II concurso de relatos: Consejos de supervivencia

II concurso de relatos: Consejos de supervivencia

Publicamos el vigésimo octavo trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso

Título: Consejos de supervivencia

Pseudónimo: Gómez Sigura


Hijo mío, te vuelvo a enviar unas letras, ahora que llevas ya un tiempo fuera de casa. Habrás comprobado que vivir solo no es algo fácil. No pretendo darte sermones, ni mucho menos, pero déjame apuntarte unas máximas que en su día me sirvieron mucho, cuando estuve en tu misma situación. Tómalas como simples consejos. O no les hagas ni caso. Pero, eso sí, al menos, léelas. Me fueron más útiles de lo que puedas pensar. Aquí van, guapo:

Lo que no hagas tú se quedará sin hacer. Pero ahora en serio, no como cuando yo iba detrás, recogiendo las cáscaras de pipas que ibas dejando. Y esto vale para el polvo acumulado, la vajilla sucia y poner el despertador. De repente, tu vida cotidiana depende única y exclusivamente de ti mismo. Bienvenido a la selva.

Una visita a un hospital, a un asilo o a un comedor social quita de la cabeza la idea aquélla de lo necesaria que es esa cuenta de Amazon Prime que no tienes y que añoras, quejándote. Es más: es receta obligada contra la tontería del consumismo, similar a una buena bofetada dada a tiempo al chiquillo caprichoso. Periodicidad recomendada, semanal.

Animal de compañía es un oxímoron en toda regla, silenciado por Disney y por no sabemos quién más con perversas intenciones. Quien quiera compañía siempre podrá optar por la militancia política activa. Pero el que busque un problema, que se haga con un canario, un pez, una cobaya, un gato o un perro. La complejidad del problema será directamente proporcional a la popularidad de la mascota. Pienso que es lo más parecido a un entrenamiento para la posterior maternidad o paternidad, porque tienes a tu cuidado un ser cuya vida depende por completo de ti. Como si uno no tuviera suficiente con la suya, que su trabajo le cuesta.

Una cerveza no es una comida y un café no es una cena. La diferencia no está en la calidad de la conversación que mantienes mientras duran, no.

El ingenio es como el Red Bull, que da alas a la creatividad del sujeto. Nunca habrías imaginado que serías capaz de recorrer los cinco supermercados del barrio en busca de las mejores ofertas. Ya te lo tomas como un reto personal y piensas, mientras vas a casa cargando con las bolsas reutilizadas y una sonrisilla: «he batido el récord de 12 euros en la compra semanal. ¿Qué dices ahora, Mercadona? ¿Eh, eh?». Placeres infravalorados.

La Misa del domingo se olvida. «Jamás a mí», te ufanabas cuando todo el mundo a tu alrededor iba a la iglesia repeinado. Pero reconoce que ahora, cuando poca gente de tu entorno practica y no hay nadie en casa que te lo recuerde (no lo va a hacer el pobre perro), algún día de post fiesta te han dado las nueve de la noche y has salido corriendo como alma que lleva el diablo hacia la parroquia que celebra la última Misa del domingo. Eso sí, cómo disfrutaste esa Misa, ¿verdad?

A las amistades hay que cuidarlas y buscarlas. Sal de casa. Esconde el mando de la televisión, si tanto te esclaviza. O coloca chinchetas boca arriba en el sofá. Ante la duda, elige salir y hacer un plan con amigos, por absurdo que sea. Ten continuamente en la cabeza los problemas de los demás. Como dice Clint Eastwood en El gran Torino, «ya descansarás cuando te mueras».

Merece la pena centrarse en las batallas y no tanto en las peleas. Si la manga de la camisa se pone rebelde y no hay plancha que pueda con ella, déjalo estar, por esta vez. Dale la oportunidad de verse ganadora un día. Que se crezca, no pasa nada. Tú ocúpate de que mañana, en cuanto suene la alarma a las 7 AM, caigas de la cama. Y así con todo.

Tu padre y yo subimos alrededor de 100 puntos cada uno en tu lista particular de héroes. Reconócelo, es así. Nos ha pasado a todos. Sobre todo cuando preparas la comida, siguiendo tu firme y a la vez frágil propósito de alimentarte de manera sana, y cuando cambias una bombilla, subido a la escalera y haciendo equilibrios. Por no hablar de la llegada de los recibos del agua y de la luz.

El portero del edificio es uno de tus mejores amigos. Pero de verdad, no por conveniencia. Qué sería de ti sin esa figura omnipresente, estable, invisible y en no pocas ocasiones, salvadora. Honor eterno a ellos.

Experimentas el gozoso placer de no hacer nada tras un agotador día de limpieza a fondo. Tampoco es que puedas hacer mucho más, la verdad.

Si nos ponemos cursis, podemos decir que tus 30 metros son un lienzo en blanco. Cuando te acuestas y estás a punto de apagar la luz, observas la obra que te ha salido y te da una idea de cómo ha sido tu día: a veces, las menos, la cosa te queda como un perfecto Velázquez; otras, aquello parece un Tàpies absurdo, un Bosco loco o peor aún, un Picasso de lo más cubista. Tú te conformarías con un Caravaggio, por aquello del claroscuro: con sus luces y sus sombras, pero con el dibujo perfectamente definido.

De repente, tu mente se vuelve conservadora. Valoras el orden, tener un horario y, oh sorpresa, el silencio. Es más, a mayor soledad, más acompañado te sabes por tantos en el Cielo.

De la procrastinación sólo pueden salir cosas buenas. A corto plazo, porque se vence y uno se pone manos a la obra, tan contento de haber ganado a la pereza. También a largo plazo, cuando uno se da cuenta de lo tonto que fue por perder el tiempo. Y no hay nada mejor que descubrir, a ser posible cada día, un poco más de la idiotez humana y en especial de la personal. Pues no hay peligro mayor, hijo mío, que un tonto que se cree listo.

Cuídate. Esperamos tu carta. Te quiero.

Mamá

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