Sucedió hace unos días, cuando el comunicador Bertrand Ndongo intentaba realizar una entrevista sobre el terreno a la periodista progre, destacada miembro del equipo de información sincronizada al servicio del gobierno, Ana Pardo de Vera. La reacción de esta fue humillarle apelando hasta en dos ocasiones al color de su piel (negra), para rematar la faena arrebatándole el micrófono y tirándolo al suelo mientras le gritaba: “cógelo como gorila”; hecho este que ella ha negado en redes, a pesar de existir un vídeo que deja poco lugar a la duda.
La respuesta del comunicador, desplegado allí como trabajador del medio Periodista Digital, ante semejante acto de desprecio, apenas alcanzó a encararse con la periodista durante dos segundos, momento en el que aprovechó el séquito que rodeaba a Pardo de Vera para ponerse en frente de Bertrand al grito de “eh, eh, eh”; haciendo pasar a la víctima por verdugo, y al verdugo por víctima. Justo al terminar el suceso, y cuando el trabajador había recuperado su herramienta de trabajo, el micrófono, aún en evidente estado de nerviosismo ante el acto de humillación al que había sido sometido, éste libera todo su estrés insultando a la periodista. Esto lo han utilizado algunos sinvergüenzas para volver a colocar a la causante del incidente racista como víctima, y a la verdadera víctima como verdugo.
Ni uno solo de los progres que acompañaban a la progre alfa, incluido el secretario general del sindicato Comisiones Obreras, Unai Sordo, tuvo una sola palabra o gesto de desaprobación por la actitud obscenamente racista de la periodista. Todos callados (y calladas, por jugar en su terreno) como…
Es más, en declaraciones posteriores, el líder de CCOO, se solidarizó con Ana Pardo de Vera, haciendo lo mismo que tantos otros con su misma y escasa capacidad argumental, que es llamar fascista y racista a Bertrand. Nada nuevo, todo lo que no entienden o no comparten es fascismo, y de ahí no salen: fascista, racista, caca, culo, pedo, pis… y ya. Ninguno supera intelectualmente los 15 años: ni la periodista, ni el sindicalista, ni el séquito borreguil presente en la escena.
Es este, más allá de cuatro pirados generalmente identificados con algún grupo de ultras de fútbol, o una banda de música, el único racismo real que hay de manera generalizada en España: el de los tipos de izquierdas que no aceptan que el negro no se someta a sus postulados ideológicos, que no obedezca cuando le tiras el micrófono como si fuera un plátano y le ordenas: “recógelo”. El negro que se niega a ser esclavo.
Bertrand lo ha explicado en alguna entrevista, los partidos de izquierdas tienen siempre a un hombre negro en sus filas como cuota, pero no le dejan hacer nada, nada que no sea hablar del color de su piel; para cualquier otra iniciativa o causa, no existe. Por utilizar sus palabras exactas donde menciona al diputado negro del PSOE, Luc André Diouf:
“Si vas a Diouf, por ejemplo, que es el que más tiempo lleva en la política (…) un tío, por cierto, que no debería ser ni diputado porque agredió a un anciano. Entonces si te fijas en las personas africanas que tienen fuerza en la política, son personas que solamente usan para hablar, cuando toca hablar de la piel negra. A Diouf no le van a entregar nunca una proposición no de ley, o de ley, sobre algo relacionado con el bienestar social de algo que no es un negro. A Diouf nunca le van a dejar exponer sobre una cosa que trate algo lejos de la piel (…) yo se lo dije un día a Diouf: “¿Diouf, algún día te voy a escuchar hablar de algo en Congreso, que no sea que eres negro?” (…) “¿tú crees que nos representas a nosotros porque estás sentado detrás de Sánchez aplaudiendo en el Congreso, y cada vez que hay que hablar de negros, te saca a pasear?” (…) eso sí que es racismo”.
Es así, no hay más, para un político de izquierdas un negro es un objeto a utilizar. Puede arriesgar su vida invitándole a tirarse al mar con un cartel de Welcome Refugees, y luego seguir sacando rédito político de su muerte poniendo la foto de su cadáver en redes si el emigrante no tuvo la fortuna de llegar a la otra orilla. Si sí llega, y se convierte en inmigrante, no va estar allí nunca para darle la bienvenida en persona. No lo quiere ni en su casa ni en su zona residencial. Lo mandará como si fuera mercancía de Amazon a algún centro de algún barrio obrero y si allí se quejan, les llamará racistas. Viral se hizo el vídeo de Pedro Sánchez tratando de limpiarse la mano después de habérsela estrechado a un niño negro.
No quieren negros, quieren negros de izquierdas, quieren votos. No quieren mujeres, quieren mujeres de izquierdas, quieren votos, es decir, quieren poder, y para alcanzarlo o mantenerlo, están dispuestos a utilizar a los negros, a las mujeres y a quien sea.
¿Por qué no hay ningún movimiento de solidaridad con la población china?
¿Por qué nadie habla de los comentarios racistas que tienen que sufrir en sus tiendas?
Porque son personas que conocen perfectamente el sistema socialista y no lo van a querer repetir aquí donde tienen pensado criar a sus hijos, muchos de los cuales están escolarizados en colegios católicos. Ahí no hay caladero de votos.
¿Dónde está la solidaridad con los cientos de miles de venezolanos obligados a huir de su tierra?
Ah, que huyen del socialismo criminal (no hay otro tipo de socialismo), o sea, que ahí tampoco hay votos.
Sólo atienden a colectivos que, debidamente manipulados, les puedan dar poder. No hay nada más racista en la España de hoy que un tipo de extrema izquierda, el problema para ese tipo es que cada vez hay más gente que se niega a ser su esclavo, que le discute, que no le obedece, que rechaza todos sus mantras ideológicos y que ha entendido lo que estaban haciendo con él y cómo lo estaban utilizando.