El decrecimiento como criptopolítica del globalismo

El decrecimiento como criptopolítica del globalismo. Juan José Borrell

Primo Siena define tres categorías de la política: la política entendida esencialmente como la doctrina y el arte de gobernar; la criptopolítica resultado de la corrupción de la política y la primacía de fuerzas oscuras en el gobierno; y la metapolítica como recuperación de la esencia metafísica de la política (2013). Tras el modelo clásico de la Politeia, la modernidad implica un proceso de decadencia de las instituciones, el cual al rechazar la dimensión religiosa termina aceptando la lucha permanente por el poder a causa del egoísmo individual y colectivo, vaciando el arte de gobierno de todo sentido trascendente según principios superiores. Así, la doctrina es reemplazada por la ideología y los valores ideales exclusivamente por intereses materiales, «sumergiéndose en el agua estigia de la criptopolítica» (Siena, 2013:25).

En este sentido, la contraposición a aquella expresión de poderes ocultos es la metapolítica, concebida «como una ciencia sintética que reasume en sí la metafísica (ciencia de los principios primeros), la política (ciencia de los medios), y la escatología (ciencia de los fines últimos)» (2013:26). Orientada hacia la creación y la acción, a diferencia de la metafísica que se limita a conocer según afirmaba Silvano Panunzio, la metapolítica tendría la tarea de rectificar la democracia, la cual es ya en sí un problema, y a su vez sufre una crisis a partir de la modernidad.

En nuestra contemporaneidad, al dilema de gobierno moderno de la polis en tanto agregado indiferenciado de millones de individuos –sin pasado, valores ni ethnos común–, se suma por los procesos técnicos de intercambio y comunicación del último siglo, y en particular de las últimas décadas, el haber alcanzado una dimensión de carácter global. La polis de la democracia moderna deviene, a mi entender, en cosmopolis. Esto es, una entidad supra nacional donde priman los intercambios materiales de bienes e imágenes, carente de sentido trascendente de la historia, de valores espirituales superiores y de toda referencia a Dios. En dicha cosmópolis las fuerzas oscuras de la criptopolítica son a su vez de alcance global. En otras palabras, el gobierno de lo local queda subordinado a un cripto-poder de alcance mundial, una cuasi-dictadura que con el discurso del “consenso” –ahora global– legitima sus intereses y esquema de dominio.

Dentro entonces del amplio abanico ideológico de la criptopolítica global, se presenta una categoría central de reciente abordaje en las ciencias sociales y las humanidades: el decrecimiento (D’Alisa et al, 2015). Sin embargo, su concepción no pertenece al campo académico, sino que es rastreable en el ámbito corporativo de la angloesfera de principios de los años setenta, en el contexto de formulación de estrategias de alcance mundial por parte de cierta élite de poder. ¿Qué significa el decrecimiento? ¿Implica algún tipo de reversión de la idea iluminista de progreso? Dado que los conceptos no son neutrales, sino que surgen de un entramado singular de relaciones, cabe indagar en el mismo a los efectos de conocer su función ideológica en el actual contexto.

Alberto Buela en su trabajo Disyuntivas de nuestro tiempo. Metapolítica V, explica que la propuesta del decrecimiento, formulada por autores tales como Serge Latouche (2004) y Alain De Benoist (2009), invita a pensar que «el crecimiento económico no es una necesidad natural del hombre y la sociedad» (2013:161). En la reedición de dicha “disyuntiva hodierna” en Epítome de metapolítica, vuelve a plantear la cuestión como interrogante: «¿Cómo dejar de lado el objetivo insensato del crecimiento por el crecimiento cuando éste se topa con los límites de la biosfera que pone en riesgo la vida misma del hombre sobre la Tierra?» (2022:112).

Efectivamente De Benoist, en su libro Mañana el decrecimiento, tras explicar la dinámica de la actual fase de globalización, de expansión del capitalismo financiero y crisis de la hegemonía estadounidense, sostiene que en los años venideros (la publicación es de 2009) tal proceso generaría una espiral crisógena creciente que acabaría dislocando la entera geopolítica mundial. Afirma que es necesario admitir «de una vez por todas que un crecimiento material infinito es imposible en un mundo finito» (2009:26), por lo que es preciso concluir la “carrera del productivismo” y superar la crisis también antropológica «mediante una nueva orientación general de los comportamientos» hacia formas de vida más locales y de tipo ecológica. Reconoce que la tesis del decrecimiento data de inicios de los setenta y menciona el reporte pionero en la cuestión Los límites del crecimiento (1972). Sin embargo, De Benoist no otorga justa relevancia política al Club de Roma (2009:64), ni sopesa la capacidad de influencia mayúscula en los asuntos internacionales de aquel cerrado grupo que habían convocado originariamente la Fundación Rockefeller y la corona británica.

De aquel contexto histórico e institucional emergieron diversos “referentes” del tema decrecimiento debido a la divulgación mediática de alcance mundial, como Julian Huxley y David Attenborough desde influyentes organizaciones no gubernamentales, James Lovelock y Paul Ehrlich desde la academia, o biólogos activistas como Jane Goodall y Lester Brown; a la par que foros intergubernamentales organizados por las Naciones Unidas tomaban la cuestión ecológica cada vez con mayor fuerza. Con un lenguaje anti-productivista, que si bien efectuaba críticas a la economía “predadora” no incurría en el esquema crítico del marxismo clásico al capitalismo; por ejemplo:

«en el fondo, sufrí una crisis: como economista, perdí la fe en la economía, en el crecimiento, en el desarrollo e inicié mi propio camino. (…) Fue en Laos donde se produjo el cambio de perspectiva, en 1966-1967. Allí descubrí una sociedad que no estaba ni desarrollada ni sub-desarrollada, sino literalmente “a- desarrollada”, es decir, fuera del desarrollo: comunidades rurales que plantaban el arroz glutinoso y que se dedicaban a escuchar cómo crecían los cultivos, pues una vez sembrados, apenas quedaba ya nada más por hacer. Un país fuera del tiempo donde la gente era feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo.» (Latouche, 2009:159)

Esta noción de “lo original nativo” en contacto pleno con la naturaleza, sin los artificios de la modernidad occidental y fuera del devenir del tiempo –ergo del mandato del progreso–, será recurrente en todas las demás expresiones sobre el decrecimiento. Según la formulación central, habría que revertir el paradigma moderno del crecimiento: desde hace dos siglos atrás con la revolución industrial el mundo ha vivido equivocado. De no evitarse la expansión de la matriz productiva hidrocarburífera al resto de los países del globo, la civilización irremediablemente “colapsaría”. En palabras de sus ideólogos: «cada día que transcurre de crecimiento exponencial sostenido va acercando el sistema mundial a sus límites últimos de crecimiento. La decisión de no hacer nada aumenta el riesgo de colapso.» (Meadows et al, 1972:230)

Cabe destacar que detrás del discurso difundido sobre los “límites naturales del planeta” y el imperioso “freno al uso de recursos”, estaba el financiamiento e impulso del mismo cerrado consorcio del Club de Roma, el cual con la creación en 1973 de la Comisión Trilateral estipularía una nueva división internacional del trabajo; según la cual reservaba la innovación tecnológica, crecimiento industrial y consumo de recursos para los países centrales de la OTAN, mientras que el resto del mundo debía restringir al mínimo posible su infraestructura productiva, consumo de hidrocarburos e índices de crecimiento en general, incluido por supuesto el demográfico. En esta línea, desde una visión obtusamente malthusiana se sostenía que: «el mayor impedimento a una distribución más igualitaria de los recursos mundiales es el crecimiento demográfico» (1972:223). Por lo que con el objetivo de evitar los efectos disruptivos del crecimiento “exponencial” del capital y la población, y llevar el sistema mundial al “equilibrio”, se exigiría: «cambiar ciertas libertades humanas, como la de la producción ilimitada de niños o el consumo de cantidades irrestrictas de recursos.» (1972:225)

Las directrices criptopolíticas de ésta “élite del poder”, en términos de Charles Wright Mills, para una reconfiguración del sistema económico internacional, nucleadas programáticamente en Los límites del crecimiento, no quedarían en la mera divulgación, sino que servirían para el nuevo enfoque estratégico de los organismos internacionales, quienes desde la década de los ochenta comenzaron a incorporar el esquema del decrecimiento bajo el rótulo del desarrollo sustentable.(1) Luego, como es conocido, en la década de los noventa tras la caída del bloque soviético en Eurasia, las potencias industriales occidentales (más Japón) impulsaron un renovado orden económico internacional, respaldado en un sistema financiero más globalizado y con una marcada impronta aperturista de los países periféricos.

Al respecto, en la versión actualizada de Los Límites del crecimiento, en el capítulo titulado “Transiciones a un sistema sostenible”, se afirma tajantemente luego de un discurso aún más utópico que en la versión de 30 años atrás: «Desacelerar y finalmente parar el crecimiento exponencial de la población y del capital físico (…) Exige definir niveles de población y producto industrial que sean deseables y sostenibles. Requiere definir objetivos en torno a la idea de desarrollo más que de crecimiento.» (Meadows et al, 2004:260)

Hacia fines de los noventa se fueron integrando economías emergentes que medio siglo atrás habían pertenecido al universo socialista o al llamado Tercer Mundo, países como China, India, Brasil y Rusia, quienes según el discurso hegemónico de las potencias occidentales estaban predestinados a no crecer jamás, supuestamente a no salir nunca del estancamiento, la pobreza y el sub-desarrollo. Sin embargo, los gobiernos de estos países, quienes según la ideología determinista de la ética protestante permanecerían in aeternum en un “estar” sin jamás llegar a “ser”, se negaron a aplicar las recetas de la criptopolítica globalista para desindustrializar la periferia, restringir el consumo de recursos y reducir su población. Aún así, referentes del ambientalismo como el ex ministro británico Sir Nicholas Stern, a los efectos de aplicar el esquema draconiano del decrecimiento planteaba no sin una dosis de alarmismo:

«En el transcurso de las próximas décadas, entre 2.000 y 3.000 millones de habitantes se añadirán a la población mundial, la práctica totalidad de los cuales en países en vías de desarrollo. Esto no hará más que acentuar la presión existente sobre los recursos naturales –y el tejido social– de numerosos países pobres y expondrá a un mayor número de personas a los efectos del cambio climático. Se necesita un esfuerzo más amplio para favorecer la reducción de los índices de crecimiento demográfico. El desarrollo en las dimensiones definidas por los ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio), y en particular, en renta, educación de la mujer y salud reproductiva, es el modo más eficaz y sostenible de abordar el aumento de la población.» (2007:99)

En las últimas tres décadas, los organismos internacionales dependientes de la ONU y nuevos actores denominados “organizaciones no gubernamentales”, devinieron en portaestandartes del esquema ambientalista del decrecimiento. El cual en definitiva se aplica bajo una estrategia indirecta –evitando el conflicto diplomático interestatal– en aquellos países vulnerables o con esquemas de gobierno subordinado al orden global. Los ejemplos de este mismo discurso del decrecimiento llenarían varios tomos, por lo que no hay espacio suficiente en este trabajo.

Respecto a ésta élite de poder, factótum de una criptopolítica de alcance global, quizás podría explorarse su vinculación con lo que Reinhardt Koselleck describe sobre una “orden secreta” (illuminaten) y la idea del progreso en la patogénesis del estado moderno (2007). La cuestión del progreso es el eje de la filosofía de la historia de esta élite desde fines del siglo XVIII, la cual llamativamente modifica sus presupuestos en nuestra contemporaneidad: el progreso no sería para todos. Según su discurso, sólo algunas sociedades alcanzarán el reino terrenal del “fin de la historia”, mientras que otras parecieran predestinadas a la decadencia, a causa de una imperfección de origen. Dicha ideología, lo que en rigor de verdad hace es revestir mediante un lenguaje eufemístico y críptico de la política internacional un gnosticismo secularizado, al decir de pensadores como Eric Voegelin (2006) o Augusto Del Noce (2014).

De aquí que la compensación que proponen para la periferia a ésta imposible perfectibilidad yace en la ortopedia del desarrollo sustentable, que no es más que la fachada del esquema del decrecimiento: reducción poblacional, industrial y del capital. Es decir, la imposición de negar el crecimiento a los países de la periferia. En palabras de Stern: «Es en esos países en desarrollo donde más deben acelerarse los intentos de adaptación» (2007:23); o como reza un manido eslogan del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), uno de los exclusivos centros de estos grupos de la criptopolítica mundial: “No tendrás nada y serás feliz”.

¿Cuál sería el rol de la metapolítica al respecto? Si consideramos con Buela que la metapolítica tiene «la tarea de desmitificación de la cultura dominante cuya consecuencia natural es quitarle sustento al poder político para, finalmente, reemplazarlo» (2022:26); podemos afirmar entonces que la labor primera de dicha desmitificación es de carácter epistémico: una hermenéutica disidente. Ésta parte de que «todas las megacategorías que conforman este mundo globalizado son productos y creaciones de los diferentes lobbies o grupos de poder que hay en el mundo y que lo terminan gobernando» (Buela, 2022:69); tal el caso del concepto decrecimiento. Así, la ruptura es formulada desde un genius loci, esto es desde nuestra realidad argentina, dentro de la Hispanoesfera. En ese espíritu, ha sido el objetivo de este breve trabajo.


Referencias bibliográficas
– Buela, Alberto (2022). Epítome de metapolítica. Buenos Aires: CEES.
– Buela, A. (2013). Disyuntivas de nuestro tiempo. Metapolítica V. Bs. As.: Docencia
– D’Alisa, Giacomo, Demaria, Federico y Kallis, Giorgios (eds.) (2015). Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era. Barcelona: Icaria.
– De Benoist, Alain (2009). Mañana, el decrecimiento. Pensar la ecología hasta el final. Valencia: Ediciones Identidad.
– Del Noce, Augusto (2014). The crisis of modernity. Québec: McGill University press. – Herrera, Amílcar et al. (2004). ¿Catástrofe o nueva sociedad? Modelo mundial latinoamericano 30 años después (2da edición). Buenos Aires: IDRC-CRDI.
– Koselleck, Reinhardt (2007). Crítica y crisis. Madrid: Trotta.
– Latouche, Serge (2004). La Méga-machine. Raison technoscientifique, raison économique et mythe du progrès. Paris: La Découverte.
– Latouche, S. (2009). Entrevista “Decrecimiento o barbarie”. En Papeles, 107:159-170. – Meadows, Dennis et al (1972). Los límites del crecimiento. México DF: FCE.
– Meadows, Dennis, Randers, Jorgen y Meadows, Donella (2004). Limits to growth. The 30-year update. Londres: Earthscan.
– Siena, Primo (2013). La spada di Perseo. Itinerari metapolitici. Chieti: Solfanelli.
– Stern, Nicholas (2007). El informe Stern. La verdad del cambio climático. Barcelona: Paidós.
– Voegelin, Eric (2006). La nueva ciencia de la política. Buenos Aires: Katz.

(1) Al respecto, cabría mencionar –sin demasiado espacio en este trabajo para su pleno desarrollo– el ejemplo de Argentina, donde en distintos contextos históricos (como fines de los setenta y durante la década del noventa) se aplicaron precisas recetas político-económicas para desmantelar la infraestructura industrial y enajenar patrimonio nacional de carácter estratégico. Llamativamente una de las pocas respuestas a nivel internacional que tuvo el planteo determinista y catastrofista del Club de Roma fue realizada en Argentina entre 1972 y 1975 por investigadores de la Fundación Bariloche: el Modelo Mundial Latinoamericano (MML), el cual bregaba por un sistema internacional basado en la solidaridad, el conocimiento libre y el crecimiento económico para todos los países. El MML fue censurado por la dictadura instalada en el poder en 1976 y la Fundación de entonces desmantelada (Herrera et al, 2004).

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