Trump y el nuevo orden mundial. Europa y España ante el reto de Hispanoamérica

Trump y el nuevo orden mundial. Europa y España ante el reto de Hispanoamérica. Erik Norling

En los artículos anteriores hemos analizado la nueva política exterior de Trump desde su llegada a la presidencia en enero de 2025. Comprobamos el modo en que era una programa predefinido y que no formaba partes de excéntricas salidas de tono del mandatario. De igual manera, que hundía sus raíces en una ideología que bebía de fuentes tradicionales nacidas en el siglo XIX. Lo que ha supuesto una verdadera oleada de reacciones internacionales que se han descrito como un Nuevo Orden Mundial por los medios y tertulianos.

Nuevas oportunidades para Europa y España.

Lo descrito tiene, sin embargo, aspectos que pueden suponer oportunidades para Europa en Hispanoamérica. En ello nos detendremos para concluir. Es de preveer una disminución de las políticas indigenistas abiertamente antieuropeas en la región (para ellos el antiamericanismo es sinónimo de odio al español y al europeo), una vuelta a gobiernos favorables a la inversión extranjera (si bien no china), la extensión de políticas económicas liberalizadoras que permitirán una estabilización antiinflacionaria y la reindustrialización. Es un continente de más de 750 millones de habitantes, incluyendo a los brasileños, con una clase media que ve con esperanza esta nueva reorientación que les permitirá alcanzar una prosperidad de tiempos lejanos cuando eran el motor económico del mundo. Un mercado que tiene unas posibilidades que guarda similitudes con la Europa de los años 60 y 70 del siglo pasado.

El reciente acuerdo con el Mercosur, suscrito entre la EU y los países del cono sur el pasado mes de diciembre de 2024, tras décadas de negociaciones, aunque discutido por algunos sectores como el ganadero y agrario, supone el mayor reto hasta ahora para la reintroducción de las empesas europeas en la región. No sería de extrañar que se adhirieran otros como Colombia o loas republicas centroamericanas en fechas próximas. La presión estadounidense sobre México podría tener el mismo efecto, de volcarse hacia el Viejo Continente. Las importantes inversiones de EE.UU. en empresas europeas, en 2022 alcanzaron los 2.7 billones de Dolares (equivalente al PIB de España, para que puedan comprender su importancia), serán una herramienta esencial de colaboración euro-americana para desembarcar en Hispanoamérica, como lo es la cada vez más creciente importancia del español como segundo idioma en EE.UU. Nunca un obstáculo.

En este escenario, el papel de España no puede sino potenciarse, por los estrechos lazos con estos países. Un ejemplo, de muchos, las grandes constructoras de obra civil, ACS, Ferrovial o Acciona, que ya tienen una fuerte presencia en la zona con volúmenes de negocios que superan los 25.000 millones de euros. Lo mismo cabe decir de las empresas energéticas como Endesa o Iberdrola, con inversiones en una región que entre 2010-2015 ya alcanzaban los 80.000 millones de euros en proyectos. Y así podríamos seguir incluyendo inversiones en otros sectores terciarios y de servicios, cultura, sistema bancario, etc. La identidad cultural, idiomática y religiosa son valores de gran importancia.

Europa no tiene otra alternativa que mantener el eje atlántico, la alianza con unos EE.UU. fuertes y cuya influencia en Hispanomérica crecerá al tiempo que abre al mismo tiempo las puertas para el retorno de Europa a un continente del que nunca debió haber partido. Ha llegado el momento de aparcar nuestra tradicional fobia antiyanqui, que nadie puede negar existe desde la derecha a la izquierda en Europa (y en especial en España). Aunque tan solo sea por cuestión de mera supervivencia en un mundo globalizado donde los occidentales apenas somos el 15% de la población mundial, frente a una explosión demográfica que se produce en estos momentos tanto en Asia como África.

Retos para el futuro.

Si deseamos tener éxito, España deberá abandonar los prejuicios que muchos aún mantienen hacia el europeo de allende de los mares, que pese a que sigamos convencidos de la Leyenda Negra, no es real. Los americanos tienen una visión positiva de Europa y, en especial, de España. ¿Porqué persiste entonces la creencia popular de que los máximos representantes de la política exterior estadounidense del siglo XXI son antiespañoles?

Una afirmación que se refuta con facilidad. Pongámos algunos ejemplos. Baste como ejemplo las palabras del presidente Taft, pronunciadas en 1904, en plena efervecencia de la expansión norteamericana en el continente, para mostrarnos nuestro error. Ante un claustro de universitarios y catedráticos de la universidad de Notre-Dame de Nueva York el presidente que ha pasado a la historia como antiespañol, hizo un elogio a la «empresa, el coraje y la fidelidad al deber que distinguieron a esos héroes de España que desafiaron los entonces espantosos peligros de las profundidades para llevar el cristianismo y la civilización europea a Filipinas». Y como éstas, todos los dirigentes estadounidenses a lo largo del siglo XX. Fue Eisenhower el que visitó España en 1959, abrazando de manera sincera a Franco en público. Un acto de reconocimiento. Todo el país norteamericano está plagado de recuerdos de la presencia española. No se han dedicado como en otros a destruir el pasado y mantienen los nombres españoles de las ciudades (California, el mejor ejemplo desde San Diego a San Francisco). El español es cada vez un pujante idioma y no tienen reparos en colocar hasta los carteles de publicidad en este idioma a lo largo de las autovías.

De todas maneras, mientras tanto, los europeos no cejamos en nuestra arrogancia y pretendida superioridad cultural, embuidos de un progresismo destructor que abarca hasta la derecha conservadora que ha renunciado a la batalla de las ideas. Sigamos así si deseamos convertir a Europa en una tierra yerma y sin futuro para las nuevas generaciones. No se trata de renunciar ni plegarse ante el modo de vida americano, sino de reconocer que Occidente tan sólo podrá rechazar el empuje de los otros pueblos y culturas si se mantiene la unidad de todos aquellos países, en todos los continentes, que comparten raza.

Coincidiendo con este viraje del orden internacional que habíamos conocido hasta ahora, el presidente del Gobierno español se ha lanzado a una suicida política para convertirse en el aliado europeo de la China comunista. De ahí su tercera gira por el coloso asiático para rendir pleitesía ante el sátrapa Xi Jinping (de la mano del inefable Zapatero) y preparar una visita institucional de la Casa Real a Peking. Después se extrañan los voceros del progresismo cuando Trump calificó a España de ser un Estado BRICS, lo que hizo de manera irónica, consciente de la deriva bolivariana del autócrata español. Salvo que logremos acabar con su régimen, España está condenada a convertirse en un actor secundario. Éste debe ser el principal objetivo de cualquier español de bien.

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