García de Cortázar

García de Cortázar. José Vicente Pascual

Aunque no vayan a dedicarle el nombre de un aeropuerto o de una estación de ferrocarril —la de Bilbao mismo, que es donde nació, ya que Atocha está adjudicada—, la sensibilidad institucional podía haberse manifestado tras el fallecimiento de Fernando García de Cortázar, el pasado 3 de julio. No sé… un mini reportaje en TVE, una nota subrayada en los informativos del día, un algo, digo yo. Total, se nos ha marchado uno de los historiadores más comprometidos con la divulgación objetiva, rigurosa, veraz, intelectualmente honesta; un maestro para quienes durante décadas, desde la primera juventud y sin ser letrados en la materia, acudíamos a sus libros para conocer una visión de nuestra historia trazada con rigor y ajena a sectarismos, histerias, negrolegandarismos y demás pamplinas masoquistas tan apreciadas por la inteligencia neoprogre que dibuja el ideario colectivo contemporáneo. Por supuesto: la autoridad, silencio. Salvo los ámbitos académicos, los entornos de allegados y, desde luego, quienes apreciamos su obra, silencio. Así funciona el negocio de los que mandan en el vertedero.

García de Cortázar, tal como lo define Antonio Pérez Henares, fue “un vasco valiente”. Según el escritor y periodista, «sus principios éticos y morales, sus valores y su amor por la verdad, le llevó a ser protagonista de las batallas más duras y difíciles que jamás rehuyó. En los años del plomo etarra, de muerte, terror, miedo y no poca cobardía también de aquella sociedad vasca, él fue uno de los pocos referentes que levanto la voz, uno de los de aquel puñado de valientes que se atrevían a plantar cara a los asesinos, a sus cómplices, a quienes se aprovechaban de sus crímenes, a los que miraban para otro lado…. Cuantas veces y en cuantos momentos estuvo donde la decencia señalaba que era ineludible estar. Fuera en la calle, en sus escritos o hasta en una sacristía ante alguno de aquellos obispos que ante el cadáver de asesinado pretendían poner equidistancia entre el verdugo y su víctima. Es más, con reptilesca simpatía y cercanía emocional con los primeros y sinuoso desapego contra el segundo».

No hay más que decir y argumentar. Ya sabemos por qué el óbito de uno de los intelectuales españoles de referencia popular, a caballo entre los siglos XX y XXI, ha pasado prácticamente silenciado por el poder mediático. Si la muerte hubiese sorprendido a algún historiador de nómina en la factoría de la doctrina gubernamental, habríamos tenido el nombre del finado hasta en la sopa; y un Informe Semanal obligatorio. Pero claro, es sabido que siempre se van los mejores.

Por otra parte, ¿cómo extrañarnos de esa desafección, ese rostro cementado y esos labios sellados del poder, en una sociedad y un país donde la “memoria democrática” va a ser escrita por los asesinos de ETA? Al pacto del PSOE con Bildu en esta materia me remito. La política es la política, naturalmente, y los pactos de nuestro gobierno con una formación legal son legítimos. No pienso discutirlo. Otra cosa es la decencia. Otra cosa es la coherencia y persistencia en los valores que un partido dice defender y que, a la primera ocasión, se pasa por el forro y “no me acuerdo”. Otra cosa es el sentido de la propia dignidad. Otra cosa son el respeto y la empatía hacia las víctimas del terrorismo. Otra cosa, muy otra, es la prevalencia de la verdad y la justicia histórica por encima de la charca de intereses a corto plazo de un gobierno de aventureros, oportunistas y traficantes de humo —y de otras cosas que no son humo—. Otras muchas cosas que en España, al día de hoy, ni están ni se las espera.

No tuve la suerte ni el privilegio de conocer a Fernando García de Cortázar, pero no creo equivocarme al estar convencido de que marchó al otro mundo —en su convicción religiosa, a la vida eterna—, con el dolor de saber que los mismos que apretaban el gatillo tomarán hoy el teclado para dictar a este gobierno de cobardes y charis cuál es la historia que conviene contar al pueblo, es decir, las mentiras pornográficas con que los asesinos intentarán justificarse y blanquear el pudridero donde habitan y desde el que los muertos todavía claman justicia.

Esa es la realidad, ese el mundo que ha dejado atrás Fernando García de Cortázar, un intelectual honesto y un hombre bueno; dos cosas que en estos tiempos de infamia no hacen mérito suficiente para que los medios se acuerden de uno. Y así va la feria y tal.

Sean felices.

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