Posdemocracia

Posdemocracia. José Vicente Pascual

El pasado domingo 22, en Orense, dos chicas, primas y gitanas, tomaron una consumición en una cafetería, pidieron la cuenta y la abonaron antes de irse. Todo transcurrió normalmente hasta que una de las clientas se dio cuenta de que en la factura habían sido identificadas como “chicas gitanas” por el joven que les había tomado el pedido. Exigieron hablar con la encargada del local, pidieron el libro de reclamaciones y formalizaron la queja por una presunta “falta de respeto”. El padre de una de las chicas, prior de la Cofradía de los Gitanos de Huesca, compartió la fotografía del ticket en redes sociales, denunciando lo sucedido. La Fundación Secretariado Gitano, a través de su coordinador provincial, ofreció su apoyo a las familias. La madeja se fue liando y liando… El joven camarero que se atrevió a identificar como gitanas a dos chicas gitanas ha perdido su empleo y seguramente la fiscalía orensana lo empapele por un presunto delito de odio.

En resumen: personas orgullosas de pertenecer a la etnia y cultura gitanas así como dos organizaciones  que se autoidentifican como gitanas, dedicadas a defender, enaltecer y propagar la cultura gitana, los derechos de los gitanos y la visibilidad de los gitanos como ciudadanos normales y corrientes —justamente lo que son—, protestaron airadamente, hasta conseguir el despido y encausamiento del infractor, porque alguien no gitano identificó como gitanas a dos chicas gitanas que consumían en un establecimiento público donde en todo momento se las trató como a dos personas tan normales y corrientes como las demás, porque lo son.

Esencia de la posdemocracia: el ruido puede más que la razón y el lamento sobreactuado tiene más peso argumental que la realidad; y por supuesto: los políticos son diligentes en decretar leyes reparadoras del lamento, ajustadas en grosería al ruido de los “colectivos” que consideran su derecho a indignarse un límite obligatorio, improfanable, para todos los demás. Ya no hay respeto hacia el prójimo, ahora es el prójimo quien dicta los términos del acuerdo en materia de buena educación y mejor vecindad y la manera en que debemos honrarle; como niños encaprichados, si la genuflexión no les satisface se consideran con absoluta autoridad para calificarnos de lo que sea: racistas, homófobos, machistas, fascistas… Y detrás de ellos vendrá un fiscal —por regla general una fiscal—, que nos llevará ante un juez —por lo general una jueza—, dispuesto y más bien dispuesta a empapelarnos a modo.

La sensibilidad de los demás no establece derecho alguno ni puede imponer prohibiciones especiales de ninguna clase. La sensibilidad de los demás, en todo caso, puede recomendar encarecidamente respeto y tolerancia y nada más. El odio —delito—, no se produce ni evidencia por la reacción subjetiva del afectado sino por la conducta del supuesto infractor. Decía Marco Aurelio que si eliminamos la queja desaparece la ofensa, lo cual sirve para ignorar al ofensor y defender nuestro equilibrio emocional, pero no eliminaría la culpa en caso de ultraje punible. No y de ninguna manera: el odio, la ofensa, el delito, no se miden con los decibelios emocionales de la víctima sino con los renglones de la ley y los hechos probados de la conducta. Para el pensamiento posdemocrático, sin embargo, la gravedad de la ofensa depende del alboroto que sea capaz de organizar el ofendido.

No hay otra razón de más fundamento para descreer de la democracia real contemporánea, o mejor dicho, de su espectacular ausencia. Votar, manifestarse, expresarse más o menos libremente, asociarse… Todo eso son libertades políticas pero no son democracia en sí. La única razón de la democracia es la ley; una ley igual para todos e imperante en una sociedad soberana. Lo demás son añadidos y a veces, incluso, adornos. Sin leyes democráticas y tribunales dispuestos a aplicarlas, la democracia es una trola para pardillos que creen en el mandato del pueblo porque cada cuatro años acuden a sus colegios electorales, alguien cuenta los votos y algún mangante sale en TV para enunciar la frase más embustera de todas: “El pueblo ha hablado”.

Sin ley no hay libertad, ni democracia ni razón. El mundo de las pasiones teatrales devora al legislador y de paso se merienda al raciocinio, la libertad y la democracia. Las próximas grandes dictaduras en la historia de la humanidad serán grandísimas democracias. Muy grandes y muy vacías.

Pero tranquilos, no será el caos; sólo será lo que ya es: la charca.

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