La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (V)

La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (V). Adriano Errigel

¿La “gran sustitución”?

Afirmar que en Europa existe – o podría existir – un reemplazo demográfico equivale a revelarse como un xenófobo sanguinario, a situarse en el epicentro de todas las fuerzas satánicas. El gran reemplazo – leemos en Wikipedia en español – es una teoría conspirativa de extrema derecha (…) según la cual la población blanca cristiana europea está siendo sistemáticamente reemplazada con pueblos no europeos”. El “gran reemplazo” – dice el discurso oficial – es un discurso de odio que alimenta los actos terroristas anti-musulmanes de los últimos años.

Pero con la acusación de conspiracionismo” pasa como con el “discurso de odio”: la clave reside en saber quién lo define y cómo se define. Normalmente, los “odiadores” y los “conspiracionistasson siempre “los otros”, es decir, todos aquellos que se salen del guion.[1]

La formulación “canónica” de la teoría del gran reemplazo (también conocida como “gran sustitución) fue elaborada hace años por el escritor francés Renaud Camus, cuyo perfil inicial – militante socialista, ecologista, gay – lo hacía, en principio, poco sospechoso de afinidades ultraderechistas. Sobre su supuesto “conspiracionismo”, Camus lo desmiente de forma categórica. Para el escritor francés la gran sustitución no es una “intencionalidad” más o menos oculta sino una dinámica inherente al sistema. Camus define la gran sustitución como “el cambio de pueblo y de civilización en el tiempo de una o dos generaciones, en regiones concretas, especialmente en Francia, pero no sólo ahí”. La gran sustitución es sólo una pequeña parte de lo que él llama el “sustitucionismo global”, que define como un nuevo totalitarismo. “La gesta central de la posmodernidad – señala – es la sustitución de todo. La literatura por el periodismo, el periodismo por el fact-checkingo las fake news, el arte por la cultura, la cultura por la información, lo real por lo falso (…) en el sustitucionismo global no hay intencionalidad sino encadenamientos y cruces fatales a partir del momento en que se desea que las cosas tengan menor coste, estén estandarizadas, homologadas, y se impone una concepción económica, industrial y de crecimiento (…) Es la “davocracia”, la gestión del mundo por Davos”.[2]

No es difícil advertir que la idea de gran sustitución bebe de la teoría de los “tiempos líquidos” formulada por Zygmunt Baumann, que es hasta la fecha la mejor descripción filosófica de esa dinámica de fluidezfluidificación en la que reside, como hemos visto, la esencia del capitalismo absoluto. 

Pero que la gran sustitución sea una dinámica del sistema – y no el fruto de una conspiración oculta– no impide que, a beneficio del poder establecido, cuente con lobbies y cenáculos que la impulsan y defienden. Aquí se dan la mano las momias filosóficas post-68, la izquierda liberasta y los voceros de la patronal.[3]Todos ellos favorecen – si no en teoría, sí de facto – un cambio demográfico en aras de la diversidad, el enriquecimiento cultural o el futuro de las pensiones. ¿Qué problema tienen entonces con la idea de “gran sustitución? 

Diálogo de sordos

La idea de que existe una “gran sustitución” demográfica – dice el discurso de valores dominante – discrimina como foráneos a los inmigrantes “racializados” y sus descendientes, pero no a los inmigrantes blancos culturalmente cercanosErgo es una idea racista.

Este argumento tiene su lógica, pero solo si se parte de una premisa: la nación es un mero expediente burocrático, una cuestión de “papeles”. En este punto el diálogo es complicado porque se hablan idiomas diferentes: por un lado, los partidarios de un enfoque formalista o “jurídico-normativo” del hecho nacional; por otro lado, aquellos que atribuyen un valor decisivo a factores como la afinidad cultural, la integración afectiva, la solidaridad intergeneracional y el patrimonio histórico común; cuestiones todas ellas que seguramente no pueden cuantificarse ni tabularse, pero que a la larga modulan la convivencia ordinaria. Se trata, en el fondo, de una vieja cuestión de filosofía política, planteada entre otros por Ferdinand Tönnies: ¿qué es la nación, una “sociedad” o una “comunidad”? ¿Qué es la identidad nacional, un vínculo cultural compartido o un estampillado en el pasaporte? 

En el mundo de las ideas abstractas, los defensores del enfoque jurídico-normativo pueden tener razón. Pero en la vida real les corresponde la carga de la prueba: ¿por qué los migrantes “culturalmente lejanos” suelen rechazar la identidad del país de acogida? ¿Por qué en Francia los sondeos indican que son los hijos y nietos de inmigrantes (nacidos franceses) los que piensan que la sharia debe prevalecer sobre la ley civil? Los datos demuestran que, si bien es posible asimilar a individuos, es casi imposible asimilar a comunidades constituidas como tal. Especialmente si éstas representan más del 20% de la población y se concentran en áreas concretas.  

La cuestión consiste entonces en saber qué es lo que define a una nación. Los partidarios de la “nación cívica” dirán ésta que consiste en la voluntad de vivir en común. Alérgica a todo lo que no sea “inclusivo”, la Unión Europea hace pivotar la identidad en torno a valores universales y abstractos. Los partidarios de una concepción histórica, por su parte, responderán que, si bien la voluntad de vivir en común es importante, el zócalo reside en una identidad compartida que hunde sus raíces en la historia y la cultura. 

Pero los lobbies y cenáculos no están, evidentemente, para cuestiones de filosofía política. ¿Qué está para ellos en juego? 

Desde el punto de vista del Capital, se abre la perspectiva de un mercado global de productores y consumidores indiferenciados. Las tecnocracias socialdemócratas confluyen en esa visión economicista. “Convencidas del carácter ineluctable de la transición demográfica – señala Mathieu Bock-Côté – las élites europeas abogan por el aumento de la migración para salvar el modelo social y las pensiones, como si los pueblos europeos tuvieran por vocación el disolverse demográficamente para salvar una estructura social-tecnocrática”.[4]El chantaje del bienestar económico se envuelve en palabrería humanista, desde una idea de la nación como ente administrativo sin vínculo con la identidad de sus pobladores. Una concepción liberal que, en un vuelco irónico de la historia, hoy se revuelve contra los pueblos que la han hecho posible. 

¿Teoría de la conspiración? ¿Discurso de odio? La “gran sustitución” no se presenta como una teoría, sino como la constatación de una mutación social a gran escala, como la percepción de un cambio material indiscutible, al menos para cualquiera que – por razones de edad – haya conocido la situación anterior. Lo cual resulta embarazoso para los poderes establecidos; al fin y al cabo, éstos nunca han consultado a quienes en primera línea experimentan el fenómeno. Por eso los poderes establecidos lo niegan, lo rodean de una capa de mistificación informativa, tras la que se oculta, lisa y llanamente, la mentira. Objetivo: que nadie vea lo que pasa. Y si se ve, que nadie se lo crea. Y si se cree, que nadie se atreva a contarlo. 

Frente a la ceguera voluntaria de unos y de otros, un puñado de disidentes hacen honor a aquella exhortación que Charles Péguy dirigía a los intelectuales: “es preciso decir siempre lo que se ve. Y lo que es más difícil: es preciso ver lo que de verdad se está viendo”.[5]  

Una nueva generación antirracista 

La gran sustitución coincide con un “cambio de guardia” en el antirracismo. Así como hace años el antirracismo defendía la asimilación de las minorías bajo el paraguas común de los “derechos humanos”, el nuevo antirracismo (la teoría crítica de la raza, los decoloniales, el wokismo) reniega hoy de ese universalismo bienintencionado, al que considera una trampa para perpetuar la supremacía blanca. El nuevo antirracismo (que en Francia adopta el nombre de “indigenismo”) no niega la existencia de las razas, sino que hace de ellas el fundamento de su identidad. El nuevo antirracismo desconfía del mestizaje, repudia el sermoneo balsámico y abomina del paternalismo tipo “no toques a mi amigo”.[6]El nuevo antirracismo no es festivo sino subversivo, no predica el amor sino el resentimiento, no reclama la fraternidad sino la venganza. Y por supuesto, no tiene reparos en recurrir a la violencia. Es el ocaso de la ideología Benetton.

El nuevo antirracismo presenta además una peculiaridad: pretende hacerse pasar por anti-capitalista. Para lo cual se sirve de una serie de amalgamas: luchar contra el racismo equivale a luchar contra la Blanquitud, que equivale a luchar contra el patriarcado, que equivale a luchar contra el colonialismo, que equivale a luchar contra el capitalismo. Una “cadena de equivalencias” – Ernesto Laclau dixit – en la que el “hombre blanco heterosexual-cisgénero” emerge como la gran pieza a abatir. Y la “blancura” – marca racial intrínsecamente negativa– es ontologizada como la “Blanquitud”: el rostro del Mal.[7]Para forjar esta imagen, los decoloniales establecen un vínculo conceptual entre “Blanquitud”, colonialismo y capitalismo. Una amalgama ciertamente problemática. 

Desde un punto de vista histórico, el colonialismo fue un paréntesis de poco más de un siglo (mediados de siglo XIX-XX) para los países capitalistas de vanguardia: Francia y Gran Bretaña. Una gran parte de países europeos carecieron de colonias o bien estas tuvieron un impacto económico menor. El colonialismo fue un episodio puntual – un side show– en el despliegue multisecular del capitalismo. Es más, los historiadores discuten sobre si el colonialismo fue un factor dinamizador o una rémora en términos económicos, teniendo en cuenta que, ante todo, benefició a un puñado de intereses particulares. Junto a páginas execrables – como la colonización belga de El Congo – el colonialismo favoreció la creación de infraestructuras y la erradicación de enfermedades, al tiempo que hizo posible la abolición de la esclavitud en no pocas sociedades africanas. Al colonialismo se deben la alteración los equilibrios étnicos en África, la imposición de fronteras aberrantes y la creación de las condiciones sanitarias para una sobrepoblación de la cual hoy vemos los efectos.[8]

¿Es el neo-antirracismo una forma de luchar contra el capitalismo? La forma en la que las grandes empresas y multinacionales se pliegan a la agenda antirracista hace pensar, más bien, que sólo ven ahí nuevas oportunidades de negocio. Bienvenidos a la era del capitalismo moralista, el capitalismo woke. 

Anticapitalismo fake y antirracismo de marca

Asistimos al triunfo del antirracismo de marca. El antirracismo se ha convertido en elemento central de todas las estrategias de branding. Las multinacionales se han metamorfoseado en oficinas de lucha contra el “racismo sistémico”. El culto a la diversidad es bueno para los negocios. Se puede ser buena persona y ganar mucho dinero. Se puede rebosar empatía y nadar en la abundancia. Especialmente si la lucha contra el “privilegio blanco” nos permite ocultar otra discriminación más peligrosa: la que separa a ricos y pobres. ¿Quién da más de corrección política?  ¿Quién da más en apoyo ostentoso a Black Lives Matter? L´Oreal, Walt Disney, Apple, Nike, Uber, Starbucks, Louis Vuitton, Netflix, Amazon… En el contexto político de 2020, la misión histórica de Black Lives Matter consistió en desestabilizar el gobierno de Donald Trump, en colusión con las corporaciones interesadas en una victoria demócrata.[9]   

Según las previsiones de la ONU, África contará en el año 2050 con 2,5 mil millones de habitantes frente a 500 millones de europeos, con unas edades medias de 20 y 50 años respectivamente.  El Capital se adapta a todo. El Capital está dispuesto a deportar desde África todos los recursos humanos que sean necesarios – sean cientos de miles o sean millones– si ello le permite presionar a la baja sobre los salarios. Se trata de una población laboralmente dócil, una migración de consumo que lo tiene todo por adquirir.[10]Para la “construcción europea” es también un negocio redondo. La edificación de un ente supranacional exige la evaporación de las fidelidades nacionales, mientras que la lucha por la competitividad exige la fluidificación del mercado de trabajo. Apología de la libre circulación, criminalización de las fronteras, interpretación fundamentalista de los “derechos humanos”. Para evitar sobresaltos se insiste en el control de las fronteras, pero eso no contradice la orientación general migracionista. La migración debe ser – como enuncia el Pacto de Naciones Unidas en 2018 – “segura, regular y ordenada”. ¿Cómo hacer tragar esa píldora a las poblaciones autóctonas? 

Los expertos en nómina explican que la inmigración es un hecho ineluctable; los medios de comunicación cultivan el registro lacrimógeno-humanitario; las ONGs ejercen el chantaje moral permanente; los “filántropos” internacionales hacen presión entre bastidores; y una clase intelectual hegemónica establece la narrativa adecuada. La dominación de clase encuentra así su camuflaje perfecto, frente a una contestación social fraccionada en “comunidades sectoriales de substitución” (Costanzo Preve): los inmigrantes, las feministas, los “racializados”, los musulmanes, los LGTBIQA, los sindicatos dinásticos y una izquierda liberasta abonada al anticapitalismo fake.

Régimen diversitario y abolición del pasado

Sabemos desde George Orwell que la reescritura de la historia es signo inconfundible de los regímenes totalitarios. Quien controla el pasado controla el presente, por eso los totalitarismos reinventan la memoria colectiva, destruyen los vestigios incómodos y ajustan el pretérito a los dogmas del día. En este sentido el régimen diversitario es un totalitarismo, y de los peores.

La reescritura “diversitaria” de la historia tiene un fin: imponer el “relato” de que la diversidad es el único estado posible de las cosas, y todo lo que no se adapte a ella debe ser corregido, empezando por el pasado. No se trata (por el momento) de convencer a los europeos sobre los fundamentos afro-islámicos de su civilización, de hacerles creer – pongamos por caso – que los personajes de Homero eran negros, que los vikingos tenían perspectiva de género y que las novelas de Jane Austen estaban plagadas de asiáticos, de chicanos y de etíopes transexuales. De lo que se trata más bien es de provocar una disonancia cognitiva, de conmocionar las mentes y los espíritus, de lanzar el mensaje de que esto es así porque es asíporque así lo queremos y porque podemos hacer que así sea; no hubo, ni hay, ni habrá más realidad que la nuestra, os guste o no. Así, lo que hoy es estupefacción o motivo de burla, mañana será la normalidad para unas generaciones educadas en el régimen diversitario. Se trata de una advertencia, de una especie de “abandonad toda esperanza” dirigido a los disconformes. El lavado de cerebro se ejecuta a múltiples niveles. Las universidades, como siempre, en primera línea.

Merece la pena destacar – por su importancia simbólica – la ofensiva emprendida por las universidades americanas contra los estudios greco-romanos. Los argumentos son los previsibles. “Lejos de ser algo exterior al estudio de la antigüedad, la producción de la Blanquitud reside en las entrañas mismas de los clásicos. Espero que esta materia de estudio muera, lo antes posible”, afirma un zoquete cum laude de la Universidad de Princeton.[11]“La antigüedad clásica es un mito fundacional euroamericano, ¿de verdad deseamos mantener este tipo de cosas en los planes de estudio?”, regurgita una congénere. “Se trata de una disciplina implicada en el fascismo y el colonialismo, vinculada a la supremacía blanca y a la misoginia”; “los clásicos son tóxicos”; “los clásicos son elitistas, racistas, heretopatriarcales, vinculados a la extrema derecha”. Algunos docentes fantasean con la “destrucción por el fuego”. ¿Hogueras a lo Goebbels en los patios de la universidad? Objetivo: romper la “supremacía” de griegos y romanos, para reemplazarlos por el estudio de los pueblos hasta ahora “invisibilizados”. Delirantes estudios sobre la estatuaria grecorromana nos explican que las piezas conservadas en los museos han sido blanqueadas, para ocultar la “diversidad” de los originales. Ser clasicista implica ya caer bajo sospecha – a no ser que se haga desde una perspectiva de género, o que se promuevan líneas de investigación como la precedente.[12]Se trata, en resumen, de una campaña de des-historización en toda regla. Lo cual responde retomando una idea magistral de Costanzo Preve – a un interés de las clases dominantes: el de “impedir la formación de una consciencia histórica crítica que podría desmitificar su pretensión al carácter “natural” de su dominación”. La ofensiva contra los estudios greco-romanos cobra todo su sentido, desde el momento en que ahí reside el “código genético” de la autoconciencia cultural de occidente.[13]Ocupar “simbólicamente” Roma y Atenas supone, por tanto, hacerse con el control de la auto-conciencia cultural europea. 

Toda revolución es iconoclasta. La destrucción de monumentos y estatuas es una expresión simbólica de la instauración del nuevo régimen. El régimen diversitario culpabiliza el pasado y promueve la “cancel culture”; su ideal es el “reset”, la tabla rasa, el recomienzo desde cero. Los pueblos europeos deben romper el vínculo afectivo con su historia, y eso es ya una primera forma de genocidio. En su novela “Los Inmemoriales”, el escritor y etnógrafo francés Victor Segalen explicaba cómo una civilización se derrumba. Refiriéndose a la Polinesia de su época, relataba cómo el día en el que los jefes ya no eran capaces de recitar sus genealogías, en el que las gentes se reían de sus ancestros, en el que odiaban su propia historia y despreciaban a sus muertos, ese día estaban ya maduros para la colonización.[14]Una civilización se derrumba siempre desde dentro.  

Otro signo de totalitarismo: la destrucción de los libros y su reemplazo por el audiovisual. El “desemblanquecimiento” (Unwhitewashing) de la cultura europea – perpetrada en primera instancia por la papilla audiovisual– está a la orden del día. La Historia debe ser reescrita y ajustada a los cánones diversitarios. Y que nadie hable aquí de “apropiación cultural”. Al igual que el racismo, la apropiación cultural es una tara exclusiva de la Blanquitud, de la que los “dominados” están – por definición – exentos. Un inexpugnable razonamiento circular. Conviene asumir que este tipo de argumentos no se han concebido para un apacible intercambio de ideas, sino para ser impuestos por la fuerza. ¿Cómo será la nueva Historia inclusiva?

Cosas serán vistas que nadie había visto jamás. Dioses del Olimpo multiculturales, falanges macedonias LGTBIQA, emperadores germánicos de rasgos nilóticos, mandingos y yorubas en casaca, golilla y peluca bailando rigodones en la corte del Rey Sol, debatiendo con Voltaire, escribiendo la Crítica de la Razón Pura, ganando la batalla de Waterloo, componiendo el Anillo del Nibelungo, descubriendo la penicilina, llegando a la luna con Neil Armstrong. Pero más allá del empeño – un tanto pueril – en forzar la nota diversitaria, en realidad el mensaje es otro y es bastante más siniestro. Es la afirmación subyacente de la idea nihilista de fluidificación, la idea de que todo puede ser fluidificado y de que no hay realidad posible fuera del relato impuesto por el Mercado. El mensaje es – lisa y llanamente – que toda la realidad pasada, presente y futura conforma un pentagrama virgen cuyas notas son y serán siempre escritas por el capitalismo absoluto.

Nueva raza de señores

Cada época histórica se retrata en la elección de algún arquetipo. El arquetipo de nuestra época es el homo migrans, el “nómada inestable y desarraigado, en consonancia con la precarización del capital flexible y con la convergente deconstrucción de la estabilidad del mundo y de la vida” (Diego Fusaro).[15]El antirracismo es su coartada imbatible.

¡Todos somos migrantes! repica el hilo musical del neoliberalismo. La historia del hombre es una continua historia de migraciones, algo que siempre ha sucedido y siempre sucederá, no pasa nada, circulen…

Cierto. Hay mucha verdad en eso, pero no toda la verdad. Porque si ponemos las luces largas obtenemos una imagen algo diferente, la imagen de un fenómeno inédito. 

Muchas han sido las migraciones que han recorrido el continente europeo en los últimos 10.000 años. Pero salvo contadas excepciones, casi todas ellas resultaron en una redistribución de variantes genéticas dentro del gran grupo “blanco”. El fenómeno al que hoy se dirige Europa tiene poco que ver con esos antecedentes. Para encontrar un cambio antropológico parecido, habría que remontarse a la irrupción del hombre de Cro-Magnon en Europa, irrupción que conllevó la desaparición del hombre de Neanderthal. Lo que sucede en la actualidad no tiene nada que ver con los mecanismos de migración clásica.[16]Desde una perspectiva histórica de “larga duración” (Ferdinand Braudel) asistimos a los prolegómenos de un fenómeno novedoso: a la agonía demográfica del hombre europeo, es decir, de la humanidad blanca en su variante europea y norteamericana. Esta población – que representaba una cuarta parte de la humanidad a comienzos del siglo XX – hacia 2050 no será más que una doceava parte. En una época de extrema sensibilidad hacia la desaparición de especies animales, parece que la diversidad humana es la única cuyo futuro no genera preocupación.

“La raza blanca es el cáncer de la humanidad”, decía Susan Sontag. “La Blanquitud debe ser abolida”, dice el pensamiento decolonial. El hombre blanco heterosexual de ascendencia europea es conminado a dejarse azotar en las nalgas, a eliminar su masculinidad tóxica, a deconstruirse, a no reproducirse, a hacer sitio a los recién llegadosMientras tanto, miles de jóvenes en edad militar cruzan cada día las fronteras, procedentes de otros continentes, atraídos por la promesa de botín del capitalismo woke

La deriva racialista de la izquierda posmoderna no es una resistencia frente al capitalismo, sino la excrecencia natural del mismo. Es el pensamiento de una nueva raza de señores, de la hiperclase global de los detentadores del Capital. 

Psicología del etnomasoquismo

Un fantasma recorre occidente: el de la culpa y el arrepentimiento. Es difícil encontrar una rememoración de cualquier gesta, empresa, descubrimiento o acontecimiento histórico sobre la que no planee, de forma inconsciente o explícita, una fórmula ritual: ¡lo sentimos!

¡Perdón por nuestro imperialismo, por nuestro colonialismo y por nuestro racismo sistémico! ¡Perdón por nuestra sociedad blanca, patriarcal y heternonormativa! ¡Perdón por nuestros privilegios inconscientes, por nuestros cánones de belleza, por nuestra civilización no inclusiva! ¡Perdón por nuestra filosofía elitista, por nuestra literatura homófoba, por nuestras obras de arte sexistas, por nuestra música eurocéntrica! ¡Perdón por nuestros éxitos y por nuestros fracasos, por nuestras riquezas y por nuestras miserias, por nuestros vivos y por nuestros muertos! ¡Perdón por existir! 

“Aquí apesta el aire a secretos y cosas inconfesadas”, que diría Nietzsche. Y desde Freud sabemos que el masoquismo no es más que un sadismo invertido, una pasión de dominar retornada contra uno mismo. Este narcisismo de la auto-deningración, esta epidemia de genuflexiones, esta ostentación de Virtud ¿no son acaso formas desviadas de supremacismo moral? ¿No son formas de decir: “somos la única civilización capaz de cargar sobre sus hombros la culpa de la humanidad”?  “La autolaceración – escribe Pascal Bruckner – disimula apenas una auto-glorificación encubierta. El Mal sólo puede venir de nosotros; los otros hombres estarían sólo animados por la simpatía, la buena voluntad, el candor. Paternalismo de la buena conciencia: considerarse los Reyes de la infamia, es todavía permanecer en la cima de la Historia”.[17]En el culto a la debilidad identificaba Nietzsche el curso sinuoso de la voluntad de poder. Una tentación mesiánica.

Hay otra forma más pedestre de verlo, y es desde una perspectiva de clase.¿Dónde se ha fraguado esa ideología de la deconstrucción? ¿Cuál es el origen sociológico de esta izquierda racialista? 

Los universitarios woke de Harvard, Berkeley y Yale son los perfectos paladines de su clase. Al desplazar el centro de las preocupaciones de lo económico a lo cultural y de lo material a lo simbólico, la alta burguesía americana – blanca en su mayoría – suministra el nuevo opio del pueblo. Sólo los hijos de buena familia, con dinero y ocio en abundancia, pueden hacer de sus “sentimientos” una pseudoreligión y considerarse por ello el ombligo del mundo. “Refugiémonos en lo subjetivo, resignifiquemos los discursos, vivamos nuestras vidas imaginarias”, les dicen sus mentores. Pero mientras unos se emancipan de la realidad material, el neoliberalismo se encarga de organizarla. ¿Qué función desempeña aquí el etnomasoquismo?

Entre otras cosas, el de un potente marcador de clase. Son los blancos más acomodados – en Europa y Estados Unidos– quienes con más fuerza denuncian el “privilegio blanco”. Entre otras cosas, porque los blancos humildes y precarizados no suelen tener privilegios que confesar. La auto-humillación es un medio sutil de demostrar superioridad. “El reconocimiento del privilegio blanco por los blancos privilegiados hace un privilegio al cuadrado: el orgullo moral y la humildad farisea les permite elevarse por encima de la plebe” (Pascal Bruckner).[18]El etnomasoquismo es un lujo de ricos.

Más allá de su dimensión psicológica, el etnomasoquismo cumple funciones estratégicas. Un etnomasoquismo bien arraigado desactiva, de entrada, cualquier oposición a las políticas migratorias del capitalismo. Al favorecer la inmigración de repoblación, el etnomasoquismo favorece también la disociación entre ethnospolis; es decir, desactiva la idea de que la patria es la tierra de los padres y de los ancestros. La idea de nación se disuelve así en marco normativo abstracto, en demarcación administrativa, en agregación de ciudadanos, en sociedad anónima. Un proyecto (neo) liberal.

Si lo miramos bien, ante una Europa atenazada por la culpa tal vez el “gran reseteo” no sea tan mala idea. Recomenzar desde cero, sí, pero en un sentido diferente al que ellosimaginan… 

Lógica alejandrina

¿Qué decir de Europa? ¿Por qué reniega de su identidad? ¿Por qué parece resignada a suicidarse? 

Una obsesión milenaria por el pecado y la culpa, un cristianismo puramente sentimental (esa ideología laica que, según decía Nietzsche, ha “sobrecristianizado” al cristianismo) y un cierto morbo de la auto-humillación: rasgos atávicos en la psique europea que, multiplicados por el puritanismo americano, hacen la fuerza de ideologías tóxicas como la teoría crítica de la raza, el indigenismo y el wokismo. De ahí extraen su capacidad manipuladora, su carácter de chantaje moral permanente.[19]

Quien ante esas ideologías tóxicas – plagadas de trampas y neologismos obtusos – acepte una sola premisa, quedará atrapado en una melaza de estupidez. Caben entonces dos opciones. Considerar a esas ideologías como interlocutores válidos – según una lógica comunicacional “habermasiana” (de Habermas) – o seguir una lógica “alejandrina” (de Alejandro Magno) que no se dejó enredar en el nudo Gordiano y lo cortó de un tajo.

¿Cómo se traduce esto?

Para empezar, olvidando la fórmula ritual “lo sentimos”. No lo sentimos. No sentimos nada de nada. No pedimos perdón, ni por nuestra civilización, ni por nuestra historia, ni por nuestros vivos ni por nuestros muertos. Todo lo contrario. Y si de algo hubiera que arrepentirse, está ya pagado, con creces. 

La realidad es tan evidente, tan aplastante, tan solar, que no necesita siquiera ser enunciada. 

(continúa…)


[1]https://es.wikipedia.org/wiki/El_gran_reemplazo

Antes de convertirse en una “teoría conspiracionista de la extrema derecha”,el “gran reemplazo” era simplemente una noción demográfica introducida en el 2000 por la ONU, para referirse al envejecimiento de la población en los países occidentales y al recurso masivo a la inmigración para mantener la población activa. (“Migration de remplacement: est-ce une solution pour les populations en déclin et vieillissantes?” ONU, marzo 2000). El“gran reemplazo fue el título del manifiesto elaborado por el autor de la masacre en Christchurch (Nueva Zelanda) el 15 de marzo 2019, que se saldó con 51 muertos y 49 heridos musulmanes. Según relataron los medios, el asesino habría obtenido inspiración de la teoría del “gran reemplazo» formulada por el escritor francés Renaud Camus. Camus calificó el ataque de “literalmente contrario a todo lo que yo siempre he sostenido(…) terrorista, espantoso, criminal, desastroso e imbécil” (Le Parisien, 15 marzo 2019).   

[2]“El sustitucionismo global. Una conversaciónentre Renaud Camus, Elisabeth Lévy y Jean Baptiste Roques”. En El Inactual.com

https://www.elinactual.com/p/blog-page_673.html

[3]La idea de “cambiar de pueblo” ha sido teorizada por universitarios que promueven, entre otras medidas, otorgar el derecho de voto a los extranjeros.

Eric Fassin, Gauche, L´avenir d´une désilusion.Textuel 2014. 

[4]Mathieu Bock-Côté, “Ceuta, l´aveuglement de l´humanitarisme”. Le Figaro, 21-5 2021

https://www.lefigaro.fr/vox/societe/mathieu-bock-cote-ceuta-l-aveuglement-de-l-humanitarisme-20210521

[5]Los poderes públicos tienen una relación particularmente esquizofrénica con la idea de la “gran sustitución”. Por una parte, defienden que sólo desde el racismo puede criticarse o deplorarse el reemplazo demográfico, lo cual, en toda coherencia, debería conducirles no sólo a admitir abiertamente la “gran sustitución”, sino a celebrarla y a alegrarse de ella. Sin embargo, prefieren ocultarla a través de todo tipo de trucos estadísticos, tales como el rechazo a censar los datos sobre nacionalidad de origen de los padres (denunciado por la demógrafa francesa Michèle Tribalat). Otro argumento consiste en repetir que, a pesar de la afluencia migratoria, los inmigrantes y sus descendientes solo representan un tanto por ciento menor (un 12% o 15%, por ejemplo) en los países europeos – argumento que reposa sobre una “foto fija” e ignora las proyecciones demográficas. 

[6]“Touche pas à mon pote”, fue el eslogan oficial de la asociación antirracista francesa “SOS Racisme” creada en los años 1980 del pasado siglo. 

[7]Según el profesor mexicano Bolivar Echevarría, “la blancura se refiere a los rasgos fenotípicos del ser humano “blanco”: constitución corporal, color de la piel o rasgos faciales. La “blanquitud” se refiere a las características sociales de un determinado comportamiento, el cual no sólo muestra aquiescencia al capitalismo (sic) sino que también necesita percibirse sensorialmente; debe verse en rasgos que expresen “blancura ética”: porte y postura, ciertos tipos de mirada, gestos o movimientos que muestren suficiencia capitalista (sic).

http://latinoamericanos.posgrado.unam.mx/publicaciones/deraizdiversa/no.6/8._Cuerpo_humano_en_el_capitalismo-blanquitud,_racismo_y_genocidio.-Garcia_Conde.pdf

[8]En el caso de Gran Bretaña, el colonialismo y el comercio de esclavos favorecieron la expansión del sector puntero del algodón y los textiles, pero es difícil pensar que sin ese impulso el proceso de industrialización no habría tenido lugar. Los factores endógenos que están en la base de la revolución industrial – progreso agrícola, crecimiento de la población, invenciones técnicas, cultura emprendedora, estructura del Estado – estaban ya en marcha bastante antes de la expansión colonial. Tampoco está claro el impacto cuantitativo que la acumulación financiera de las colonias tuvo sobre la economía productiva en las metrópolis. 

En el caso de Francia, no pocos historiadores han subrayado el carácter costoso y engorroso de las colonias. El mercado cautivo que éstas ofrecían dificultó la necesaria reconversión de sectores económicos obsoletos, frenando así la competitividad de la economía francesa. A lo que hay que añadir el esfuerzo público para la construcción de infraestructuras en detrimento de su desarrollo en Francia. “El Imperio fue una ruina para Francia”, concluye el historiador Jacques Marseille.     

[9]Marie Chancel, “Big-business, Big Other, même combat. Le capitalisme au secours de Black Lives Matter”. Éléments pour la civilisation européennenº 185, agosto-septiembre 2020, p.40. La autora de este artículo señala que Nike, después de obtener 36,6 mil millones de dólares de beneficios en 2018, deslocalizó sus fábricas de China a Camboya y Vietnam con rebajas de entre 45%- 65% de salario vital. Uber Eats disfraza a sus trabajadores de “emprendedores” (para evitar cotizaciones patronales) y subcontrata a migrantes clandestinos. El gigante agro-industrial Mars utiliza mano de obra infantil en Costa de Marfil, pero retira el logo de la marca “Uncle Ben” por “racista”. La marca Ivy Park – de la cantante “antirracista” Beyoncé –utiliza mano de obra a sueldos de miseria en Siri Lanka.

Black Lives Matter fue creado por activistas queer procedentes de prestigiosas universidades. No en vano, fue impulsado como un startup, con técnicas de mercadotecnia corporativa y con el concurso de artistas y diseñadores de la costa oeste. “La sensación que transmite BLM – escribe Yesurún Moreno en el diario Vozpopuli.com– es la de “hipernormalización (…) una “actuación performativa” de personas negras con preocupaciones de blancos (…) un movimiento “antisistema” que no plantea retos, ni tan siquiera impugna al status quo, sino que lo refuerza”. Yesurún Moreno, “Black Lives Matter: los barrancos del activismo start-up”

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/black-lives-matter-activismo.html

[10]“Por reducidas que sean las sumas que puedan gastar dichos trabajadores, la mayor cantidad de personas que gastan resultará conjuntamente propicia para un aumento del dinero circulante. Cada cual podrá gastar a título individual sumas menores, pero habrá más personas capaces de gastar. La inmigración masiva cumple una función fundamental en beneficio del sistema de producción: contribuye al aumento de la demanda, cuando no a su incremento, aún en presencia de un desempleo generalizado y de unos sueldos estancados”. Diego Fusaro, Historia y Conciencia del precariado. Siervos y señores de la globalización. Alianza Editorial 2021, p. 432. 

[11]Dan-el Padilla Peralta, profesor en la Universidad de Stanford. 

[12]Raphaël Doan, “Ces historiens de l´Antiquité qui haissent l´Antiquité”. FIGAROVOX/TRIBUNE. En mayo 2021 la Universidad de Princeton eliminó el Latín y el Griego de su plan de estudios como medida contra el “racismo sistémico”. La Universidad de Howard suprimió el departamento de estudios clásicos. La Universidad de Wake Forest ofrece un curso de reeducación cultural para deconstruir “los prejuicios según los cuales los Griegos y Romanos eran blancos”. Algunos docentes se jactan ya de prohibir la Iliada y la Odisea para no exponer a sus alumnos a actitudes machistas, violentas y hetero-patriarcales.   

[13]Costanzo Preve. Nouvelle histoire alternative de la Philosophie. Le Chemin ontológico-social de la philosophie. Editions perspectives Libres 2017, p. 109. 

[14]Victor Segalen, Les Inmémoriaux. Libretto 2018. Citado por Michel Onfray en “Une Civilisation de Méduses”. Front Populairenº 4, 2021, pp.70-81. 

[15]Diego Fusaro, Historia y Conciencia del precariado. Siervos y señores de la globalización.Alianza Editorial 2021, p. 421.

[16]Michel Drac, “La Question Raciale”, en Essais 2005-2009. Le Retour Aux Sources 2013, pp. 322-323. 

Los progresos realizados en paleogenética permiten identificar los orígenes lejanos de una población a partir del ADN de restos humanos, a veces muy antiguos. Los análisis sobre la población europea indican la presencia tres grupos ancestrales: los cazadores-recolectores autóctonos – portadores de una parte de la herencia Neanderthal –, las migraciones de agricultores procedentes de Anatolia a partir del séptimo milenio A.C. y – a partir del cuarto milenio A.C. – las oleadas sucesivas procedentes de las estepas del sur de Rusia, que dieron lugar a la familia lingüística indo-europea. Posteriormente las excepciones se reducen, fundamentalmente, a las invasiones de hunos, mongoles y desde el norte de África hacia el sur de Europa en la alta edad media.

[17]Pascal Bruckner, La tyrannie de la pénitence. Essai sur le masochisme occidental.Grasset 2006, p. 50.

[18]Pascal Bruckner, Un coupable presque parfaitLa construction du bouc émissaire blanc.Bernard Grasset 2020. Edición Kindle.

[19]Frente a las simplificaciones del “cristianismo sentimental”, es preciso subrayar que el cristianismo – o al menos el catolicismo – no está doctrinalmente predeterminado hacia el globalismo. En su discurso ante la academia de Ciencias (abril 2001) el Papa Juan Pablo II hizo un llamamiento a adoptar un “estándar ético” para salvaguardar la diversidad cultural del impacto homogeneizador de la globalización, y expresó su preocupación ante el hecho de que el globalismo “deje a la gente indefensa por la destrucción de sus estilos de vida y culturas”.  “El globalismo – subrayó el Papa polaco – no debe ser una nueva versión del colonialismo” (…) La Iglesia continuará trabajando para que el ganador en este proceso sea la humanidad en su conjunto, no solo una élite enriquecida que controla la ciencia, la tecnología, las comunicaciones y los recursos del planeta” (“Globalisation Hurts Cultures, Pope Says”, International Herald Tribune, 28-29 abril 2001. 

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