Libros de verano y otras ficciones

Libros de verano y otras ficciones. José Vicente Pascual

Como cada año por estas fechas, los suplementos culturales de los periódicos, las revistas digitales o impresas y los blogueros metidos a expertos, nos bombardean con la lista de libros “imprescindibles” que deberíamos leer este verano; por lo menos, comprarlos. Y un servidor, como cada año por estas fechas, entra en desaliento al comprobar cómo los usos comunicativos y el fondo argumental de nuestra cultura divulgada siguen enquistados en la misma rutina de siempre, sin moverse un ápice ni una coma, como a la expectativa —supongo——, de que algún sesgo inesperado de la historia —¿tal vez un milagro?—, cambie radicalmente los hábitos de consumo de productos editoriales, y las famosas listas sirvan, por una vez, para algo.

Yo creo que no se enteran. O no quieren enterarse. A fin de cuentas, los ingenieros de estos catálogos y los editores de esas publicaciones saben perfectamente que si hacen lo de siempre tendrán los resultados de siempre, o sea, nada; pero claro, en esa nada, ese difuminado sin pulso que es la cultura en España y, en especial, el panorama literario, ellos tienen un sitio, su pequeña parcela, regular y modestamente remunerada, en el minifundio de la divulgación cultural. Menos da una piedra y cuidado con los experimentos. Hacer algo distinto e intentar veredas diferentes puede tener resultados indeseados. Lo distinto siempre entraña peligro de cambios, y aquí a nadie le interesa cambiar nada.

No importa que, tras año y medio de pandemia, el sector librero, tanto el de las librerías físicas como las tiendas virtuales de las editoriales, se encuentre prácticamente desarbolado, con muchos establecimientos ya cerrados y otros muchísimos que se lo están pensando y que, tarde o temprano, a la vista del panorama, acabarán por resignarse al cerrojazo. No importa que otro tanto suceda con las editoriales no acogidas al paraguas de los grandes grupos mediáticos, y tampoco parece importar que esos grandes grupos sean cada vez menos grandes, más débil su presencia y más endeble su capacidad económica; y más exiguas sus ventas. El caso es continuar con la ficción de que existe un numeroso, importante y casi decisivo núcleo de lectores de libros que hacen caso a las listas de recomendados estacionales: para el verano, para Sant Jordi y el Día del Libro, para las navidades, para la primavera y la Semana Santa… Siempre hay una fiesta y unas vacaciones que merecen ser cargadas con libros, rellenadas con el espejismo de un montón de títulos que serán leídos con voracidad en cuanto el lector caiga en la cuenta de que se acerca el Jueves Santo, o los Sanfermines. Ese disparate.

Para muestra, una muestra. El inefable suplemento Babelia, portavoz cultural por antonomasia de la España que vive para “al fin es viernes”, las fechas en rojo del calendario y los puentes, se desmelena de optimismo en la presentación de su lista: “pocos momentos mejores hay para un lector que la sensación, suma de placer y ansiedad (,) (1)de acercarse a unas vacaciones (y su montón de tiempo libre) y tener que acertar con los libros que meterá en la maleta”. Nos valga san Tito, patrono de las erratas. ¿De verdad creen en Babelia que la gente en general y los lectores en particular están temblando de emoción ante la perspectiva de seleccionar títulos vacacionales? Despacio, muchachos:

Necesitamos, primero, gente que tenga vacaciones. Es decir, que no esté en el paro, que no trabaje a destajo este verano con algún contrato temporal, que no sean autónomos agobiados por los impuestos, las restricciones de horarios y a la movilidad, el descenso en picado de la actividad económica en su sector… Gente libre esas lacras, decía. La necesitamos para que vaya haciendo la lista de libros ansiados. Los demás, a currar o a buscar trabajo, que vivir en verano será más fácil, tal como decía la vieja canción, mas, para los pobres, el verano es época de mucho afán y mucho sudar. Y sin quejas, no sean ustedes fachas, por favor.

Segundo, necesitamos gente que tenga vacaciones y tenga también posibilidad real de ir de vacaciones a alguna parte, aunque sea a pegar la hebra en el pueblo donde un cuñado insoportable compró un terrenito hace cuatro lustros. La gente que se queda en casa, créanme, no suelen estar de humor para visitas a la librería y posteriores relajadas lecturas, a la sombra de sus paredes, soportando los subidones del calor y sin tentación siquiera de enchufar el aire acondicionado, bien porque carezcan de él, bien porque la luz se ha puesto a unos precios que… En fin.

Tercero —perfilando—: necesitamos gente que tenga vacaciones y tenga también posibilidades de “hacer la maleta”, y que asimismo sean lectores, y que además se propongan emplear una parte del tiempo libre en leer algún que otro libro, seguramente atrasado, quizás reservado para la ocasión. En suma: ¿a quién va dirigida la lista?  Como el CIS aún no ha hecho la encuesta, me guardo de adelantar un porcentaje, pero me juego la boca y arriesgo el criterio: la lista va dirigida a muy poca gente. Muy poquita.

Mas no desmayemos, lo importante sigue siendo importante: mantener la ficción de que, en verano (y en Navidad y en Semana Santa), los españoles tiritan de ansiedad ante un paraíso de lectura. ¿Hacemos daño a alguien? ¿Verdad que no? Pues ya está. Lo demás son ganas de ponerse tiquismiquis.

(No hace falta decirlo: consultar la famosa lista de Babelia y sentir irremediable bajada del alma a los tobillos, es una sensación tan conocida que, lo dicho: no hace falta decirlo).

(1).-La “,” entre paréntesis de la cita, la he puesto por mi cuenta. La echaba en falta. Mil perdones por la intromisión en texto ajeno.

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