Una sociedad cada vez con menos argumentos contra la pederastia

Una sociedad cada vez con menos argumentos contra la pederastia. Jesús Cotta Lobato

No hay grupos de presión, que yo sepa, que estén intentando normalizarla: es que el espíritu de nuestro tiempo, que consiste en un rechazo de la tradición y de la religión, nos está dejando sin argumentos y defensas morales contra ella. En efecto, una época en que la verdad no existe, sino los acuerdos; en que los derechos humanos ya no son naturales, sino que los crean o transforman los gobiernos; donde cualquier menor tiene acceso a toda la pornografía más explícita y perturbadora antes incluso de tener experiencia sexual con nadie; donde los lemas más usuales son “No te reprimas”, “Haz lo que te pida el cuerpo”, “Déjate llevar”, “Pruébalo todo”, “No me arrepiento de nada”, “Nada malo hay en tus deseos”, “Hay que sacar las parafilias del armario”, etc; donde la esperanza en el más allá se ha perdido y la esperanza está ahora en el aprovechamiento voraz de todos los placeres que aquí se nos presenten; donde no se nos educa a ser señores del sexo, sino sus vasallos entusiastas; una sociedad así genera unas familias cada vez menos precavidas contra la experimentación sexual de sus hijos y, lo que es peor, unos pederastas cada vez más audaces y cohesionados cuyo único freno es por ahora la ley. Ya nos viene avisando la policía de que los pederastas de ahora no son como los de antes: si estos luchaban contra esa tendencia suya o la ocultaban, ahora están orgullosos, la reivindican y acusan al mundo de hipocresía. Y, sin saberlo, estamos allanándole el camino.

Dado que los telediarios presentan a los pederastas como a unos inmorales delincuentes, este artículo puede parecer alarmista y lunático; pero, desaparecidos los frenos tradicionales que protegen con un escudo moral la inocencia de los niños contra la posible sexualidad expansiva de los adultos, ya solo quedan los sociales y psicológicos, y estos serían fáciles de abatir si hubiera una campaña publicitaria bien dosificada y orquestada de gente guapa y famosa abogando por el derecho de los prepúberes a conocer la sexualidad gracias a adultos responsables y experimentados como en la antigua Grecia, y saliesen psicólogos alabando la madurez psicoafectiva de los niños que han sido educados de tal manera y asegurasen que el problema de los pederastas actuales es que fueron víctimas de una educación represiva.

En una escena famosa de Un mundo feliz de Aldous Huxley, desnudan a los niños de una escuela para que experimenten con sus cuerpos, y cuando un niño corre llorando a la maestra porque tiene miedo de lo que unas niñas quieren hacerle, la profesora, en vez de regañar a las niñas, manda al niño al psicólogo. Esta abominable pederastia del Estado (porque pederastia es también dar educación sexual a un niño antes de que pueda entenderla o la necesite) está ya cada vez más cerca de cumplirse, porque hoy existe un creciente ejército de supuestos expertos con licencia estatal para entrar en clases de preadolescentes, donde aún huele a colonia y abrazo infantil, a hablarles de autoplacer y prácticas sexuales no coitocéntricas y del sexo como diversión y autorrealización, sin nada que ver con esa mezcla de afecto, deseo y compromiso que es el triple y noble origen del que casi todos hemos nacido o deberíamos nacer; y lo terrible es que la sociedad empieza a percibir como a los malos de la película no a esos adoctrinadores estatales con ese interés malsano en la sexualidad de los menores, sino a los padres que se oponen a ello. Curiosamente, los mismos que hoy aceptan que el Superestado paternalista sea quien les señale a sus hijos el camino y las prácticas y la índole de algo tan delicado y bello e impresionable como la sexualidad a esas edades tempranas, no dudarían en denunciar a cualquier adulto que, en un parque o en una fiesta, les dijera a sus hijos exactamente lo mismo que le cuentan en clase los supuestos expertos.

Y termino con un ejemplo que ilustra muy bien esta creciente, inconsciente e insidiosa desdramatización y normalización de la pederastia: en Dinamarca es famosa una serie de animación para niños titulado John Dillermand, cuyo protagonista es un hombre bigotudo con un pene enorme con el que realiza todo tipo de tareas cotidianas, como, por ejemplo, pasear al perro. He aquí cómo la sexualidad malsana de los adultos, aprovechando la curiosidad natural e ingenua propia de la infancia, están consiguiendo que los niños vean como algo gracioso y normal el pene de un bigotudo. Los pederastas estarán frotándose las manos.

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