El fin de la Liga de los Comunistas

El fin de la Liga de los Comunistas. Daniel López Rodríguez

En marzo de 1850 Marx y Engels redactaron una circular que Heinrich Bauer se encargaría de llevar a Alemania con pretensiones de reconstruir la Liga Comunista. En la circular se afirmaba que era inminente una nueva revolución, «ya la provocase el alzamiento del proletariado francés o la invasión de la Santa Alianza contra la Babel revolucionaria» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 212).

También se ponía de relieve las relaciones entre el proletariado y la clase media: «La clase obrera se une a ellos para derribar a la facción a cuyo derrocamiento aspira, alzándose contra ellos en todo aquello en que pretendan afirmarse por sí propios. Los pequeñoburgueses se aprovecharían de la revolución que les diese el triunfo para reformar la sociedad capitalista, haciéndola más cómoda y más útil para su propia clase y hasta cierto punto para los mismos trabajadores. Pero el proletariado no podía darse por satisfecho, con esto solo. Mientras que los demócratas pequeñoburgueses, una vez cumplidas sus modestas aspiraciones, se esforzarían por poner pronto término a la revolución, los obreros deberían cuidar de hacer ésta permanente en tanto que no sean desplazadas del Gobierno todas las clases más o menos poseedoras, conquistado el poder para el proletariado y tan avanzada, éste, no sólo en un país, sino en todos los países importantes, la asociación de los proletarios, que cese entre ellos toda concurrencia, concentrándose en sus manos, por lo menos, las fuerzas productivas de primera importancia» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 212).

De modo que la circular advertía de los peligros de la clase media que podría hacer subir al proletariado al caballo de la democracia burguesa. Y por tanto se pedía la insolidaridad con respecto a la pequeña burguesía y la cohesión proletaria para que en el momento de la revolución se impusiese el régimen proletario que constatase el fracaso del régimen burgués o pequeñoburgués.

Una vez realizada la revolución -continuaba la circular- los obreros no deberían consentir que las tierras feudales se repartiesen en libre propiedad a los campesinos, porque esto empobrecería a los campesinos como ocurrió en la Revolución Francesa de 1789; ahora el objetivo consistía en confiscar las tierras fundadas como propiedad del Estado proletario y se transformasen en colonias obreras de grandes explotaciones y así la propiedad privada de la burguesía sería sustituida por la propiedad colectiva del proletariado.

El Comité Central de la Liga de los Comunistas se trasladó a Colonia en 1850. Así, la Liga de los Comunistas se escindió entre las posiciones de Marx y Engels, quienes exigían una preparación sistemática de la clase obrera (de ahí que Marx se encerrase en el Museo Británico para informarse y estudiar bien la situación), frente a las de August Willich y Karl Schapper, que insistían en continuos alzamientos y revueltas a manos del pueblo alemán sin atender mucho a las cuestiones teóricas como si éstas fuesen lo de menos. Estos fundaron su propia Liga que degeneró en una comparsa de aventureros revolucionarios sin revolución.

Frente a esto Marx, comentando un artículo de Eccarius, hacía la siguiente reflexión: «El proletariado, antes de arrancar su triunfo de las barricadas y en los frentes de batalla, anuncia el advenimiento de su régimen por una serie de victorias intelectuales» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 215-216).

En la reunión que se llevó a cabo dicha escisión, como reflejan las actas de la sesión del Comité Central de la Liga de los Comunistas con fecha del 15 de septiembre de 1850, Marx distinguió su punto de vista del de sus adversarios: «Mientras nosotros decimos a los obreros: “Tendréis que soportar 15, 20, 50 años de guerra civil para poder cambiar la situación, para capacitaros vosotros mismos para el gobierno”, se ha dicho [por parte de Willich y Schapper]: “Tenemos que apoderarnos del poder en seguida, o ya nos podemos retirar”. Tal como los demócratas hacen con la palabra pueblo, ahora se ha utilizado el término proletario como mera fraseología» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, págs. 154-155, corchetes míos).

Para Willich y Schapper la ruptura no se debía a causa de «principios», sino simplemente por «personalidades», como si se tratase de una guerra de egos; y acusaban a Marx y a Engels de «perseguir de todas las formas imaginables» a todo aquel «que no era suficientemente dependiente y hostigado sin reservas» (citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, págs. 261-262).

En junio de 1850 la junta directiva de la Liga Comunista pudo saber que ésta echó raíces en varias ciudades alemanas, en las que se formaron comités directivos: en los ducados de Schleswig-Holstein, en Sumeria, en Breslau, en Leipzig, en Nurenberg y por supuesto en Colonia y Berlín. Pero en el distrito de Londres el más fuerte de toda la Liga y en que se concentraban los elementos más decididos de la emigración y desde donde se mantenían contactos con los partidos revolucionarios de Inglaterra, Francia y Hungría. Y sin embargo el distrito londinense era al mismo tiempo el más débil, pues se veía expuesto a las continuas disputas y rivalidades de los refugiados políticos.

A lo largo del verano de 1850 las expectativas del estallido de una revolución fueron decayendo de modo manifiesto. En Francia se abolió el sufragio universal sin que la clase obrera se sublevase para impedirlo y ya no se discutía entre revolución y contrarrevolución sino entre bonapartismo y Asamblea Nacional monárquico-reaccionaria. En Alemania la pequeña burguesía democrática abandonó la escena y la burguesía liberal se quedaba con parte de los despojos del cadáver de la revolución de marzo (y más al este estaba la reacción del zar por lo que pudiera pasar).

A principios de 1851 en una carta del Comité Central a la Sección rectora de la Liga de los Comunistas leemos: «Nuestros más enconados enemigos aquí son, indiscutiblemente, los miembros de la camarilla Marx-Engels. Incapaces de organizar o de llevar a la práctica cualquier cosa por sí mismos, su tarea parece consistir en obstaculizar cualquier organización o acción».

Y continúa: «Si fuera por nosotros, ni siquiera habríamos vuelto a hablar de ellos. Pero por distintos conductos nos ha llegado la noticia de que han tenido el suficiente descaro como para acusarnos de comunistas renegados y de tránsfugas al campo de la pequeña burguesía. Es cierto que la Asociación Obrera y la Liga de Londres han desertado, pero no de los principios, sino sólo de unas personas que aquí nos quieren utilizar como trampolín para alcanzar la jefatura del Partido Comunista y asentarse en un nuevo trono de Dalai-Lama».

Y concluye: «La única diferencia que se produjo entre ellos y nosotros con referencia a los principios -cuando todavía trabajábamos juntos-, era que esos hombres afirmaban la necesidad de proseguir por lo menos durante 50 años más en la oposición, esto es: de actuar de forma meramente crítica, mientras que nosotros afirmábamos que con una adecuada organización de nuestro partido seríamos capaces de imponer ya la próxima revolución las medidas tendentes a la instauración de la sociedad obrera. Mientras la Liga de la Asociación Obrera de Londres toleraba la actuación dictatorial e insolente de los citados individuos, recibían todos los parabienes, tal como queda demostrado en las dos circulares de 1849. Pero cuando se pasaron claramente de la raya, lo cual les valió una enorme oposición, su grosería e impertinencia aumentó en tal grado que se vieron obligados a retroceder con la mayor rapidez, con el fin de impedir su expulsión formal. Entonces buscaron refugio en una intriga, en un golpe de estado a pequeña escala, del que salieron parcialmente victoriosos. En el Comité Central, formado por diez miembros, tenían la mayoría, integrada por Marx, Engels, un tal Schramm (que es una especie de bandido político), admitido a instancias de Marx, Pfänder y Bauer que antes manifestaban públicamente y en cualquier ocasión su odio hacia Marx y Engels, pero que ahora se han asociado con ellos para, bajo su protección, robar a la Asociación Obrera (16 libras esterlinas), y finalmente Eccarius (a quien hubo que conquistar con zalamerías, presentándolo como único proletario verdaderamente inteligente). Esta mayoría se reunió en sesión secreta, en la cual decidió trasladar la sede del Comité Central a Colonia y escindir la Liga de Londres en dos secciones separadas entre sí. Cuando el Comité Central se reunió en sesión plenaria, y le fue impuesta esta decisión, la minoría protestó por la flagrante infracción de los estatutos y abandonó la sesión, apelando a los electores del Comité Central determinados por los estatutos: los miembros de la Sección de Londres» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, págs. 163-164).

En mayo de 1851 se trasladaría a Londres uno de los más fieles camaradas de Marx: Ferdinand Freiligrath. Pero esto, que alegró mucho a Marx, se vio ensombrecido por la detención el 10 de mayo en Leipzig del enviado de la Liga Comunista el sastre Nothjung, y los papeles que la policía le incautó informaron a ésta de la existencia de la organización y esto produjo la detención inmediata de los miembros del Comité Central de Colonia. Freiligrath salió antes de la ciudad ignorante del peligro que le acecharía en caso de haberse quedado.

Entre las escisiones de la Liga Comunista se fundó el 20 de junio de 1851 la Liga de Agitación, bajo la dirección de Arnold Ruge, el editor de los Anales franco-alemanes, y justo una semana después se inauguraría el Club de la Emigración de Gotfried Kinkel. Desde el primer día ambas organizaciones se enzarzaron en encarnizadas polémicas, sobre todo en diarios estadounidenses. Marx despreciaba estas disputas como «guerra de ranas y de ratas» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 221).

La Liga Comunista se estaba desligando y en su insolidaridad y falta de cohesión halló su defunción. En noviembre de 1852 la Liga de los Comunistas se declaró disuelta. El motivo de la disolución se debía a que «a partir de las detenciones practicadas en Alemania, es decir que durante la primavera de 1851, cesaron todas las relaciones con el resto del continente, perdiendo actualidad toda asociación dedicada a esa índole de propaganda. Pocos meses después, o sea, a principios del año 1853, moría también la nueva Liga fundada por Willich y Schapper» (Karl Marx, Herr Vogt, Traducción de Gabriela Moner, Editorial Lautaro, Buenos Aires 1947, pág. 104).

Willich, que al insinuarse a la esposa de Marx éste le bautizó como el «borrico cuatricornudo», se iría a Estados Unidos y se haría general en la Guerra de Secesión y Schapper se arrepintió de sus devaneos y volvió junto a sus antiguos camaradas.

En 1857 comentaría Marx sobre ambos: «La represión violenta de una revolución deja en las cabezas de su actores, sobre todo de los lanzados por ella al destierro desde su escenario natal, una conmoción que turba, durante un período más o menos largo, el conocimiento, aun de los más capaces. No aciertan a encontrar el rumbo de la historia, no se resignan a ver que la forma del movimiento ha cambiado. Y así, se embarcan en aventuras conspirativas y en jugarretas pseudorrevolucionarias a que sirven; así se explican los errores de Schapper y Willich. Éste ha demostrado en la Guerra de Secesión que era algo más que un fantaseador, y Schapper, campeón del movimiento obrero toda su vida, reconoció y confesó, a raíz de fallarse el proceso de Colonia, su momentáneo extravío» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 232).

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