Reseña de «¿Es Estados Unidos un país racista?»

Reseña de "¿Es Estados Unidos un país racista?". Iván Vélez

Título: “¿Es Estados Unidos un país racista?”

Autor: José Luis Pozo Fajarnés

¿Es Estados Unidos un país racista?

Con relativa frecuencia, procedentes de los Estados Unidos, en los informativos aparecen noticias de episodios de violencia racial. Hace cuatro años, la muerte de George Floyd, causada por un policía, reactivó el movimiento Black Lives Matter (BLM), cuyo punto de partida ha de buscarse en 2013, cuando en las redes sociales comenzó a rodar un hashtag homónimo tras la absolución de George Zimmerman por la muerte de Trayvon Martin, causada por un disparo de bala. El afloramiento, durante esta última década, de los problemas estructurales de la sociedad norteamericana, no es más que la reedición de otros movimientos pretéritos que conducen, por ejemplo, a Cassius Clay, convertido en Mohamed Alí tras integrarse en la organización religiosa de la Nación del Islam. Al origen de estos conflictos raciales que se mantienen en el seno del imperio norteamericano está dedicado el libro ¿Es Estados Unidos un país racista?, escrito por José Luis Pozo Fajarnés, al que arropan, en su prólogo y epílogo, Pedro F. Barbadillo y Miguel Ángel Navarro Crego, respectivamente. La obra de Pozo Fajarnés se estructura en cuatro bloques que tratan de dar respuesta a la pregunta del título. Una respuesta, por otro lado, previsible, dadas las mencionadas noticias que, con recurrencia, se reciben desde el país de la libertad.

El primero de ellos, «Lo anglosajón como característica fundamental de una raza superior», profundiza en el origen de este supremacismo racista. La indagación señala a pueblos germánicos -anglos, sajones y jutos- que, una vez desembarcados en las islas todavía llamadas británicas, pusieron en circulación el término laet, adjudicado a los britanos, tan evocador del actual «latino», pleno de connotaciones despectivas. A pesar las sucesivas oleadas -vikingos, normandos- que llegaron al archipiélago, el cristianismo terminó por imponerse al paganismo propio de esos pueblos. Esta cuestión, la del cristianismo, nos lleva al segundo capítulo: «El protestantismo como fuente del racismo anglosajón». La reforma protestante ofreció unas condiciones ideales para el mantenimiento de un particularismo eclesiástico idóneo para el mantenimiento del racismo constitutivo que Pozo Fajarnés atribuye a los habitantes de las islas británicas, que hallaron en el norte de América su área de expansión colonialista, en el sentido imperialista depredador.

En el Nuevo Mundo fue donde mejor se confrontaron los modelos hispano e inglés que, en gran medida, enfrentaban al modo católico, universal, con el protestante. El norte de América, que no se miró en el espejo español pulido en Salamanca, fue el ámbito ideal para la expansión de la Iglesia anglicana y para la escenificación de su pugna con el calvinismo. En medio de este pulso, los indígenas eran unos incómodos figurantes que, en ningún caso, fueron percibidos como personas dignas de integrarse en la nueva sociedad asentada al norte del Imperio español. Al cabo, la ideología racista fue parte del equipaje que portaron los recién llegados, algunos de los cuales se consideraban cristianos primigenios, a tales latitudes. En la Nueva Jerusalén, en definitiva, no había sitio para los naturales, incapaces de aportar una sigla al acrónimo WASP con el que, tradicionalmente, se identifica a los Estados Unidos. El Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe vendrían a avalar tanto la inercia providencialista como el espacio físico de expansión de los blancos protestantes anglosajones que acabarían por abolir, por motivos más espurios de lo que se suele creer, la esclavitud, pero no el racismo.

Un racismo a cuyo auxilio acudirían diversas disciplinas que tuvieron gran predicamento, por más que el régimen nazi parezca haber sido el único cultivador de esta ideología, durante el siglo XIX y el tramo del XX interrumpido abruptamente por las nubes hongo que se elevaron al cielo de Japón. A la frenología y otras disciplinas aledañas justificadoras del racismo, dedica nuestro autor el siguiente tramo de su obra. Determinadas ciencias y corrientes filosóficas, singularmente la alimentada por la obra de Hume, convergerán para avalar una serie de ideas preconcebidas. El poligenismo, por ejemplo, servirá de coartada, presuntamente científica, para la irreconciliable, por natural, separación entre razas. El mito ario o caucásico, unirá tanto a los germanos como a los norteamericanos, ligados por esa raíz común pero enfrentados en la II Guerra Mundial por causas geoestratégicas. En el culmen de un interesado adecuacionismo, el Houston S. Chamberlain, nacionalizado alemán, afirmará que Jesucristo fue ario… En este contexto, ribeteado de atributos cientificistas, surgirán los proyectos eugenésicos que tanto predicamento tuvieron en el mundo anglosajón. No en vano, en 1912 se celebró en Londres el I Congreso Internacional Eugenésico, dos décadas después de que en Nueva York, ciudad que en 1910 abrió la Oficina de Registro de Eugenesia, se habilitara un laboratorio para seleccionar la reproducción humana. De resultas de esa política depuratoria, más de sesenta mil personas fueron esterilizadas en los Estados Unidos durante los años 30, es decir, durante el tiempo del ascenso del nazismo en Alemania. Todavía en 1948, se celebró en Estocolmo el Congreso de los Genetistas, que buscaba la mejora de la especie humana.

El último tramo del libro, «El racismo WAS tira balones fuera, y los infames tragasables son su comparsa», ofrece a Pozo Fajarnés la oportunidad de acudir a sus vastos conocimientos cinematográficos para ilustrar la tesis, la del efectivo racismo constitutivo de los Estados Unidos, del libro. En este capítulo vemos hasta qué punto la tecnología, en este caso la de la imagen en movimiento, se conecta con la ideología. El cine ha sido el vehículo más potente para transmitir un supremacismo racista que hoy permanece alojado en muchas áreas de la sociedad norteamericana en la que el negro o el hispano, llamado beaner (comefrijoles) es marginado de un modo similar, mutatis mutandis, a como lo son los maketos y charnegos en las Vascongadas y Cataluña españolas. La convulsa actualidad norteamericana, en gran medida fracturada interiormente, y el factor demográfico y lingüístico, dirán hasta qué punto tal racismo se mantiene.

 

 

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