Hay libros que son hitos en la vida personal, mojones en el camino de la existencia, hachas que rompen mares helados, como decía Kafka.
El primer libro que leí después de la partida de mi madre fue Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla, a quien le dediqué un breve estudio publicado en una recopilación de artículos editada en 2020. Los textos que componen Una excursión a los indios ranqueles comienzan a publicarse por entregas en el Diario “La Tribuna” de los hermanos Varela durante los meses posteriores a la expedición, entre mayo y diciembre de 1870. Mansilla elige el género epistolar para comunicar su travesía, por ello, dichos textos en su forma original asumieron el estilo de una serie de cartas dirigidas a su amigo Santiago Arcos. Todo ello da origen a un libro que, por su naturaleza, es inclasificable y que se convierte en un clásico de la literatura argentina. Una excursión a los indios ranqueles no es simplemente una novela, tampoco una mera crónica de viaje; no es solo un folletín autobiográfico, ni un disimulado tratado de antropología cultural. Sin embargo, participa de todo ello desbordando los géneros. Pero no es este el ámbito para analizar la obra de Mansilla sino tomar un capítulo de su libro como piedra de toque para reflexionar sobre la fisonomía de un personaje de turno: primer mandatario argentino, rockstar, tapa de la revista Time y amigo de toda la “derechita valiente”, como dice entre nosotros Juan Manuel de Prada.
Escribe Mansilla en el citado libro:
“Lo confieso, en nombre de las cosas más santas. Yo no he dormido jamás mejor ni más tranquilamente que en las arenas de la Pampa, sobre mi recado”[1].
El Coronel Mansilla, en su ruta hacia los ranqueles y al frente del 12 de Línea se echa a dormir bajo las estrellas de la Pampa argentina y sueña:
“Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador del desierto; que los aguerridos ranqueles, magnetizados por los ecos de la civilización, habían depuesto sus armas. […] que yo era el patriarca respetado y venerado, el benefactor de todos”.[2]
En el medio de aquel sueño irrumpe el espíritu del Maligno que le susurra al Coronel:
“La gloria del bien es efímera, humo, puro humo. Ella pasa y nada queda […] ¡Escucha la palabra de la experiencia, hazte proclamar y coronar emperador! Imita a Aurelio I. Tienes un nombre romano. Lucius Victorius Imperator sonará bien al oído de la multitud”.[3]
Y así, entregado a las amonestaciones fáusticas, el Coronel Mansilla -devenido ahora emperador de los ranqueles-, ideaba el trono en que se había de sentar, la diadema que había de ceñir y el cetro que había de empuñar. Lucius Victorius Imperator, envuelto en una bruma rojiza, intuía el resplandor de la Gloria. Su nombre, en la acclamatio unánime de aquellas tribus, iba llenando todo el desierto. Pero como los sueños son solo sueños, una voz interrumpió el mundo onírico del Coronel Mansilla y quien imperó fue la realidad. Luego, cada cosa adquirió su verdadero rostro bajo las últimas estrellas del amanecer.
Lucio V. Mansilla, provenía de la mejor prosapia argentina. Era sobrino del Restaurador (Don Juan Manuel de Rosas), hijo de Agustina Ortiz de Rosas –la mujer más bella de su tiempo según las crónicas- y de Lucio N. Mansilla, prohombre de la gesta de Obligado, cuando en aquel 20 de noviembre de 1845, las tropas argentinas se le pararon de manos al invasor anglo-francés que pretendía navegar nuestros ríos sin más permiso que la prepotencia. Lucio Mansilla hijo fue un alma valiente, un escritor superlativo y tal como se lo llamó alguna vez, un excursionista del planeta.
Un siglo y medio después de aquella travesía a los ranqueles, los argentinos nos encontramos ante la proyección onírica de otro emperador: Javier Gerardo, o mejor aún, Xavierus Gerardus.
Llegados a este punto, se preguntará usted, querido lector: ¿Y qué tienen en común Lucio V. Mansilla y Javier Gerardo? Poco, muy poco en verdad. Quizás, uno de los posibles puntos de encuentro es que ambos son amigos de la Generación del 80 y su noción de “progreso”; aunque mientras Lucio V Mansilla conoció y trató a esos hombres del 80, Javier Gerardo los admira ideológicamente. El segundo punto en común es aquel sueño de emperador, pero con una diferencia: Javier Gerardo, en la frondosidad de su fantasía, sueña despierto.
Xavierus Gerardus Imperator se autopercibe león y mesías, superhéroe y redentor. La causa instrumental de sus sueños no es un lecho improvisado bajo el cielo de la pampa sino un micrófono y un atril. Este nuevo emperador también sueña con la gloria y con ser llevado en andas, aunque no por los ranqueles, sino por las nuevas generaciones sepultadoras del “viejo salvajismo”. El problema es que al sueño de Xavierus Gerardus le cabe aquella coplilla de José Larralde que dice: “se olvidó del sol de su bandera haciéndole mandaos a una estrellada”.
En un artículo fechado el 4 de septiembre de 1941, nuestro poeta depuesto, Don Leopoldo Marechal expuso la nota esencial de aquello que llamó “la inteligencia argentina”. Marechal sostiene que la inteligencia argentina, en razón de su origen y por gravitación de su raza, es una inteligencia hispánica y, por tanto, clásica. Esta inteligencia clásica se reconoce por un recto ejercicio de la facultad intelectiva y, por ello, trabaja sobre las cosas, las comprende y clasifica en un orden armónico: es una inteligencia realista y jerárquica. La gran intuición de Marechal es ver claramente las consecuencias que surgen cuando el orden de esta inteligencia se resquebraja y cae, en notar que, para esa caída, es necesario que ella sea negada en su autoridad, herida en sus principios y sofisticada en sus leyes naturales. Allí se inicia el “drama” de la inteligencia.
Citamos un pasaje superlativo del artículo de Marechal que se revela a su vez, como la clave de bóveda de este proceso político que nos toca vivir:
“Si esta rebelión de la conciencia se desarrolla secretamente en el interior de un individuo, el mal quedará limitado. Pero supongamos que la conciencia, tras haber polemizado con la verdad, erige sus errores en sistema y se hace proselitista. […] Cuando la nueva ley haya ganado el consenso de la mayoría, se iniciará una edad signada por el individualismo sentimental”.[4]
En esas estamos los argentinos, en una prolongada apostasía de la inteligencia clásica. El problema es que ahora, para colmo de males, deambulamos en el obligo del individualismo libertario con la figura del Gran Soñador al frente del gobierno.
En el fondo, siempre se trata de las dos grandes posturas frente a la realidad, posturas que configuran a su vez, dos posiciones antitéticas: realismo e idealismo. Sucintamente, diremos que el realismo es la doctrina filosófica que sostiene que las cosas poseen una realidad extramental e independiente del pensamiento. El idealismo en cambio, sostiene que es el mismo pensamiento el fundamento del ser, es decir, convierte el conocer en condición del ser. Mientras que el idealismo parte del nosse, el realismo parte del esse, y entonces: ab esse ad nosse valet consequentia, es decir, del ser al conocer es válida la consecuencia y no al revés. Esa es la médula de la apostasía libertaria ante la Inteligencia clásica: son expertos en los “COMO” sin conocer los “QUE”. Ellos creen que sus principios y sus modelos conceptuales son aplicables a cualquier realidad. Su idealismo radica, por ejemplo, en la instauración de una economía que des-supone a la persona humana, vaya paradoja para quienes se jactan de la defensa irrestricta del individuo. Ya lo hemos dicho, esta es la forma de proceder de toda ideología que, a su vez, es una miopía de la inteligencia.
El sueño del Coronel Mansilla, aquella noche bajo la cruz del sur, fue interrumpido por una voz antes que despunte el alba. ¿Aparecerá en esta aparente noche de nuestra historia, una voz criolla que despierte del sueño a Xavier Gerardus Imperator?
Decía Chesterton que optimista es el que nos mira a los ojos y pesimista, el que nos mira los pies. Yo creo que hay que mirarle los pies al nuevo Imperator, como a ciertas aves que andan pavoneándose por ahí, porque cuando uno le mira los pies, se desinflan solitas.
[1] Lucio V. Mansilla. Una Excursión a los indios ranqueles, Cap. XIV.
[2] Ibídem: Cap. XXXII
[3] Ibídem.
[4] L. Marechal. La inteligencia Argentina en “Nueva Política”. Buenos Aires, 04/09/1941