La Primera Internacional (IV)

La Primera Internacional (IV). Daniel López Rodríguez

Los congresos de la Internacional

Del 3 al 8 de septiembre de 1866 se celebró en Ginebra el Primer Congreso de la Internacional bajo la presidencia del socialista alemán y miembro fundador de la Internacional Jakob Ludwig Grimm (también conocido como Ludwig Jung), en el que los proudhonistas eran claramente mayoritarios. Asistieron al congreso 60 delegados. El congreso iba a celebrarse en Bruselas, pero el Gobierno belga lo impidió.

En el mismo se habló del fomento de la reforma social y «la necesidad de aniquilar la influencia moscovita en Europa […] [mediante] la reconstrucción de Polonia sobre una base social y democrática» (citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 343).

En el primer día del congreso seis representantes de Blanqui acusaron a Henri Tolain, líder francés de la Internacional, y a sus seguidores de ser agente de Napoleón III infiltrados en la Internacional. La propuesta de expulsión no prosperó y fueron los blanquistas los que fueron invitados a marcharse. La propuesta que sí salió adelante fue la de reducir la jornada de trabajo a ocho horas.

Marx, que no asistía porque consideraba más importante para los intereses del movimiento obrero trabajar en su gran obra de economía política que asistir a cualquier congreso, manifestó que el congreso fue mejor de lo que esperaba, y sólo tuvo quejas de los «caballeros de París», los cuales eran mayoría en el congreso al disponer de las dos terceras partes de los mandatos. «Tenían la cabeza llena de las frases proudhonianas más vacías. No apeaban de los labios la palabra ciencia y no sabían nada de nada. Repugnaban toda acción revolucionaria, es decir, basada en la lucha de clases, todo movimiento social concentrado, planteado por tanto, entre otros, con medios políticos (como lo era por ejemplo la reducción legal de la jornada de trabajo). Bajo capa de libertad y de antigubernametnalismo o individualismo antiautoritario -esos señores, que desde hace dieciséis años vienen soportando y soportan tan pacientemente el más desaforado despotismo-; lo que predican en realidad es la vulgar Economía burguesa, aunque idealizada proudhonianamente» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Editorial Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 36).

Del 2 al 8 de septiembre de 1867 se celebró en Lausana el Segundo Congreso de la Internacional, cuyo programa se dividía en dos partes: «1.º ¿Mediante qué recursos prácticos puede la Internacional de la clase obrera crear un punto central común para sus luchas de emancipación? 2.º ¿De qué modo puede la clase obrera servirse, para los fines de su emancipación, del crédito conferido por ella a la burguesía y al Gobierno?» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 400).

Ambas preguntas no fueron desarrolladas por escrito. Sin embargo, si en el terreno teórico el congreso no fue muy fructífero, lo sería algo más en el de la praxis, y se confirmó que los mandatos del consejo general permanecerían en Londres, y se fijó en 10 céntimos la cuota anual de cada afiliado. En el congreso hubo predominio latino, sobre todo franceses y suizos franceses, así como unos cuantos belgas e italianos.

El congreso de Lausana se celebró mientras Marx procuraba imprimir el primer libro de El Capital en Hamburgo. Los proudhonistas seguían siendo mayoría y se aprobaron mociones sobre cooperación y crédito, y se ordenó cualquier programa de dictadura popular, ya que la emancipación social se pensaba como algo inseparable de la libertad política.

El Segundo Congreso de la Internacional despertó mucho más interés en el mundo burgués que el Primer Congreso (quizá fuese porque éste tenía demasiado fresca la guerra austro-prusiana). En la prensa inglesa, en concreto en el Times, que fue informado por Eccarius, se mostró interés por el congreso de Lausana, cuando el primer congreso se despreció y ninguneó. La Internacional empezaba a ser tomada en serio. «Comparado el Congreso de Lausana -escribía la mujer de Marx a Vorbote– con su hermanastro, el Congreso de la paz, se ve la superioridad innegable del primero y la tragedia fatal e inminente que se encierra en él, mientras que en el segundo no hay más que farsa y caricatura» (citada por Mehring, Carlos Marx, pág. 401).

Y Marx escribía: «La cosa marcha… ¡Y todo sin un céntimo! Pese a las intrigas de los proudhonistas de París, de Mazzini en Italia, de los envidiosos Odger, Cremer y Potter en Londres y Schulze-Delitzsch y los lassalleanos en Alemania. Tenemos motivos para estar contentos» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 401).

El Tercer Congreso de la Internacional se celebró en Bruselas entre el 6 y el 13 de septiembre de 1868. En él hubo más asistentes que en los dos anteriores y que en los siguientes. No obstante, prácticamente la mitad de estos asistentes procedían de Bélgica, con lo cual el congreso tuvo un carácter local. En este congreso se equilibró el voto de los que estaban a favor o en contra de la propiedad privada.

Los días 5 y 6 de septiembre de 1869 se celebró el Congreso de Basilea al que sólo acudieron 78 delegados pero presentaba un carácter más «internacional» que los anteriores congresos ya que había representado nueve países. «El consejo general envió, como siempre, a Eccarius y a Jung, a los que acompañaban dos de los más prestigiosos tradeunionistas: Applegarth y Lucraft. Francia mandó 26 delegados, Bélgica 5, Alemania 12, Austria 2, Suiza 23, Italia 3, España 4 y Norteamérica 1. Liebknecht representaba a la nueva fracción de los Esenach y Moses Hess a la sección de Berlín. Bakunin traía un mandato francés y otro italiano y Guillaume venía como mandatario de los de Locle. La presidencia del Congreso volvió a ocuparla Jung» (Mehring, Carlos Marx, pág. 429).

El congreso tuvo aún mayor expectativa que los anteriores, tanto en el mundo obrero como en el burgués, el cual se horrorizaba ante el carácter comunista que iba forjándose en la Internacional. El 25 de septiembre escribía Marx desde Hannover a su hija Laura: «Me alegro de que el Congreso de Basilea haya terminado y de que sus sesiones hayan discurrido tan relativamente bien. Siempre me preocupan estas exhibiciones públicas del Partido con todas sus lacerías. Ninguno de los actores ha estado a la altura de los principios, pero el idiotismo de la clase gobernante se encarga de corregir las faltas de la clase obrera. No hemos pasado por ninguna ciudad o villa alemana, por pequeña que fuese, cuyo periodiquito no llenase sus columnas con las hazañas del “terrible congreso”» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 433).

En Basilea estalló el conflicto entre mutualistas y colectivistas. Entre estos últimos estaban los seguidores de Marx y Bakunin que se imponen a los mutualistas por un solo voto.

En 1871, entre el 17 y el 23 de septiembre, no se celebró un congreso abierto sino, dada la coacción contra los revolucionarios de los diferentes países tras los sucesos de la Comuna de París que concentró a la Internacional en preocuparse por sus mártires, se celebró una conferencia privada a la que sólo pudieron asistir 23 delegados: 6 belgas, 2 suizos, un español y 13 vocales el Consejo General (de los cuales 6 de ellos tenían voz pero no voto). Se procuró reforzar la Internacional contra las injurias de sus enemigos y contra los elementos disgregadores infiltrados en su seno. Se acordó la construcción de un partido obrero que no sería otra cosa que un partido político para afrontar la revolución social y con el propósito final de abolir la sociedad de clases. Asimismo se acordó desterrar todos los nombres de sectas: positivistas, naturalistas, colectivistas, etc. Y se ordenó que cada afiliado siguiese abonando un penique al año para el Consejo General.

En el año 1872 hubo un congreso en Londres en el que se votó contra la alianza con los partidos burgueses y se propuso la formación de un partido exclusivamente proletario, aunque dicho partido no se constituyó en vida de Marx, pero sí surgió de dicha reunión el Partido Laborista, lo cual supuso la mayor contribución política que hizo Marx en Inglaterra. No obstante, el Partido Laborista sería muy influenciado por la Sociedad Fabiana (que, a su vez, tenía influencia de la Sociedad Teosófica Internacional que lideraba Helena Petrovna Blavatsky, y sirvió como fuente de orientación para la creación de la Segunda Internacional). Asimismo, en el mismo congreso los delegados ingleses pidieron formar una organización local al margen del Consejo General, cosa que irritó a Marx.

Marx no asistió a ninguno de los congresos en suelo continental, exceptuando el congreso celebrado entre el 1 y el 7 de septiembre de 1872 en La Haya (Holanda), bajo la sombra de la Semana Sangrienta de la Comuna de París. En dicho congreso se ponía en juego -como decía Marx- «la vida o la muerte de la Internacional», pues se libró la batalla decisiva entre los partidarios de Marx contra los de Bakunin. Es decir, los colectivistas, que se impusieron a los mutualistas en el anterior congreso, se escindieron en rojos (seguidores de Marx) y negros (seguidores de Bakunin). Escisión que Bismarck celebró porque «Las testas coronadas, la riqueza y el privilegio temblarán si alguna otra vez vuelven a unirse» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, págs. 454-455).

Aquella ocasión fue la única en que Marx salió de Inglaterra para asistir a una asamblea política desde que se exilió en 1849. De los 61 delegados que asistieron al congreso predominaban los franceses y los alemanes, por lo que Marx podía asegurarse una mayoría. Así que en el congreso los «marxistas» ganaron las votaciones con respecto a los «bakunistas» (Bakunin no asistió al congreso). De modo que en el congreso se condenó a la Alianza Internacionalista de la Democracia Social, y Bakunin y su mano derecha, el anarquista suizo James Guillaume, fueron expulsados de la Internacional. Aunque los recelos y suspicacias entre los líderes de la Internacional y los sindicalistas británicas echaron a perder la Internacional más que las intrigas entre marxistas y bakunistas y proudonistas. Pero la rivalidad entre Marx y Bakunin bien merece un capítulo aparte.

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