Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia estadounidense, los medios de comunicación occidentales no cesan de recordarnos que se está imponiendo lo que denominan pomposamente un Nuevo Orden Mundial. Una catarata mediática que se acentuó desde la tergiversada y manipulada rueda de prensa con Zelensky en la Casa Blanca y la obsesión por querer, en especial en Europa, el presentárnoslo como un personaje que sería una especie de nuevo líder autoritario que está dispuesto a forjar una alianza con Putin, abandonar la tradicional alianza atlantista con Europa, al tiempo que imponerse en el escenario internacional mediante la fuerza, bien económica, bien militar. Añadido a una especie de excentricidades propias de un egocéntrico que va por libre. ¿Qué hay de verdad en ello?
Sin embargo, para aquellos que tienen conocimiento de la historia de EE.UU. y su política exterior, hay que poner en duda muchas de estas afirmaciones gratuitas. No se trata de la primera ocasión en que el jefe de la hoy mayor potencia mundial ha optado por una política más centrada en la política interior (America First), en detrimento de un despliegue internacional de su poderío económico y militar. Recuérdese que en ambas guerras mundiales participaron tarde, tan sólo cuando no pudo quedar al margen, pese a la opinión pública americana que era mayoritariamente aislacionista (en la Primera en 1917, y en la Segunda tras Pearl Harbor en diciembre de 1941). Lo que sí es cierto es que, tras ambas conflagraciones, la debilidad de las demás potencias occidentales fue aprovechada por Washington para extender su influencia por el orbe, convirtiéndo el siglo XX en el siglo americano. Una época en la que el modo de vida americano (American way of life), la democracia liberal, el capitalismo global, parecieron imponerse. Algo que se había materializado sobre todo tras la derrota de las potencias del Eje y la larga Guerra Fría contra la Unión Soviética (y después la China comunista), que perduró más de cuatro décadas.
La aparición de un Mundo multipolar tras la caida del Muro de Berlín, aclamado por algunos ensayistas como Fukuyama, que alumbraba el triunfo definitivo del Imperio atlántico, fue un espejismo que duró poco. China se transformó en un actor capitalista internacional (curiosa paradoja para un Estado que se define comunista); Rusia se negó a permanecer en un segundo plano, lanzándose a una expasión militar para controlar sus fronteras y atreverse incluso a desembarcar en África (los países del Sahel son muestra de ello); la economía de los antes llamados países en vías de desarrollo creció de manera exponencial, al tiempo que su población (Los BRICS con India, Brasil, Sudáfrica). La aparición del islamismo, nuevo factor geopolítico, sustituyó al comunismo como Eje del Mal, corroborando las tesis conservadoras de Samuel P. Huntington en su ensayo El Choque de Civilizaciones, adecuadamente subtitulado La reconfiguración del Orden Mundial[1]. En este escenario con el que se inauguró el siglo XXI, tras los fracasos, primero de Vietnam, después Irak y Afganistán, EE.UU. dio comienzo a su repliegue hacia su zona de influencia tradicional: las Américas. La llegada de Trump al poder por segunda vez en 2025 no debe contemplarse más que la siguiente etapa de lo que se inició con Obama, aunque ahora con mayor vigor.
La Doctrina Monroe 2.0.
Las declaraciones públicas y decisiones adoptadas en las primeras semanas de su mandato revelaron algo que ya llevaba Trump en su programa del Make America Great Again. Consciente el equipo del nuevo presidente de la necesidad de reorientar su política exterior, pues sería ingenuo como hacen los medios de difusión de noticias el pensar que todo depende del albedrío de una persona, todo indicó que el péndulo volvía a oscilar hacia el continente américano. Los analistas críticos de inmediato lo calificaron como el retorno a la tan vilipendiada Doctrina Monroe[2].
Formulada por el quinto presidente James Monroe (en el cargo entre 1817-1825), en una alocución al Congreso en diciembre de 1823, supuso el punto de inicio de la política exterior de EE.UU., entonces como potencia regional. Dirigida a mantener a las potencias europeas fuera del hemisferio occidental (como bautizaron al contiente Americano, expresión que se ha revitalizado hoy) y permitir la expansión territorial del nuevo país a costa de sus vecinos[3]. El América para los Americanos fue el lema utilizado para intervenir en la zona en cada ocasión los intereses estadounidenses se vieran amenazados o no se les permitiera incorporar nuevas tierras (a golpe de talonario, con Rusia, España y Francia, después a costa de México, sobre todo con campañas militares). La última, la ocupación manu militari de Cuba y Puerto Rico en 1898. Si a los principios despertó simpatías en Hispanoamérica, al oponerse a la influencia europea, pronto se transformó en un creciente sentimiento antiamericano[4].
El siglo XX también se inició con una larga serie de aventuras bélicas yanquis (Cuba, Honduras, Panamá, 1898-1909; Haiti, 1915-1935; República Dominicana, 1916-1924; Nicaragua, 1912-1933; México 1910-1919). Superado este período, en especial concluida la Segunda Guerra Mundial, la política de intervención fuera de sus fronteras se extendió a todo el orbe. A partir de ahora, con algunas excepciones, la influencia en Hispanoamérica se llevó a cabo mediante las élites locales, la influencia de la CIA y los estamentos militares, siempre con la excusa de evitar la inflitración comunista[5]. Una relación que se quebró al inicio del siglo XXI, con un presidente Bush dirigiendo su atención hacia la amenaza islamista, y que en Hispanoamérica derivó en un auge de los indigenismos junto a movimientos postsoviéticos, antes dependientes de Moscú, que se declararon anti-imperialistas y alcanzando el poder (Nicaragua, Venezuela, Bolivia, etc.). Ello provocó un retroceso de la influencia norteamericana, ahora sustituida por potencias emergentes como Rusia, Irán y China. Cuba persistía en su resistencia numantina frente a EE.UU., cada vez más debilitada.
Trump lanzó sus primeras proclamas en este sentido, con alusiones a que Canadá debía convertirse en el 51º Estado americano, Groenlandia se la compraría a los daneses, el Golfo de México pasaría a llamarse de América, o que retomaría el control del canal de Panamá. Dejó claro que no permitiría injerencias de otras potencias (en abierta alusión a China y Rusia), y que protegería la hegemonía estadounidense ante cualquier enemigo exterior que pusiera en peligro su estatus económico (llamado con eufemismo “Seguridad Nacional”, una expresión que nos retrotrae a la etapa de Kennedy), incluso rompiendo para ello el orden internacional establecido tras la Segunda Guerra Mundial. No fueron pocos los que interpretaron que estaba marcando una nueva versión de la Doctrina Monroe. Análisis que en realidad no es del todo correcto. En todo caso debe considerarse una revisión de la política marcada por el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909), que regeneró de manera marcada la tradicional Doctrina Monroe, con el que Trump tiene similitudes incluso personales y sobre el cuál tendremos ocasión de volver. Para alcanzar sus metas, estimaron los nuevos halcones de la Casa Blanca que primero tenía EE.UU. que solventar el delicado panorama mundial, para poder de esta forma tener las manos libres en “su” continente americano[6].
Una nueva geopolítica
Consecuente, y por ello nada soprendente, fue que el nuevo mandatario de Washington marcase como objetivos esenciales de la Agenda de sus primeros meses de gobierno el solventar (al menos de manera momentánea) el problema de Oriente Medio. Protegiendo a Israel al tiempo que deteniendo un conflicto en escalada desde el ataque de Hamás en octubre de 2023. Si para ello se precisa de un acercamiento a Irán, lo hará, permitiendo que se convierta en una potencia regional siempre sin amenazar al aliado de Tel Aviv. De manera simultánea, imponer un armisticio entre Rusia y Ucrania, aunque fuera contra los intereses europeos y gestando un creciente antiamericanismo en la opinión pública del Viejo Continente. No sabemos aún cuál será la respuesta rusa, pues ello pasa por aceptar una retirada de África y Venezuela, al tiempo que reconocer el status quo de las fronteras de Europa del este. Unido al desasosiego europeo, que hasta entonces había vivido plácidamente bajo el paraguas protector americano.
La tercera pata de este complejo proyecto será China, más complicado de doblegar al tratarse de una guerra comercial, con un coloso asiático poco dispuesto a regresar a sus fronteras del siglo XX. Pekín lleva años invirtiendo en minas, puertos, infraestructuras esenciales, en todos los países en vías de desarrollo fuera de Asia. En su propio continente lo ha tenido dificil debido a la tradicional antipatía de los países limítrofes (Corea, Taiwan, Japón, Vietnam o Filipinas), por lo que se volcó en África e Hispanoamérica. Precisamente es aquí donde el vecino del norte primero pretende hacerles retroceder. Algo que el nuevo jefe de la diplomacia yanqui, Marco Rubio, dejó claro en un artículo aparecido en el influyente Wall Street Journal, asegurando que la prioridad de la administración Trump sería acabar con esta influencia:
«El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá y la República Dominicana (los países que visitaré en este viaje) se beneficiarán enormemente de una mayor cooperación con los Estados Unidos. Estas naciones fueron descuidadas por administraciones anteriores que priorizaron lo global sobre lo local y buscaron políticas que aceleraron el desarrollo económico de China, a menudo a expensas de nuestros vecinos. Podemos revertir esto»[7].
Lo anterior ya lo había advertido Trump, nada extraño pues en su Proyecto 2025 anticipó sin tapujos un enfrentamiento abierto con la potencia asiática, cuando acusó en enero de 2025 a Pekín de pretender convertir el Caribe en un “lago chino” a través del canal de Panamá, lo que también incluyó expresamente en su discurso de toma de posesión. Que lo recuperaría, incluso a la fuerza si fuera preciso. Una verdadera declaración de intenciones que anticipa que en los años venideros veremos un choque entre la potencia asiática y EE.UU., lo que varios especialistas ya han profetizado, anticipando una victoria estadounidense[8]. Quizás demasiado a la ligera.
Mientras esto se va fraguando, no es imposible una alianza ruso-americana, con un Moscú que en la historia ha dado muchas muestras de desencuentros con su vecino asiático (no olvidemos que la única contienda caliente que tuvo la URSS en la posguerra fue con la China comunista en 1969, que dejó centenares de bajas). Las viejas aspiraciones irredentistas chinas se dirigen hacia el norte, a la Siberia rusa ocupada por los zares en su expansión hacia el Pacífico en los siglos XVIII y XIX. Declaraciones de los dirigentes chinos que han sido reiterativas en ese sentido desde la época de Mao. Para ello, Rusia necesitará del apoyo europeo, que por otro lado depende de las exportaciones al coloso chino. El futuro de la cacareada Alianza de los BRICS ya ha saltado por los aires. India, Brasil y Sudáfrica no dudarán un momento a colaborar con EE.UU.
En conclusión, muchas incognitas y frentes siguen abiertos. Queda por saber, en lo que nos concierne a los hispanos, hasta que punto será contundente la reacción estadounidense para recuperar la influencia en Hispanoamérica. Junto al papel que puede jugar Europa y, sobre todo, España en este proceso. Es hora de elegir bando.
[1] En castellano, a cargo de Paidós. Barcelona, 2001.
[2] The Washington Post, 28.2.2025. En España, El País, 5.1.2025, y La Vanguardia, 9.1.2025.
[3] Un excelente estudio el de Jay SEXTON, The Monroe Doctrine: Empire and Nation in Nineteenth Century America. Hill and Wang. Nueva York, 2012.
[4] Para comprender este fenómeno a nivel global, vid. FRIEDMAN, M.P.: Repensando el antiamericanismo. La historia de un concepto excepcional en las relaciones internacionales estadounidenses. Machado grupo Editores. Madrid, 2015.
[5] Los informes de la época, ahora desclasificados, de la CIA son ilustrativos. Uno de ellos el famoso “United States Objectives and Courses of Action with respect of Latin America: Staff study”, fechado el 4 de marzo 1953. Cit. en FRIEDMAN, M.P.: Repensando el antiAméricanismo. Op.cit., p. 198.
[6] Kiron SKINNER, “Department of State”, en Mandate for Leadership, extenso volumen publicado por la ultraconservadora Heritage Foundation en 2023 con el programa de gobierno del Proyecto 2025 para cuando Trump fuese elegido. Disponible en las redes. AfroAméricana, fue Directora de Planificación del Departamento de Estado en su primer mandato, habiendo estado antes en la administración Bush.
[7] Wall Street Journal, 30.1.2025, “An Americas First Foreign Policy”.
[8] Wall Street Journal, 05.3.2025, “China is secretly worried Trump will win on trade”.