El 19 de enero de 2017, un día antes de las elecciones en Estados Unidos que enfrentaban a Donald Trump y Hillary Clinton, puse un mensaje en redes sociales que rezaba así: “ Mañana en EE.UU. votan susto o muerte”. Cuatro años después, y tras valorar su mandato, lo consideré el mejor presidente americano desde Reagan.
La mayoría de intelectuales de este país viven aupados en una atalaya de superioridad que les impide renunciar a sus dogmas y, por lo tanto, juzgan personas y hechos históricos en base a esquemas mentales asumidos e inamovibles, y no atendiendo a hechos y resultados.
Lo peor de cualquier ideología es el –ismo, de tal manera que algunos liberales siguen defendiendo hoy la libre circulación de bienes y personas como si estuviéramos en 1950, porque son incapaces de renunciar con humildad a uno de sus dogmas, a pesar de que hasta el menos espabilado de la clase se dé cuenta que, en el contexto actual, ese dogma implique hoy un suicidio para un país como España, como ya lo ha sido para otros países de nuestro entorno.
Un socialista seguirá por su parte defendiendo la lucha de clases como si los obreros aún trabajaran en las fábricas de principios del siglo XX, sin entender que la simbiosis trabajador/empresario es hoy la mayor garantía de éxito y prosperidad para una sociedad. Peor aún, apostará por un modelo migratorio que devuelve a los trabajadores a las condiciones de semiesclavitud de principios del siglo XX.
Todos han leído mucho y lo demuestran siempre citando a muchos autores; el problema es que esos autores analizaron sociedades muy distintas a la actual y, de haber vivido en este tiempo, probablemente sus doctrinas habrían sido también distintas. A los que hemos sido camareros y conserjes, nos da igual decir que nos equivocamos porque nuestra atalaya intelectual es el barrio, y allí, en el chigre, se pierden discusiones a diario con el pastelero y el peluquero.
La opinión sobre Trump de muchos de estos intelectuales no está basada en factos sino en las opiniones vertidas sobre él antes de que llegara al poder, y de las que ahora no se quieren apear por pura arrogancia; decir: “estaba equivocado”, a veces, cuesta tanto…
Trump parecía un excéntrico millonario hijo de papá que salía de extra en alguna serie de esas famosas, pero resultó ser un dique de contención para las nuevas sociedades que las élites económicas querían dominar a través de sus nuevas y malvadas ideologías.
Quizá porque no tenía nada que perder y tampoco nada que ganar, no debía nada a nadie y no necesitaba cargo ni sueldo. Lo hizo simplemente por convicción. La manera en la que todas las élites económicas mundiales dirigieron su ira contra él da buena medida del empeño que el marido de Melania puso en impedir que estas consumaran su plan. Tan es así que, se fue él, y el plan siguió con marionetas pervertidas como Joe Biden, y nos llevaron al abismo de la civilización occidental. Cuando estábamos a un paso de ese abismo, ha vuelto Trump para volver a ponerlo todo en su sitio. Si ahora hay salida y se ve la luz al final del túnel en Europa o Hispanoamérica, es porque existe Trump.
Todavía no había llegado al poder y la decisión del dueño de META de eliminar los verificadores en sus plataformas ya nos había hecho mil veces más libres. Ya no te digo nada la confesión de que aquello que denunciaba Trump, era cierto: había censura.
La vuelta del alto el fuego roto por los terroristas palestinos de Hamás el 7 de octubre del año pasado, cuando secuestraron, violaron y mataron a cientos de israelíes, incluidos bebés, es otro de los ejemplos de lo que es una política de hechos frente a la retórica. Cualquiera medianamente espabilado entenderá también que, si Venezuela tiene alguna posibilidad de libarse del tirano y su atroz dictadura, es Trump.
No hizo más que jurar el cargo y se fue directo a firmar decretos para acabar con el mundo de sombras que estaban construyendo las podridas élites infestadas de redes de pederastia, desde Hollywood hasta el parlamento de Inglaterra: ideología de género, fanatismo climático, adoctrinamiento en las escuelas, libertad de expresión, disminución de la burocracia, fin del descontrol de fronteras… y eso es lo que un votante le debería exigir siempre a sus políticos, hechos, no palabras.
Es una obviedad que intentarán acabar con él, ya sea con otro disparo a la cabeza o creando un movimiento de disidencia controlada para revertir la llegada de voto negro e hispano a las filas republicanas como hicieron con el Black Lives Matter, tras la muerte del delincuente George Floyd en una intervención policial. En un país donde se asesina a miles de personas inocentes cada año, incluidos niños, la izquierda salió a quemar pueblos y ciudades cuando falleció un criminal negro. En ese movimiento de disidencia controlada, el Black Lives Matter, metían ingentes cantidades de millones todos los emporios y grandes multinacionales norteamericanas. Al poder absoluto en las sombras que estuvo a punto de doblegarnos no le gustaba Trump.
Lo finiquitaron con la dictadura del COVID, que él también se negó a aceptar, y que hoy sabemos se sustentaba en comités de expertos sin expertos… o peor, con expertos del nivel de Ábalos. Mientras tumbaban a Trump, todos los sinvergüenzas del planeta Tierra estaban haciendo negocio con las mascarillas y otros enseres.
La batalla real es esta, no hay más, necesitamos de líderes fuertes dispuestos a tomar decisiones por muy alto que sea el coste personal de tomarlas. Del escenario de degradación moral al que nos han llevado, no vamos salir con medias tintas ni cambios de opinión en función de las encuestas. Saldremos con principios y valores, agarrándonos a ellos sin soltar, y poniendo por delante el escudo cuando vengan mal dadas, que vendrán.
En 1996, la película Trainspotting hizo célebre la frase: El mundo está cambiando, dentro de unos años ya no habrá tíos ni tías, sólo habrá gilipollas. Ese día llegó, y ahora toca reconstruirlo todo. Para esa tarea necesitamos a tipos sin complejos como Trump, así que God Bless America y Let´s Make Europe Great Again.