Histerocracia VI

Dos cuestiones polémicas, dos sofismas…

 

España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.

Contitución Española. Art. 1

 

Abolir la Constitución de 1978 y acabar con la monarquía como forma de Estado son otras dos obsesiones de los nacionalistas y de gran parte de la izquierda (IU y Podemos los más pertinaces, no los únicos).

Sobre lo que piensen los nacionalistas al respecto no voy a argumentar nada, por mera coherencia que ellos, por cierto, no mantienen. Si su propósito es separarse de España y fundar una nación independiente, no tienen nada que decir sobre la forma en que España y los españoles organizan sus leyes y estructuras fundamentales del Estado. Lo de estar “a pájaros y huevos” es una política ya muy antigua y de sobra conocida por parte de los nacionalismos, por lo que tampoco merece la pena meterse en refutaciones ni debates.

Respecto a la posición de IU, francamente, después de tantas décadas de movimiento pendular, agotado el mecanismo, más que puesta en evidencia la doble instrumentalidad de una formación que propugna la transformación radical del sistema y, mientras llega ese día glorioso, se aprovecha de él hasta la médula; o se manifiesta en contra de los desahucios y se sienta en los consejos de administración de la entidades financieras que los ejecutan… Qué quieren que les diga: me apetece muy poco escribir. Sin embargo, señalo algo que me perturba desde hace mucho (y cuando digo “mucho” no me refiero a dos o tres semanas, sino cuatro o cinco décadas); se trata de la constatación de que hay gente que siempre se equivoca aunque siempre tiene razón (y de entre esa gente, los políticos en general e IU en particular son aristocracia). El principio fundamental que rige su existencia es la bondad de intenciones, lo generoso y santurriano de sus principios, la buena fe, la intachable y desprendida magnanimidad de sus objetivos… Lo cual les exonera de responsabilidad ante la historia, claro está, Cuando meten la pata, es porque la ilusión y nobleza de su recto pensar los habían obnubilado.

Por el mismo motivo, esa gente que siempre tiene razón, siempre se considera con derecho a participar en los jolgorios del poder (están ahí porque no hay más remedio, pero llenos de propósitos altruistas); o sea: «a las migas y a las tajadas», como suele decirse en el habla popular. «Teta y sopas», sentencian en Andalucía. «El oro y el moro» en toda España, salvo excepciones culturales insoslayables.

Un egregio miembro de esta élite infalible, Felipe Alcaraz (exsecretario general de PCA y exportavoz de IU en el Parlamento) con ocasión de la presentación de una de sus novelas, declaró en noviembre de 2014: «El régimen del 78 más que quemado está carbonizado». La verdad es que podía haberlo dicho muchos años antes, cuando desde el PCE e Izquierda Unida se incendiaba a las masas con un discurso «antifascista» que coincidía de la A a la Z con los fundamentos del espíritu de «reconciliación nacional» y el articulado de nuestra Constitución. Por refrescar la memoria sobre aquellos tiempos: cuando los servicios de orden del PCE partían la cara, en las manifestaciones del Primero de Mayo, a los irresponsables que osaran sacar una bandera republicana.

¿Tenían razón entonces o la tienen ahora? Qué bobada acabo de escribir: ellos tienen razón siempre, aunque no la tengan. Lo importante no es tener razón sino ser buena gente, empero ser buena gente implique actitudes como la mantenida sobre las puñeteras banderitas republicanas. Agua pasada y pelillos a la mar. Eran otros tiempos.

Pues nada, si el régimen del 78 (uno de cuyos máximos impulsores fue el PCE), está achicharrado, algún remedio habrá. Que pongan otro al gusto de Felipe Alcaraz y de quienes siempre tienen razón como Felipe Alcaraz. A fin de cuentas, dicen, cada generación tiene derecho a su transición, y Felipe Alcaraz y allegados tienen derecho a liderarlas todas. Porque, por la propia naturaleza de las cosas, tienen razón.

Fin del debate con los incombustibles de IU, organización que sospecho per se incombustible.

Cosa distinta es la posición de Podemos en este asunto. Por el momento, y salvo muy escasas y muy poco relevantes excepciones, no se les puede achacar la incoherencia y connivencia con el sistema que caracteriza a las fuerzas anteriormente citadas. Además, presentan argumentos algo más novedosos sobre esta polémica concerniente a la Constitución y la monarquía. Se pueden valorar más en detalle sin tener la impresión de estar repitiendo un debate estéril, manido, tan antiguo como las zapaterías de barrio.

Sobre la Constitución de 1978, la postura oficial de Podemos (primer sofisma), es que se trata de un “arreglo”, un texto pactado entre los partidos del que entonces era arco parlamentario, redactada a espaldas de la voluntad popular. Señalan también que la Constitución se ha revelado como ineficaz para conducirnos hacia una sociedad más justa, libre e igualitaria. Por último, y ya de colofón, indican que más de la mitad de los ciudadanos contemporáneos no votaron la carta magna porque en 1978 no tenían edad para hacerlo, o no habían nacido.

Sobre el origen consensual de la Constitución del 78 no hay duda ninguna. Páginas atrás señalábamos que la concreta relación de fuerzas, en cualquier sociedad, determina su ordenamiento legal, la propia legitimidad de lo establecido. No es cuestión de justificar ahora la relación de fuerzas, digamos, entre “progresistas” y “herederos del franquismo”, que existía en 1978. Lo cierto es que todos los partidos, con hiperminoritarias excepciones en la extrema izquierda y la extrema derecha, convinieron en que la “ruptura pactada” con el régimen de Franco (entonces se le denominaba, eufemísticamente, “el régimen anterior”), era la única salida que garantizaba, en primer lugar, la paz civil entre los españoles, y también la única forma de integrar en un marco legal común a la multitud de opciones políticas que por aquel tiempo, lógicamente, florecían como setas en otoño.

Es necesario señalar que el proceso de redacción y posterior referéndum constitucional, con todas sus carencias y debilidades (y algún que otro abuso), consiguió enfrentar y resolver exitosamente un escollo histórico decisivo: que la legitimidad de “lo establecido” no se fundara en un acto de violencia. Esto no es un asunto sin relevancia, por más que ahora se pretenda presentar aquel proceso como “un chanchullo”.

Todas las naciones civilizadas y democráticas tienen como hito fundacional y base de su legitimidad una imposición por la fuerza (ya saben, “el poder nace de la boca del fusil”). Los Estados Unidos de América tuvieron su guerra de independencia contra Inglaterra, país este que comenzó su andadura democrático-parlamentaria tras una cruenta guerra civil y la ejecución de Carlos I; sobre la historia de Francia o Alemania no es necesario decir gran cosa; Italia, Portugal, Suiza, Bélgica, Grecia… Cualquier país al que acudamos en busca de su “momento de instauración de legitimidad”, nos mostrará un acto impositivo por la fuerza.

El último acto de fuerza en la historia de España fue nuestra guerra civil. Creo que huelgan argumentos para reconocer al proceso constituyente del 78 un valor inusual en nuestra historia y en la historia de las naciones civilizadas. Fue un arreglo, en efecto. A veces aquel arreglo tuvo trazas indeseadas… Es verdad. Pero las cosas se hicieron como era necesario, inevitable. Discutir hoy el valor de la Constitución del 78 en razón de lo pactista de su origen, evidencia un desconocimiento temerario de nuestro pasado reciente o, peor aún, el convencimiento de que una Constitución no debe responder a la voluntad de concordia de la ciudadanía sino imponer un modelo de sociedad, aunque sea en contra de los convencimientos y anhelos de una parte significativa de esa misma sociedad. Una constitución hecha para una parte y con perspectivas de utilizarla en contra de “los otros”, no es una constitución: es pura tiranía, aunque los partidarios del tirano sean mayoritarios.

Aducen desde Podemos (o aducían, ya no sé en qué fase de desarrollo se encuentran su ideario y programa), que la Constitución del 78 se ha manifestado inservible para afrontar la complejidad de la sociedad española actual. Eso y mandar el coche al desguace porque el conductor suele estar ebrio, es lo mismo. No se puede hablar en único discurso, como hace Podemos, de la necesidad de reformar la Constitución y al mismo tiempo impugnarla en su totalidad. Si es cierto, como dice este partido, que la democracia en España está secuestrada desde prácticamente sus inicios por una casta desalmada de politicos y agentes financieros que sólo representan los intereses de los oligopolios, en tal caso la Constitución del 78 estaría igualmente secuestrada, sobre todo en cuanto afecta a sus posibilidades de desarrollo y vertebración de una sociedad justa e igualitaria. Va de suyo que al secuestrado se le libera, no se la aplica la eutanasia y se le sacrifica por razones humanitarias.

El argumento sobre la escasa población viviente que ha votado nuestra Constitución me resulta entrañable. Siempre pienso en cuántos ciudadanos norteamericanos, de los que ratificaron la Constitución de 1787, quedarán con vida. Me estoy refiriendo a la Constitución vigente más antigua, cuna de la democracia moderna, ejemplo de Constitución Federal… La cual, por cierto, nunca fue sometida a referéndum (en aquellos tiempos no se estilaba), sino ratificada por convenciones de “notables” de los distintos Estados que la iban suscribiendo. Lo mismo puede decirse de la Constitución francesa (1958), aunque espero que muchos de quienes la votaron gocen de excelente salud; de la alemana (1949), la italiana (1948). De la “Constitución inglesa” para qué hablar. En fin…

Lo que es seguro es que ni Podemos ni ningún partido u organización de izquierdas, “progresista”, va a utilizar el mismo argumento de la antigüedad para impugnar los estatutos de autonomía de las “nacionalidades históricas”. ¿Cuántos catalanes, vascos, gallegos, andaluces… quedan vivos y efectivamente votaron sus respectivos estatutos? Sin duda son minoría. Pero, claro: una cosa es desautorizar la Constitución del 78 y otra ponerse a malas con los nacionalistas. Nuestra izquierda es así, incendiaria hacia el núcleo y mansa en la periferia. Ellos sabrán.

Una Constitución sirve o no sirve. Valorarla según su edad es, sencillamente, una majadería. Cuando los dirigentes de Podemos afirman, muy repolludos, que “el pueblo español es mayor de edad”, deberían revisar con atención sus consiguientes enunciados y, desde luego, no utilizar argumentos que quedan bien a la hora del recreo en el instituto, o en la misma sala de profesores, donde también pueden llegar a congregarse mentes prodigiosamente infantiles.

Sin embargo, andan los cerebros de la patria empeñados en que votar y el derecho a votar, y votar siempre que se quiera y se considere necesario, es el no va más de la modernidad, el progresismo y el buen rollo. ¿Quién lo dijo? Pues ellos, los que saben y la entienden: Jorge Javier Vázquez, Pilar Rahola, Cayo Lara en camiseta flowerpower, José Luis Centella apenas aturdido en su pasión sin límites por la democracia cubana, el inefable podemista Monedero tras recibir el premio a la parida del año, defensor de la memoria de Bin Laden y para quien los atentados del 11-S de 2001, en Nueva York, consistieron en la «introducción de dos aviones en dos edificios»…

¿Quién dijo que votar a mansalva es lo democrático por antonomasia? Quizás el mismo Centella, quien asegura tajante que en Cuba hay una democracia muy avanzada porque «también se vota». Ahí está el núcleo del asunto. Si hay algo que estimule y avive las pájaras de una buena dictadura, es un buen referéndum. En tiempos de Franco los había, y no pocos, y la población acudía a las urnas con tal entusiasmo que los escrutinios oficiales, en más de una ocasión, tuvieron que hacer piruetas matemáticas para que la adhesión a las leyes sometidas a las urnas no rebasara el 102% del censo.

Votar puede ser un acto propio de una democracia, o no. Votar conforme a la ley y en un entorno libre de presiones y coacciones, es democrático. Votar tras furibundas llamadas a desobedecer las leyes y a los tribunales, en plena oleada de demagogia barata y en un ambiente de sospecha y linchamiento moral de los disidentes, no es democracia. Es un delirio puro de purísima tiranía, el maravilloso sueño de todos los caudillos, visionarios y chiflados que en el mundo han sido, toda esa legión de demócratas orgánicos, con derecho a no ser replicados, que a lo largo de los últimos cuatro siglos han convertido este mundo en un lugar bastante antihigiénico.

No tengo argumentos en contra ni me parece intolerable que se celebre un referéndum sobre el carácter hereditario o no de la jefatura del Estado, la posible independencia de Cataluña, la reforma constitucional y el nombre de la tienda de chuches de la esquina. Pero habrá que hacerlo conforme a la ley y en unas condiciones sociales y políticas que garanticen la igualdad de voz para todas las opciones y el respeto intachable para quienes no comparten los proyectos redentoristas de partidos como Podemos o gente como Puigdemont y sus palmeros.

Pero eso sí, “el pueblo español es mayor de edad”, afirmaba Podemos hace unas líneas. No tiene sentido, por tanto, que España sea una monarquía, con una jefatura de Estado hereditaria, no electa (ratificada en el referéndum constitucional pero no elegida directamente). Y en efecto (llega el segundo sofisma), como “el pueblo español es mayor de edad”, Pablo Iglesias afirmaba campechano y didáctico, en una entrevista que tuvo bastante repercusión ya citada en estas páginas, que él, si llegara a presidir el gobierno de la nación, no convocaría un referéndum sobre “Monarquía o República”, sino con otra pregunta: “Si los españoles nos consideramos mayores de edad o no”.

Por caer en contradicciones y enunciar dislates no ha de quedar… Es el método antiguo como los pasos de cebra, la forma simple de expresar pensamientos más simples aún: si Pablo Iglesias considera que los españoles somos mayores de edad, ¿por qué convocaría un referéndum con una pregunta tan frívola, de nuevo tan pueril? Convocar a la gente a las urnas para demostrar que no es idiota no es la mejor manera de creer en su inteligencia. Soy incapaz de imaginar a un solo ciudadano con dos dedos de frente que se prestase a participar en semejante mamarrachada y, desde luego, acudiera a votar y de este modo apuntarse al bando de los “mayores de edad”.

Cada vez estoy más convencido de que los dirigentes de Podemos desdeñan la madurez de una sociedad que fue capaz de hacer la Transición del franquismo a la democracia, con mucho sufrimiento y mucha generosidad, y bastante inteligencia por parte de casi todos (y en el “todos” incluyo a los que vivían en contra y también a favor de la dictadura, y por supuesto a los indiferentes). Esa experiencia histórica, ciertamente malbaratada por una clase política que se ha manifestado, cuanto menos, indigna del pueblo al que gobiernan, no tiene ningún valor para Podemos. Como tampoco lo tiene la presunción de discernimiento y buen juicio de todos los individuos que integran dicha sociedad. Quizás sea porque están acostumbrados a moverse entre gente indignada, y ya sabe que la indignación nubla el entendimiento, o por otras causas que se me escapan… El caso es que la dirección de Podemos parece convencida de que España es un país habitado no exactamente por mayores de edad, sino por adolescentes con posibilidades.

Sobre esta cuestión de la jefatura del Estado, hereditaria o no, particularmente pienso que no tiene relevancia su forma monárquica, presidencial o de cualquier índole, siempre y cuando esté ajustada a la legalidad. Lo que sí parece importante es que el jefe del Estado no haya sido elegido en las urnas y, por tanto, no tenga ni legitimidad ni posibilidad de ejercer más poderes que los contemplados en la Constitución. Aceptaría como jefe de Estado a un Borbón, un Habsburgo, un gengiskanata o mismamente un hombre sabio, bueno y prudente, propuesto y proclamado por el Parlamento, o por un Consejo de Ancianos a su vez elegido en la cámara de representación de la soberanía nacional. Cualquier cosa menos un individuo que, precisamente por haber sido elegido en unas elecciones, se considere y de hecho esté legitimado y autorizado para obrar por su cuenta y a su completo arbitrio. Las repúblicas presidencialistas, o son de muy antigua tradición o son venezolanas, y en esta ocasión sí que apelo a esa simpatía de Podemos en general y de Pablo Iglesias en particular por la revolución bolivariana. No gracias.

Un jefe del Estado no electo, precisamente por esta condición, es responsable ante todos. No puede eximirse de responsabilidad aduciendo la autorización y legitimación de las urnas. No puede escapar al juicio de sus contemporáneos y, si es preciso, de los tribunales que defienden la legalidad bajo la que viven sus contemporáneos. A las actuales circunstancias de la familia real, o la que era familia real antes de la proclamación de Felipe VI, me remito.

Último párrafo, el cual se dedica al asunto, delicado, del carácter no electivo y hereditario de la jefatura del Estado. No me voy por las ramas: cuando en Podemos (y en otras formaciones de izquierda) resuelvan la contradicción teórica y ética de apoyar la gerontocracia cubana y la dinastía de los Castro (con el añadido de que los Castro sí han mandado en Cuba, y bastante, parece ser; y nunca serán responsables ante nada ni ante nadie), entonces que regresen su mirada a España y den lecciones de democracia.

Está bien ser listos, pero pasarse de listos es lo que tiene: sólo se convence a los convencidos, y a los demás se les irrita porque se les toma por memos. De nuevo: listillos no, gracias.

(Continuará…)

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