Huntington contra Fukuyama

Huntington contra Fukuyama. Daniel López Rodríguez

A la tesis del fin de la historia de Fukuyama se opuso su antiguo compañero de la Universidad de Harvard Samuel Huntington, que en 1993 publicó un artículo titulado «¿Choque de civilizaciones?»; y a los tres años, con la publicación del libro, le quitó la interrogante (empleó el mismo método que Fukuyama). 

Aunque fue el polémico orientalista Bernard Lewis el que acuñó la expresión «choque de civilizaciones», pero Huntington la hizo popular con su libro (que empezaría a ser archifamoso tras el 11S y las guerras de Afganistán e Irak). 

Huntington creía que «la cultura y las identidades culturales, que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la posguerra fría» (Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, Traducción de José Pedro Tasaus Abadía, Paidós, Buenos Aires 2001). 

Las civilizaciones, tal y como las define Huntington, son agrupaciones supraestatales claramente diferenciadas. Y seguramente pensando en Fukuyama sostenía: «En los cinco años que siguieron a la caída del muro de Berlín, la palabra “genocidio” se escuchó mucho más a menudo que en cinco años cualesquiera de la guerra fría. Resulta claro que el paradigma de un solo mundo armonioso está demasiado alejado de la realidad para ser una guía útil en el mundo de la posguerra fría». 

Para Huntington, casi tres lustros antes de la crisis financiera de 2008, «la hegemonía estadounidense va retrocediendo… Estamos asistiendo “al final de una era de progreso” dominada por las ideologías occidentales, y estamos entrando en una era en la que civilizaciones múltiples y diversas interaccionarán, competirán, convivirán y se acomodarán unas con otras. Este proceso planetario de indigenización se manifiesta ampliamente en el resurgir de la religión que está teniendo lugar en tantas partes del mundo, y más concretamente en el resurgimiento cultural en países asiáticos e islámicos, generado en parte por su dinamismo económico y demográfico». «El final de la guerra fría no ha acabado con el conflicto, sino que más bien ha dado origen a nuevas identidades enraizadas en la cultura y a nuevas modalidades de conflicto entre grupos de diferentes culturas que, en el plano más general, son civilizaciones. Simultáneamente, la cultura común también estimula la cooperación entre Estados y grupos que comparten dicha cultura, cosa que se puede constatar en las modalidades de asociación regional que están surgiendo entre países, particularmente en el ámbito económico».

Huntington se refiere al argumento de Fukuyama como una falacia: «la de la alternativa única». Y añade: «Esta tiene sus raíces en la perspectiva de la guerra fría de que la única alternativa al comunismo es la democracia liberal y de que la desaparición del primero provoca la universalidad de la segunda. Sin embargo, resulta obvio que en el mundo actual hay muchas formas de autoritarismo, nacionalismo, corporativismo y comunismo de mercado (como en China) que están vivos y gozan de buena salud. Y lo que es más importante, existen todas las alternativas religiosas que se encuentran al margen del mundo que se divisa desde el punto de vista de las ideologías laicas. En el mundo moderno, la religión es una fuerza fundamental, quizá la fuerza fundamental, que motiva y moviliza a la gente. Es pura soberbia pensar que porque el comunismo soviético se ha derrumbado, Occidente ha ganado el mundo para siempre, y que los musulmanes, chinos e indios, entre otros, van a apresurarse a abrazar el liberalismo occidental como la única alternativa. La división de la humanidad efectuada por la guerra fría es agua pasada. Las divisiones más fundamentales de la humanidad, en función de la etnicidad, las religiones y las civilizaciones, permanecen y generan nuevos conflictos». 

Huntington sabía muy bien que «un imperio planetario es imposible». Y ese era el imposible ortograma que los señores del Nuevo Orden Mundial querían sacar adelante tras la Guerra Fría, pero el escenario con el que nos hemos encontrado tras tres décadas de post Guerra Fría es bien diferente a los finis operantis de los lobos de Wall Street y de la City.  

La capacidad de Occidente -«particularmente de los Estados Unidos»- de promover la cultura occidental universal está «en decadencia para conseguirlo». «Lo que para Occidente es universalismo, para el resto del mundo es imperialismo». Es más, según Huntington, la creencia en la universalidad occidental «adolece de tres males: es falsa; es inmoral; y es peligrosa». Y«las sociedades que suponen que su historia ha terminado son habitualmente sociedades cuya historia está a punto de empezar a declinar». Más que el fin de la historia y el triunfo de Occidente, a través de la democracia liberal, se trata de la decadencia de Occidente, que ha sido posible precisamente por el arraigo fanático (contemplado como si no tuviese alternativa) a la democracia liberal, esto es, al fundamentalismo democrático.

A diferencia de Fukuyama, Huntington no era preso de «la suposición, liberal, internacionalista, de que el comercio promueve la paz. Análisis realizados en los años noventa ponen aún más en tela de juicio dicha suposición. Un estudio concluye que “los crecientes niveles de comercio pueden ser una fuerza sumamente divisiva… para la política internacional”, y que “es improbable que, por sí solo, un mayor comercio en el sistema internacional alivie las tensiones internacionales o promueva una mayor estabilidad internacional”. Otro estudio sostiene que unos niveles altos de interdependencia económica “pueden inducir a la paz inducir a la guerra, dependiendo de las expectativas comerciales para el futuro”. La interdependencia económica fomenta la paz sólo “cuando los Estados esperan que los altos niveles de comercio continúen en el futuro previ  sible”. Si los Estados no esperan que los altos niveles de interdependencia continúen, es probable que se produzca una guerra».

Y no era partidario de la tesis globalista del dominio mundial por Occidente (por Estados Unidos) porque «el mundo se está haciendo más moderno y menos occidental… Occidente domina actualmente de forma abrumadora, y seguirá siendo el número uno desde el punto de vista del poder y la influencia hasta bien entrado el siglo XXI. Sin embargo, también se están produciendo cambios graduales, inexorables y fundamentales en los equilibrios de poder entre civilizaciones, y el poder de Occidente con respecto al de otras civilizaciones continuará decayendo. A medida que la primacía de Occidente se deteriore, gran parte de su poder simplemente se esfumará, y el resto se distribuirá siguiendo un criterio regional entre las diversas civilizaciones importantes y sus Estados núcleo».

Y veía a China como primera economía mundial: «En el 2020, proyecciones creíbles indican que China tendrá la mayor economía del mundo, las cinco economías punteras se encontrarán en cinco civilizaciones diferentes, y las diez economías punteras sólo incluirán a tres sociedades occidentales. Este declive relativo de Occidente se debe obviamente, en gran parte, al rápido ascenso del este asiático… Parece plausible que durante la mayor parte de la historia China haya contado con la mayor economía del mundo. La difusión de la tecnología y el desarrollo económico de sociedades no occidentales en la segunda mitad del siglo XX están produciendo actualmente una vuelta a la pauta histórica habitual. Éste será un proceso lento, pero para mediados del siglo XXI, si no antes, la distribución del producto económico y del volumen de producción manufacturada entre las principales civilizaciones es probable que se asemeje a la de 1800. Los doscientos años de “fugaz paréntesis” occidental en la economía mundial habrán acabado».

Desde el fundamentalismo globalista del inexorable avance de la democracia liberal actuaron los dirigentes estadounidenses en la segunda guerra de Irak, pues éstos planearon implantar un sistema democrático tras el derrocamiento de Saddam Hussein, sin tener en cuenta el aviso de Huntington en el que afirmaba que la cultura y la sociedad islámica «es inhóspita para los conceptos liberales occidentales». La imprudencia de Estados Unidos en la guerra de Irak ha hecho que Irán, cuyo fundamentalismo islámico chiita es incompatible con la american way of life y con todo tipo de vida occidental en general, gane dominio en la región.  

Huntington concluye su libro afirmando que «los choques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz mundial, y un orden internacional basado en las civilizaciones es la protección más segura contra la guerra mundial». Y sin embargo la tesis de Huntington sería bien recibida por los «halcones» neocons de la Administración Bush II, pues -como ya hemos dicho- su libro se puso muy de moda a raíz de los atentados del 11S.

Fukuyama afirma en septiembre de 2001 en The Wall Street Journal que si los musulmanes fanáticos son más que unos pocos de fanáticos y su rechazo a la modernidad y a la democracia es inherente al islam «entonces Huntington tiene razón y vamos hacia un conflicto prolongado que se hace peligroso en virtud de su capacitación tecnológica». Pero Fukuyama insistía en que «Seguimos estando en el fin de la historia porque sólo hay un sistema de Estado que continuará dominando la política mundial, el del Occidente liberal y democrático. Esto no supone un mundo libre de conflictos, ni la desaparición de la cultura como rasgo distintivo de las sociedades. (En mi artículo original señalé que el mundo pos histórico seguiría presenciando actos terroristas y guerras de liberación nacional)».

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