Reseña de “España tiene solución”

Reseña de “España tiene solución”. Javier Bilbao

Título: “España tiene solución

Autor: Iván Espinosa de los Monteros

El parto de los Monteros: más R78 en vena

Decía el recientemente fallecido Alasdair MacIntyre que el ser humano es un animal narrativo, es decir, que tenemos mucho cuento, y no digamos ya aquellos que se dedican a la política… Si el parlamento a menudo parece un teatro es porque allí cada uno acude a contar su historia, llena de ruido y furia, esperando convencer no a su rival, que ya tiene otro papel que interpretar, sino a la audiencia que los escucha a ambos. Claro que para ingresar en esa tribuna previamente ya hay que ir contando milongas, perdón, desplegando narrativas. Y en esa labor anda ahora atareado Iván Espinosa de los Monteros, que se retiró hace un par de años de la vida pública para poder atender a su familia, nos dijo, y porque en el sector privado podía ganarse la vida mucho mejor, nos explicaron sus corifeos.

Por suerte su familia ya no debe necesitar más cuidados y, por desgracia, las ofertas que le llovieron tan buenas no serían. Está claro que en España no se reconoce el talento. De manera que una vez que Alvise ha perdido su mojo —ya tiene mérito que un grupo de tres europarlamentarios se divida— le conviene a algunos que el voto de la oposición se fragmente para que la ley D’Hondt haga su magia. Así que ante Espinosa se ha desplegado la alfombra mediática propia de un Elegido, si bien para guardar un poco las formas se hacía necesario que hubiera una excusa: la publicación de un libro. ¡Y qué libro, señores! Uno con su portada y su contraportada, entre ambas todo lleno de páginas, que servidor ha procedido a leerse para que ustedes no tengan que hacerlo. He ahí mi sacrificio por España.

Quizá sea por el contraste que supone ver a Pilar Alegría balbuceando excusas, pero uno siempre consideró a nuestro autor un notable orador —más allá de esa forma tan liberal de pronunciar la erre—, alguien capaz de articular un discurso con elocuencia y del que por tanto cabía esperar que exhibiese tal destreza también en su escritura. No es el caso. Nadie esperaba que fuera a convertirse en un ensayo a incorporar en cualquier colección de clásicos del pensamiento político, pero es que se percibe cierta desgana en su tono y contenido, como si la Wikipedia y ChatGPT fueran coautores y el proceso de elaboración no hubiera requerido más de tres semanas. Por poner un ejemplo, en el comienzo del capítulo La oportunidad de la tecnología leemos acerca de «aquella compañuestro mercadopaencasmiles de ador de Sacyr, Luis del Rivero, de aranceles ue he usado en tiía» [sic], lo que entendemos que será alguna invocación en una lengua secreta o que el libro se ha editado deprisa y corriendo sin siquiera revisar el contenido.

Otro capítulo comienza con la cita falsa de Bismarck sobre España que puso en circulación Alfonso Guerra en Suresnes, de la que bastaba una búsqueda en Google para comprobarlo. También resulta curioso que excluyendo notas a pie de página hay un total de UNA alusión a Vox, de cuya experiencia no parece haber extraído muchas enseñanzas. Por otra parte, hay nada menos que cuarenta menciones a Occidente y a la civilización occidental ¡Qué ardor spengleriano! Ahora bien, lo peor de la obra es sin duda la falta de coherencia entre las ideas expuestas, como si fuera un patchwork cosido de diferentes retazos, donde la conclusión lógica de un hecho mostrado es incompatible con lo que se defiende pocas páginas más adelante. Veámoslo con más detalle.

La forja del héroe

El ensayo comienza evocando los años de juventud del autor en Chicago, donde pudo adquirir una formación algo diferente al español promedio, pues recordemos que proviene de una estirpe aristocrática que incluye marqueses y se remonta a la Edad Media, lo que le reafirma en su convicción de que «los logros alcanzados con el esfuerzo propio generan una de las mejores sensaciones que nos depara la vida». Afirmación recurrente en su escrito. Es muy querido el discurso del mérito y la libertad en cierto sector de buena cuna (Cayetana Álvarez de Toledo, buena amiga suya, está cortada por el mismo patrón) por el cual su posición social, lejos de ser privilegio, es fruto de su talento y excelencia moral ¡Se ganaron la herencia con el sudor de su frente! Más adelante Espinosa se convirtió en empresario, para lo cual se requiere un capital del que algún insensato preguntaría su origen y que yo atribuyo a que se rascó el bolsillo un día y allí apareció. En todo caso, personalmente me inspira más confianza quien simplemente es agradecido con su familia que quien se empeña tanto en atribuirse méritos…

Pero estábamos en Chicago, año del Señor de 1984, donde a Espinosa le son revelados los horrores del marxismo en una charla de su instituto y adquiere el compromiso vital de combatirlo sin tregua allá donde lo viera. Y lo ve en todas partes. Quedó sentimental e intelectualmente anclado en los esquemas de la Guerra Fría, el recuerdo de la caída del Muro de Berlín es muy vívido en su memoria, nos cuenta —quizá sin ser consciente de que es su juventud lo que añora— y en aquel entonces «el marxismo creó un nuevo espacio para aplicar su ideología. Si el marxismo político y económico había sido destruido, arrancarían de nuevo con el marxismo cultural».

De manera que la agenda progresista o woke que sustituye las reivindicaciones económicas por las culturales/simbólicas, a los obreros por los travestis, sería el plan B del comunismo para asaltar el poder, pues, nos explica, «una vez que el marxismo cultural había invadido con tanto éxito la universidad, los medios de comunicación, la cultura, las entidades supranacionales y la política, quedaba un último bastión por conquistar: la empresa». Lo que no parece entender Espinosa es el origen estadounidense de este ideario en torno a la identidad racial/sexual: en sus campus, en Hollywood, en Silicon Valley, en sus multinacionales, en fondos de inversión como BlackRock, en su patrocinio en medio planeta por USAID… ¿De verdad hemos de creer que todas esas entidades están promoviendo el comunismo? Cuando la OTAN celebra el Día del Orgullo Gay… ¿Es acaso que ha sido infiltrada por el Pacto de Varsovia? ¿No será más bien todo ello la última mutación del liberalismo anglosajón? Pero tal vez sea incapaz de asumir esto dada su convicción de que «la civilización occidental es moralmente superior a las demás».

Receta de nada con limonada

Claro que es bastante contradictorio el chovinismo occidentalista cuando en otro momento del libro nos cuenta que «deberían plantearse [los revisionistas de la historia inspirados por el marxismo] en qué parte del continente americano los indígenas conservan aún a día de hoy sus tierras, sus costumbres y sus derechos, y en qué otra parte fueron aplastados por los colonizadores, sometidos cultural y lingüísticamente y eliminados hasta quedar reducidos a un escaso número, contenidos en unas reservas». Y un poco más adelante remata: «¿Cuándo hicieron algo parecido los británicos en las trece colonias americanas o en cualquier otro territorio que conquistó su imperio? Nunca. No hay ni un solo ejemplo de Patrimonio de la Humanidad dejado atrás por los británicos en EE.UU. ¿Qué legado dejaron los franceses en Senegal, los italianos en Etiopía, o los holandeses en Sudáfrica? Absolutamente nada comparado con el legado de la Hispanidad». Poco que objetar a estas afirmaciones, salvo que no dan para mucha superioridad moral anglosajona y europeísta, a las que suponemos «occidente». O el libro está escrito a varias manos o nuestro autor tiene una personalidad desdoblada. Veamos más ejemplos.

Habla con entusiasmo del desarrollismo que industrializó nuestro país y asentó una clase media, pero sin mencionar en ningún momento a la multitud de empresas públicas que lo hicieron posible: SEAT no fue fruto de la Libertad ni del emprendimiento que reclama página tras página sino de un decreto del Gobierno de 1949. Qué decir de la Transición, de la que es más devoto que Victoria Prego, pues en ella imperó un «espíritu extendido de generosidad, de tolerancia con el contrario y de ganas de salir adelante sin mirar atrás» —con mención especial a su admirado Felipe González— e hizo posible una Constitución que «sigue representando la mejor garantía para los abusos de los poderes públicos y nos ha permitido gozar de un largo período de paz y estabilidad». Un momento, porque poco más adelante sostiene lo siguiente: «España no puede continuar sometida a un chantaje continuo y estructural derivado del diseño del Estado de las autonomías. Un sistema que ha otorgado un poder desmedido a unos pocos cuyo objetivo siempre ha sido, precisamente, destruir nuestro país». ¿No es esto fruto precisamente de la Transición y de la CE? Igual lo que España necesita no es recuperar aquel espíritu sino un exorcismo para liberarse de él.

Respecto a nuestro presente, considera que «a día de hoy tenemos una economía abierta, tremendamente diversificada, con empresas punteras en multitud de sectores», aunque al mismo tiempo advierte que «fue un inmenso error el permitir ese proceso de desindustrialización que sufrimos a partir de los años 80, para convertirnos esencialmente en una economía de servicios». Así mismo, celebra el ingreso en la Unión Europea, pero no puede dejar de constatar que «en 2024 la renta de las familias españolas todavía era inferior a la de 2005, en términos reales».

¿Podría tener el ingreso en el euro algo que ver en eso? ¿O tal vez la entrada de unos cuantos millones de inmigrantes tirando a la baja los sueldos? En nada de eso entra Espinosa, pues respecto a esta última cuestión se limita a recomendar que hay que «atraer inmigrantes con perfiles laborales que se ajusten a las necesidades de nuestro mercado, y muy especialmente aquellos que provengan de regiones culturales más cercanas». Entiéndase las necesidades de «nuestro mercado» como las de «los empresarios», y que les zurzan a los trabajadores, que ven así multiplicada su competencia tanto laboral como en el acceso a la vivienda.

En resumen, no hay nada como decir una cosa y su contraria para acabar acertando. Al fin y al cabo, su fórmula en este libro-propuesta programática (¿de un nuevo partido dirigido por él? Eso parece…) consiste en repetir la narrativa sistémica del Régimen del 78, bien regada de generalidades, añadiéndole una pizca de crítica sin preocuparse de lo incoherente que pueda resultar el corta-y-pega y todo ello bien aderezado de retórica motivacional de coaching para ejecutivos ya ensayada por Albert Rivera y Cs —de ellos rescata también la «mochila austríaca» — sobre las «infinitas» posibilidades que se nos abrirán con Iván Espinosa de los Monteros a los mandos, un futuro brillante y próspero (sobre todo para él) y muchos data centers como cuento de la lechera. España está fatal de lo suyo y necesita un giro, uno de 360 grados, nos promete, y ya veréis qué bien todo. Así que he de concluir esta reseña aclarando que este libro no ha terminado de gustarme.

Top