Sencillo de explicar y fácil de entender: a estas alturas de la vida uno no está para chorradas ni para teatros y paripés, y la celebración de Sant Jordi en Barcelona, con sus libros y sus rosas, y en toda Cataluña, desde hace ya mucho tiempo, no es día de cultura y convivencia, que va, no es el estereotipo comercial pregonado hasta la hartura por los medios de comunicación sino algo muy distinto. Es una jornada para tacaños que con la rosa solitaria se marcan ante la parienta el detalle que en san Valentín les habría costado un ramo entero, mucho más caro; y sobre todo: es jornada para que las huestes órquicas de la infracultura deambulen por los espacios públicos, con absoluta impunidad, imponiendo el estercolario de sus prejuicios y otras goteras mentales a los que llaman ideas. Algunos incluso las llaman «principios», tócate los pies.
Sant Jordi es el día para que las librerías feministas a trabuco fijo escondan los libros de Joanne Rowling, autora de Harry Potter entre otras obras, por «tránsfoba», porque ha apoyado y aplaudido la decisión de la corte suprema del Reunido Unido según la cual hay hombres y mujeres. También es el día perfecto para dejar en el último hueco del almacén, castigados sin salir a la calle, a otros diez o noventa autores señalados por «reaccionarios», como mínimo. Y no hace falta indicar la idoneidad de la jornada para que los gremios de editores exclusivos en catalán y la red de librerías que sólo trabajan libros en ese idioma se ufanen de su importante labor, reivindiquen su sacrificio y pidan más ayudas públicas, aunque la verdad es que esas librerías y esas editoriales lo que hacen, puramente, es segregar y discriminar al español, el odiado castellá, porque sí ofertan a su público ediciones y libros en otros idiomas de por ahí por el mundo; con tal de que no estén escritos en la cervantina lengua, lo que sea. Y subvenciones, eso sí. Cuantas más, más mejor.
Igualmente Sant Jordi es un día estupendo para que los autores fake de las editoriales importantes —las que manejan dinero en bulto, se entiende— escenifiquen su encuentro multitudinario y cariñoso con lectores que nunca tuvieron, por la sencilla razón de que ellos no han escrito los libros que ese día firman encantados mientras chicolean con el público, con sus encantados lectores, la cual gente, por lo general, suele ser de rosa única, libro único y selfie con la celebridad. Todo en aras del marketing editorial, en bien del libro, dicen. Sólo falta Jorge Javier Vázquez entrevistando a las estrellas y preguntando sobre sus líos de alcoba mientras van firmando. Tenía razón Rosa Montero en su sonado artículo de El País (20/04/25), cuando afirmaba, con conocimiento de causa, que los autores —los de verdad— son los que interpretan el papel más infame en estas pantominas. Aparte de cobrar por su trabajo, los «negros» que escriben los grandes hitos de la literatura comercial española contemporánea pintan lo mismo que un romano en una película de indios. Son la base del negocio pero la condición obligatoria de su labor es que no existan. Más ficción no cabe, por eso suelen dedicarse a la novela, género ficcional por antonomasia. También las tesis doctorales y los ensayos new age escritos por presidentes del gobierno de España se han beneficiado históricamente del trabajo de los redactores fantasma, pero ya les digo: lo usual es que escriban novela.
Ahora bien, el nivel superior de Sant Jordi, lo que en lenguaje popular denominaríamos el No Va Más, lo ponen sin duda los que acuden a la feria en plan activista militante, los partidos y partidúsculos políticos radicales, asociaciones, ONGs indepes, progresarnas y perroflautistas en general. Esos, aparte de desgañitarse en lo suyo, sea lo que fuere, acostumbran a completar alegremente la jornada agrediendo con desenfado y total impunidad a quienes consideren enemigos. Este año no ha sido la excepción, claro está. Por la mañana, el coronel Pedro Baños fue execrado y golpeado por un energúmeno que le achacaba ser «pro ruso» y prácticamente le hacía responsable de los muertos en la guerra de Ucrania. Otro grupo parapetado tras banderas palestinas, ataviados con el castizo pañuelo blanquinegro, se dedicó a insultar y vituperar de todas las maneras posibles a dos editoriales y una librería señaladas como «sionistas», más que nada por los apellidos de sus propietarios. El escrache duró desde mediodía hasta las cinco de la tarde, hora en que los Mossos tuvieron el detalle de comparecer y poner un poco de orden.
De los cupaires y demás izquierdistas anfetaminizados qué decir: en Barcelona, en Lleida y en varias poblaciones de la comunidad, como Olot y Viladecans, se emplearon a fondo arrojando bolsas de basura, bolsitas con excrementos de perro y otras delicadezas a las carpas de Vox instaladas ese día. Al tiempo, como es natural, insultaban a todo el que se acercase con un encono y una saña extraordinarias. La fuerza pública volvió a hacer acto de presencia y allí estuvieron mirando y sin actuar, como mandan los protocolos cuando los agredidos, vituperados y amenazados son de Vox y no funcionarios de Ferraz. Como está mandado.
Yo sé que mi editor se va a cabrear conmigo cuando lea este artículo, porque lo va a leer; me lee mucho e incluso a veces me lee demasiado. Se va a cabrear porque, cobarde de mí, excusé mi presencia en las firmas de Sant Jordi alegando no sé qué compromiso ineludible, que ni era compromiso ni mucho menos ineludible: era mentira.
No acudí a las firmas programadas porque, lo dije antes, a estas alturas de la vida no me apetece en absoluto participar a título de autor y, en la modestia absoluta de mi persona, rayana en la irrelevancia, legitimar esa fiesta de la inanidad consumista, la poquedad cultural y la miseria ideológica. No y desde luego que no: Sant Jordi ha dejado de ser «la fiesta del libro» para convertirse en el día de la censura, la impostura, la inquina y la brutalidad política; todo bajo la mirada complaciente —tolerante— de quienes siguen contando el cuento de un día luminoso, alegre, abierto y súper democrático. Con rosas y libros. Y con bolsas de basura. Y con mierda de perro.
A otra cosa. Para ellos la fiesta y a otra cosa y por eso el último Sant Jordi me quedé en casa, leyendo tan a gusto y sin que nadie me molestase.