New York, New York

El alcalde de Nueva York, Eric Adams, acaba de confirmar que quiere reunirse con el denominado Zar de la Frontera, Tom Homan, designado por Trump para liderar las políticas migratorias en la nueva administración republicana. Lo normal ante una situación así sería que todo el espectro mediático y político de izquierdas en EE.UU. le llamara racista. Samuel Vázquez

El alcalde de Nueva York, Eric Adams, acaba de confirmar que quiere reunirse con el denominado Zar de la Frontera, Tom Homan, designado por Trump para liderar las políticas migratorias en la nueva administración republicana. Lo normal ante una situación así sería que todo el espectro mediático y político de izquierdas en EE.UU. le llamara racista. El problema es que el alcalde neoyorkino es negro.

Ante el riesgo evidente de cancelación, método para sustituir el diálogo y la confrontación de ideas habitual entre las estrategias de la izquierda americana, y cada vez más de la europea, el alcalde ha sido taxativo: “Cancelen mi mandato porque voy a proteger a la gente de la ciudad. Me encantaría sentarme con el zar de la frontera y escuchar sus ideas sobre cómo vamos a abordar a aquellos que están dañando a nuestros ciudadanos, cometiendo crímenes, robos, disparando a policías y violando”.

El que ha estudiado lo que ha pasado en la Gran Manzana durante los últimos 50 años, tiene en su poder la llave que te lleva al pergamino donde están casi todas las claves para entender la nueva realidad criminal europea, las estrategias fallidas de los diferentes gobiernos y las propuestas necesarias para revertir la situación.

Nueva York fue durante los años 80 una zona de guerra, una ciudad sin ley, ampliamente retratada en numerosas películas que tenían al crimen como protagonista. Al caer la noche, un toque de queda imaginario, sin sirena, provocaba que las mujeres dejaran de bajar al metro, convertido en ratonera por donde campaban impunes las “wolfpacks” (manadas de delincuentes, la mayoría menores de edad). Y no, no fueron ni las políticas sociales ni las educativas las que sacaron a la gran urbe del pozo negro donde se había metido; eso no sucede nunca. Hay escenarios de degradación criminal de los que no se vuelve con políticas sociales, de los que sólo se vuelve con políticas de tolerancia 0, transformando el modelo policial y la política criminal, aplicando coste e inmediatez a la conducta antisocial y permitiendo el uso de toda la fuerza necesaria para volver a imponer la autoridad, en manos ya de aquellos más dispuestos a utilizar la violencia.

Así las cosas, un crimen y una portada de periódico lo cambiaron todo. El 2 de septiembre de 1990, una familia de clase media americana de Utah (padre, madre, hijo e hija), viaja a Nueva York para ver el famoso Open de tenis. Cuando bajan al metro son asaltados por una wolfpack, que comienza a dar puñetazos y patadas a la madre para intentar robarle el bolso. El adolescente Brian Watkins intenta defender a su madre y es apuñalado hasta la muerte. Al día siguiente, una portada del New York Post da la vuelta al país; en ella, la cara del alcalde Dave Dinkins a toda página y una leyenda: Dave, do something (Dave, haz algo). Los ciudadanos de Nueva York dijeron basta.

En las siguientes elecciones arrasa un hombre que no habla de otra cosa en toda la campaña más que de revertir el crimen: Rudolph Giuliani.

La primera decisión que toma el nuevo alcalde es que quien ha sido parte del problema, no puede ser parte de la solución, así que no pone la policía de Nueva York al cargo de ninguno de los mayors (comisarios) del mítico cuerpo policial, sino que ficha a un mando de Boston, William Bratton, que había tenido éxito como jefe de la Policía del Metro (Transit Police) en la Gran Manzana años atrás, cuando fue designado (1989).

¿Puedes hacer en toda la ciudad lo mismo que hiciste en el suburbano?

Sí.

Bienvenido.

Y ahí comienza la famosa política criminal denominada Zero Tolerance (tolerancia cero), que lleva a Nueva York a pasar de ser el vertedero de América a la ciudad grande más segura de EE.UU. en menos de una década. Por problemas de egos, Bratton abandonó la jefatura tres años y medio después de su llegada, pero su plan continuó desarrollado por sus ayudantes Jack Maple, John Timoney y Louis Anemone. Durante más de 20 años, Nueva York fue ejemplo de seguridad para todo el país, lo que también relanzó su actividad económica, redujo el paro y, por lo tanto, la marginalidad. Otras grandes ciudades, copiaron parte de la estrategia, incluido el novedoso CompStat (compare statistics) que transformaba de forma abrupta la forma de trabajar y que hoy tienen la mayoría de departamentos de policía norteamericanos.

Pero, tras años y años de ciudad próspera y segura, los ciudadanos se olvidaron de la ciudad oscura y cruel que un día fue y la demagogia típica de izquierdas hizo el resto del trabajo, con esos mensajes que llegan al corazón sin pasar por la cabeza, y que son un importante remanente perpetuo de votos. Así que, desde hace una década, han sucumbido al mismo mal que algunas ciudades europeas: considerar los procesos de inmigración ilegal descontrolados como si fuera la inmigración legal, y cancelar a todo aquel que relacione esos procesos con el aumento de la delincuencia violenta y el establecimiento de bandas criminales. Hasta que todo estalla, hasta que ya nadie aguanta más, incluido el propio alcalde, ciudadano negro que hace tan sólo cinco años llamaba racista y xenófobo a Trump y a cualquiera que dijese lo que esta semana ha dicho él mismo.

Así que, en New York, New York está todo: la pérdida de autoridad de la Policía que precede a la llegada de una nueva autoridad, el grupo criminal. Al primero no le permitiste utilizar toda la fuerza necesaria y le obligaste a utilizar la proporcional; siendo la violencia pura anarquía, esa apuesta era jugar a perder, porque el criminal, sí que está dispuesto a utilizar toda la violencia necesaria, y más. El sometimiento a la población de discursos incendiarios donde los agentes son el germen de la violencia y no los criminales y, tras eso, la petición de quitar poder a las comisarías (Defund the Police) y entregárselo a los agentes sociales (CHAZ, Seattle). La creencia de que se puede integrar a todo el mundo y de que no hay nadie que no quiera integrarse. El cóctel de estupidez servido en bandeja. La ciudad, otra vez un pozo negro de criminalidad y marginalidad. El alcalde, otrora progre, hoy quiere ser amigo de Trump; ya le da igual que le cancelen los suyos, que le insulten, que le llamen de todo. Ha descubierto una nueva vocación: SERVIR Y PROTEGER. Bienvenido a la fachoesfera.

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