II concurso de relatos: Carta de otoño

II concurso de relatos: Carta de otoño

Publicamos el quincuagésimo cuarto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Carta de otoño

Pseudónimo: Fabián


Querida hija:

Hace ya tiempo que tu madre y yo queríamos ponerte unas líneas. Te escribo en nombre de ambos, pues ya sabes lo que a ella le cuesta, aunque, al final, antes de que cierre el sobre, seguro que hace como siempre e insiste en firmar de su puño y letra, afanándose en pergeñar alguna frase. He aprovechado estas primeras horas de la mañana, en las que ella está fuera, para empezar la carta con tranquilidad. Ya la conoces: se ha ido con el alba a misa de ocho a San Lesmes, y luego pasará por la plaza a comprar alguna morcilla de la Primi, el inevitable pescado que tanto aborrezco pero que tan bueno es para la úlcera y luego una viena de pan sobado de donde la panificadora. Yo saldré más tarde, al mediodía, a dar mi paseo. Estos días de Noviembre son estupendos, aunque un poco frescos. La luz, los árboles, el aire, todo está precioso. Quizás me acerque al espoloncillo y, si acaso, entre a misa a La Merced. En fin, lo de siempre.

La semana pasada estuvo aquí tu tío Jesús, que bajó de Quintanilla a traernos los chorizos y tocinos de todos los años. Lo encontré más encorvado, pero igual de socarrón. Te manda muchos recuerdos. También me encontré el otro día por la calle a mi amigo Marciano, el de Valcavado, no sé si te acordarás de él, tenía un hijo de tu edad que te ponía unos ojos de besugo que era para morirse de la risa. No sabía el pobre muchacho a qué rival se enfrentaba. En fin, hija, fuera de eso, no te puedo contar muchas más novedades.

Recibimos tu carta y nos alegramos mucho de que llegaras sin novedad a Barcelona. Ha sido el de este año un verano largo y lleno de emociones, y nos ha confortado mucho tu presencia aquí, tu compañía nos hace siempre mucho bien. La soledad a veces nos puede a tu madre y a mí, cada año más. A ambos nos ha salido ya la hoja roja de la vida y, en estas tardes de otoño, de rosario y café, nos acordamos de aquellos momentos felices de las excursiones al Parral, con toda la familia reunida, las hijas y los yernos discutiendo de política y los nietos saltando en los columpios, y nos dejamos llevar por la tristeza. Ya, ya lo sé, me lo has dicho muchas veces, no se me olvida nunca, la tristeza es un pecado capital contra el que hay que luchar cada minuto, y lo hago, no te creas que no, pero hay veces en que perdemos batallas, y hay que saber retirarse a tiempo antes de pelear la siguiente. Y lo haremos.

Querría escribirte algo que te diera ánimos en tu situación. Lo que nos cuentas nos ha dejado preocupados. El Señor se ha querido llevar a mis dos yernos y dejarme, a estas alturas de la vida, a cargo de dos hijas viudas, tus dos hermanas, y de un montón de nietos huérfanos. Por cierto, el mayor puede que venga a estudiar aquí al año que viene y, con ello, nos ilumine un poco la existencia. Bien, como te decía, las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. A veces lloro, sí, pero no me quejo, los castellanos no somos muy de quejarnos. Ahora bien, tu vocación no, tu vocación no se negocia, ni se vende, ni se toca. La llamada que un día escuchaste fue como un regalo, uno de esos acontecimientos inesperados que el Espíritu Santo te prepara cuando menos te lo esperas, y ha sido fuente inagotable de dones para todos nosotros. No hace falta que te recuerde cuánto hemos hablado, discutido, reído, disfrutado, en fin, vivido desde que eras sólo una niña, acerca de este don extraordinario, que un día aceptaste y que te ha marcado para siempre. Tú nos has enseñado a todos a rezar, a amar, a ser felices. Ya eres mayor para decidir, pero te pido que reflexiones como sé que sólo tú puedes hacer, al pie del crucifijo, encomendando tu vida a la Virgen María, que ella te lleve a Jesucristo, el gran consejero, como siempre nos has recomendado a los demás en tiempos difíciles.

Te voy a contar algo que no sabes. El motivo de tu nombre. Era un día de finales de verano del 38, en mitad de la guerra. Tu madre estaba a punto de parir. El cartero llamó a la puerta y nos dejó un paquete con las pertenencias de tu tío Eladio, que, como sabes, había muerto no se sabía muy bien en qué circunstancias. El caso es que entre ellas había una Biblia vieja con una estampita señalando una página que correspondía al comienzo del primer libro de Samuel. Leí los dos primeros capítulos, se los leí luego a tu madre y en ese momento decidimos tu nombre. Por favor, coge una Biblia, sé que tienes siempre una a mano, y vuelve a leerlos una vez más, aunque creo que los conocerás bien. Ahora quizás comprendas por qué el Magnificat siempre ha sido tu oración favorita. Ya no te digo más, hija mía, tú sabes por dónde van los tiros.

Me parece que ya oigo la llave en la puerta. Sí, es ella. Ahí llega con sus dos bolsas y su sonrisa. Me pregunta si te estoy escribiendo, y si te puede poner algo, y yo, mientras tanto, no dejo de mirarla y de pensar qué guapa es esta mujer, y de acordarme del primer día que la vi, en aquel Madrid de los 20 … Ya, ya paro de contar, ya sé que te sabes muy bien esa historia. Cuídate mucho y deja que el aire del mar te acaricie. Besos y abrazos de tu padre, que te quiere mucho.

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