La creencia en los extraterrestres

La creencia en los extraterrestres. Daniel López Rodríguez

Una vez que el cristianismo había perdido el abrumador poder ideológico y político que durante tantos siglos tuvo, la época de la Guerra Fría fue la época en la que por fin explotó sin tabúes la creencia en los extraterrestres. Dicho de otro modo: la segunda mitad del siglo XX supuso un renacer de las religiones secundarias o politeístas en detrimento de las religiones terciarias o monoteístas. Aunque éstas seguirían, pese a todo, conservando buena parte de su poder; incluso en el islam empezaría resurgir la ideología de la Yihad, no ya por la intervención de Alá sino por los hallazgos de los yacimientos petrolíferos que los propios musulmanes desconocían al ser descubiertos por enviados de las potencias cristianas. 

Ya en 1898 la ciencia ficción inauguró el horizonte de la posibilidad de los extraterrestres con la Guerra de los mundos de H. G. Wells, que fue radiada el 30 de octubre de 1938 desde el Teatro Mercury en Nueva York por el cineasta Orson Welles con resultados asombrosos al ser creído con temor y temblor por muchos radioyentes. Aunque ya a finales del siglo XVIII un célebre filósofo decía: «Si fuera posible decirlo mediante alguna experiencia, apostaría cuanto tengo a que al menos alguno de los planetas que vemos está habitado. Por ello afirmo que no es una mera opinión, sino una firme creencia (por cuya corrección arriesgaría muchas ventajas de mi vida) el que otros mundos estén habitados» (Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, Traducción de Pedro Ribas, Biblioteca de los grandes pensadores, Barcelona 2004, pág. 642).

Tras la Segunda Guerra Mundial se pusieron en marcha los vuelos espaciales y estaría muy en boga la creencia en la existencia de extraterrestres inteligentes y tecnológicamente muy avanzados que podrían atacar al Ser Humano y conquistar el planeta Tierra. Es decir, se creía en animales no linneanos con una cultura extrasomática exageradamente sofisticada procedentes de estrellas lejanas o incluso de otras  galaxias; así como los españoles, mutatis mutandis, fueron vistos por los aztecas como emisarios del dios Quetzalcóatl y los incas creyeron que la llegada de éstos se trataba del regreso del dios Viracocha. Por tanto los españoles (los extraterrestres)descubrieron y conquistaron América: el Nuevo Mundo (la Tierra). 

Para muchos el Ser Humano no estaba solo en el Universo, y éste no quedaba agotado en la soledad de la extensión impersonal del eje radial del espacio antropológico (como a su modo dijo Descartes, al limpiar el cielo de ángeles al identificarlo como mera res extensa), pues también en dicho abismo podrían estar habitando animales no linneanos situados en el eje angular que, al parecer, podrían visitar con sus platillos volantes la Tierra (lo cual, como decimos, supondría un sorprendente refinamiento de su cultura extrasomática, tesitura que nos rememora a las descabelladas ideas de muchos científicos y no científicos presos del fundamentalismo tecnológico). De modo que los ángeles fueron reintroducidos en el mundo a título de habitantes de otros planetas, pero no ya como seres espirituales en calidad de vivientes incorpóreos, sino como seres corpóreos antropomórficos o zoomórficos (pero no linneanos, es decir, que no están en la taxonomía zoológica terrícola que el sueco Carl Nilsson Linnæus elaboró en el siglo XVIII). Aunque, más que una reintroducción de los ángeles en el mundo, se trata de una refluencia de los démones helenísticos de la religiosidad secundaria. No obstante, en el supuesto caso de que los extraterrestres existiesen y nos visitasen, en caso de que fuesen reales los «encuentros en la tercera fase»,serían contemplados como númenes y por tanto se volvería a una fase de religiosidad primaria. (Para saber qué es el espacio antropológico véase http://www.filosofia.org/filomat/df244.htm; y para conocer las nociones de religión primariasecundariaterciaria véase: http://www.filosofia.org/filomat/df365.htmhttp://www.filosofia.org/filomat/df366.htmhttp://www.filosofia.org/filomat/df367.htm).

«No cabe la menor duda de que el “espacio galáctico”, como objetivo de la Humanidad que confía en la armonía universal (que hará posible los contactos en el futuro con los hermanos no linneanos pero inteligentes), está sustituyendo al Cielo que los cristianos tenían prometido. Si el Cielo y su gloria desempeñaban para los pobres del Mundo la felicidad que no se podía conseguir en la Tierra, o simplemente la felicidad en la que vivían los más nobles de ella, ahora es el paraíso futuro de la Tierra y de su galaxia el que devuelve a los hombres el horizonte de lo infinitamente prometedor. Es evidente que esta ideología progresista del materialismo monista, tipo Diamat, quedó notablemente comprometida tras la caída de la Unión Soviética» (Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, Ediciones B, Barcelona 2005, pág. 271).

La cuestión ha llegado tan lejos que se ha inventado una «ciencia» ad hoc dedicada a los extraterrestres llamada «exobiología»; pero el problema de dicha «ciencia» es parecido al de la teología escolástica, pues la llamada exobiología tiene que comenzar, en cuanto «disciplina científica», por la «demostración de su objeto de estudio», tal y como hacían los escolásticos al referirse a Dios y los ángeles. Y, de momento, que sepamos, no hay referenciales fisicalistas en el eje semántico del espacio gnoselógico del supuesto campo de la exobiología, esos referencial es que se buscan… Otros incluso se atreven a decir que ya están entre nosotros, pero ¿por qué los extraterrestres iban a ocultar su existencia si realmente ya están aquí?, ¿por qué no nos dominan directamente y se dejan de tanto secretismo al que sólo pueden acceder, al parecer, algunos iluminados?, y ¿para qué iban a dominarnos a través de gobiernos humanos? (Para saber qué es el espacio gnoselógico véase http://www.filosofia.org/filomat/df190.htm). 

La cuestión de los extraterrestres también afectó a la teoría de la ciencia. «La hipótesis sobre la “ciencia de los extraterrestres” (hipótesis que Kant, contra Descartes, ya había tomado en serio, a propósito de la cuestión de los astros habitados y que, en las últimas décadas de nuestro siglo [y en las primeras del siglo XXI], ha vuelto a replantearse estimulada sin duda por los viajes espaciales) actualiza de modo inesperado la idea escolástica de unas “ciencias humanas” en tanto se contraponen a las  “ciencias divinas o angélicas”. No sólo la Economía, o la Moral o la Política serán ciencias humanas, sino también las Matemáticas o la Física. Las funciones gnoseológicas que desempeñaba la idea escolástica de las “ciencias divinas o angélicas” viene a ser desempeñada ahora por la idea de las “ciencias de los extraterrestres” que podríamos, por tanto, considerar, si no como ciencias divinas, sí como ciencias angélicas, es decir, demoníacas. En realidad, las ciencias físicas modernas, en su calidad de “ciencias humanas”, no habrían perdido nunca del todo la obligada referencia a las “ciencias divinas o demoníacas” (es decir, animales): ahí están el genio omnisciente de Laplace o el demonio clasificador de Maxwell» (Gustavo Bueno, Teoría de cierre categorial, Pentalfa, Oviedo 1993, págs. 866-867, corchetes míos).  

Tanto la Unión Soviética como Estados Unidos gastaron millones de rublos y de dólares respectivamente en la investigación de vida extraterrestre. Estados Unidos puso en marcha los proyectos OZMA, CICLOPS y el célebre programa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence) financiado por la NASA. 

La razón de que el gobierno soviético gastase millones de rublos en observar las estrellas y buscar en ellas vida extraterrestre estuvo en virtud de las ideas que tenía Engels al respecto, que seguía a Bernard Le Bovier de Fontenelle ya Kant. En la Dialéctica de la naturaleza Engels afirmó que allá donde haya materia en un estado de complejidad determinado aparecerá la inteligencia: «por innumerables que sean los seres orgánicos que hayan de preceder y que tengan que perecer antes, para que de entre ellos puedan llegar a desarrollarse animales dotados de un cerebro capaz de pensar y a encontrar por un período breve de tiempo las condiciones necesarias para su vida, para luego verse implacablemente barridos, tenemos la certeza de que la materia permanecerá eternamente la misma a través de todas sus mutaciones, de que ninguno de sus atributos puede llegar a perderse por entero y de que, por tanto, por la misma férrea necesidad con que un día desaparecerá de la faz de la tierra su floración más alta, el espíritu pensante, volverá a brotar en otro lugar y en otro tiempo» (Friedrich Engels, «Prólogo» a la Dialéctica de la naturaleza, Ediciones Vanguardia Obrera S. A., Madrid 1990, págs. 33-34). «La vieja teleología se ha ido al diablo, existiendo ahora la certeza de que la materia, en su ciclo eterno, se mueve con sujeción a leyes que, al llegar a una determinada fase -unas veces aquí y otras allá- producen necesariamente, en los seres orgánicos, el espíritu pensante» (Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Traducción de Wenceslao Roces, Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires y México D.F 1979, pág.193). «En realidad, es la naturaleza de la materia la que lleva consigo el progreso hacia el desarrollo de seres pensantes, razón por la cual sucede necesariamente siempre que se dan las condiciones necesarias para ello (las cuales no son necesariamente, siempre y dondequiera, las mismas» (Engels, Dialéctica de la naturaleza, pág. 209).

A casi cincuenta años de la Revolución de Octubre un autor alemán oriental escribía: «creo que aunque la vida se destruya aquí, en este planeta, no puede con eso solo quedar extirpada del universo. La vida y su futuro supremo, lo humano, no existe sólo aquí. La naturaleza no emprende sólo una vez este intento de producir lo humano, y es seguro que lo ha realizado otras veces. La naturaleza se lanza a esa empresa millones de veces en todo el cosmos inconmensurable. No sé con cuánta probabilidad puede lograse ese intento, ni lo sabe nadie. Nuestras propias perspectivas parecen en este momento sumamente modestas, pues probablemente nunca hasta ahora habíamos preparado nada tan concienzuda y completamente como preparamos hoy nuestra propia catástrofe. Pero a la naturaleza le basta con que se logre duraderamente uno solo de esos millones de intentos. Para el cosmos no significa nada el que la cultura humana se extinga en este planeta. Linajes más afortunados conseguirán alcanzar la meta en otros lejanos astros. Para nosotros sí que sería el final del sueño, de un sueño sin despertar» (Robert Havemann, Dialéctica sin dogma, Traducción de Manuel Sacristán, Ediciones Ariel, Espiugues de Llobregat (Barcelona) 1971, pág. 74).

Sin embargo, a través de la ideología del progreso, se pensó en viajes espaciales para que la humanidad emigrase; pues «Engels como, en general, la filosofía del Diamat, dan, además, por sobreentendido que el espíritu humano, una vez que se ha instalado sobre la tierra, no puede ya desaparecer: cuando el sistema solar se destruya, la tecnología espacial habrá asegurado la posibilidad de emigrar los hombres a las nebulosas transgalácticas» (Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 127).

Pero la cuestión, en el contexto de la Guerra Fría, estaba en que la supuesta existencia de los extraterrestres sirvió como justificación para tener y seguir fabricando bombas nucleares cada vez más sofisticadas, contundentes y por supuesto catastróficas. Pues, en caso de invasión extraterrestre, ésta sería respondida con munición nuclear a través de una potencia que supuestamente representase al Género Humano; es decir, las potencias nucleares saldrían al frente contra los extraterrestres en nombre de la Humanidad y no en nombre de ellas mismas. Luego la amenaza extraterrestre justificaba la tenencia de armamento nuclear. «Si la bomba atómica había puesto en cuestión, por primera vez, la existencia misma del Género humano y, por tanto, lo había globalizado existencialmente, la consolidación del horizonte de los extraterrestres (en la ciencia ficción, en el cine, la televisión y en la política de las grandes Potencias) corroboraba este tipo de globalización existencial del Género humano mediante la guerra, y justificaba, de algún modo, la limitación de la política de desarme nuclear, que se presentaba como imprescindible en los primeros años en el contexto de las relaciones entre Estados humanos. También los extraterrestres podrían poner en peligro la existencia global del Género humano; por consiguiente, estaría justificado que el Género humano, a través de alguna Potencia que lo represente, no se deshiciese del arma absoluta, para utilizarla contra los extraterrestres en caso necesario. Porque a escala nuclear, en donde se dirimen al parecer las últimas claves cósmicas, los hombres podían seguir manteniendo su superioridad contra cualquier tipo de extraterrestre o,  por lo menos, podían quedar situados a su mismo nivel. Si se prefiere, la mitología de los extraterrestres podría estar actuando, consciente o inconscientemente, como una “legitimación” de la conservación y producción de las bombas atómicas» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, págs. 310-311).

En el supuesto caso de que los extraterrestres llegasen y abriesen fuego en esa hipotética guerra de los mundos o de las galaxias y venciesen entonces se podría hablar propiamente de «crímenes contra la Humanidad». Pero mientras no, porque los crímenes de guerra de un Estado contra otro Estado, o de una guerra civil, son crímenes de los partidarios de un Estado o un bando contra los partidarios del otro Estado u otro bando; y ningún frente ataca, y ni mucho menos extermina, a la humanidad entera (y los criminales, por monstruosos que se los quiera pintar, también son humanos). Recuerden la serie televisiva ochentera V cuando Diana, papel interpretado por Jane Badler, fue juzgada por «crímenes contra la humanidad». Ese sí que sería el caso, aunque de momento en la ciencia ficción.

Los extraterrestres son animales especulativos de los cuales no tenemos ni reliquias ni relatos(señales enviadas por los mismos); y ni mucho menos referenciales fisicalistas, aunque exista el fenómeno de los extraterrestres que está envuelto por los relatos de las nebulosas ideológicas de la conciencia falsa y la superstición ufológica, propio de las apariencias falaces o de la impostura (que se complementa con la ingenuidad de los creyentes). Los extraterrestres son deducidos a partir de los animales actuales y de los animales hipotéticos (reconstruidos a raíz de reliquias fósiles). 

Por nuestra parte no afirmaremos ni negaremos categórica y dogmáticamente la existencia de los extraterrestres, pero diremos que no hay una brizna de evidencia de que haya alguno (y mucho menos de que nos hayan visitado o de que ya estén entre nosotros aunque camuflados a causa de enigmáticos o conspiranoicos motivos). Bien podría ser que en la inmensidad del Universo habitasen más seres vivos animales o vegetales (o de otra forma de vida), o bien podría ser que no, pues la naturaleza (si con esto queremos decir algo) no se tiene por qué encapricharse repitiéndose en las mismas formas y en nuestra propia galaxia y en las otras galaxias no haya vida aunque tal vez sí otras formas de existencia humanamente inabordables. Ya en 1921 dijo un destacado filósofo y político de la Rusia soviética: «No podemos saber con certeza si en otros planetas existen criaturas poseedoras de una organización superior a la del hombre, aunque es probable que eso ocurra, porque el número de los planetas es infinito» (Nikolai Bujarin, Teoría del materialismo histórico, Traducción de Pablo de la Torriente Brau, Grabriel Barceló y María Teresa Poyrazián, Siglo XXI, Madrid 1974, pág. 148). 

Mientras, por nuestra parte sería prudente en relación a los extraterrestres parafrasear a Protágoras de Abdera (Diels, B4) y decir: «Sobre los extraterrestres, soy incapaz de descubrir si existen o no y qué forma adoptan. Muchos son los factores que obstaculizan nuestro conocimiento en este punto, por ejemplo, lo oscuro del tema y la brevedad de la vida humana».

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