa ecuación, y hoy la acumulación de biomasa es inmensa y el sistema ya no está en equilibrio. El problema no es sólo estructural, sino acumulativo: cuanto más tiempo pase, peor estarán. Las causas últimas de los incendios forestales son el despoblamiento y el abandono del paisaje tradicional.

Las quemas que los ganaderos producen durante el invierno son parte del sentido común. Se tiene que volver a los usos tradicionales, al paisaje tradicional, en el que los pastos se alternaban con el monte, con los cultivos, un paisaje vivo que previene los incendios. Pero para eso necesitamos un medio rural activo. La forma de prevenir no es prohibir esas causas, sino tratar de evitar que, una vez producido, se extienda de forma salvaje, y hay que hacerlo de una forma distinta a la que estamos utilizando ahora, que es prohibir cosas y gastar en medios materiales, porque es evidente que no funciona.

 Deberíamos tratar de mantener los usos tradicionales del monte en la medida de lo posible, haciéndolos rentables (por ejemplo, sustituir a medio plazo el plástico por la celulosa procedente de la biomasa),  y a la vez fomentar la cultura del uso del fuego como herramienta de conservación.

En definitiva, es necesario volver a introducir el espacio rural en la lógica económica, porque la globalización los ha convertido en espacios residuales.

La utopía ecológica progresista nos lleva a creer que cuando sacas al hombre del ecosistema, éste va evolucionar de forma natural, por entropía, al bosque original primario. Es una idea absurda porque nuestros bosques son un producto climático de los últimos diez mil años, hace quince mil años no existían, los bosques europeos nacieron al abrigo del hombre. El ser humano maneja el bosque desde que éste aparece. Muchas de las políticas de conservación o de creación de espacios naturales protegidos libres y excluyentes del hombre se basaban en esa utopía que es una falacia.

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